“En el feminismo hemos pasado de una gran apertura a una tremenda cerrazón”
Nos encontramos con Pamela Palenciano en un instituto en el que ha representado frente a alumnos de entre 15 y 17 años su monólogo más exitoso: No solo duelen los golpes. Una obra autobiográfica basada en los que fueron los años más traumáticos de su vida: los que duró su relación con un novio en plena adolescencia que la maltrató física y psicológicamente y los posteriores en los que, según relata, ella se convirtió en la maltratadora después de haber normalizado que la violencia, los gritos, el control y los celos eran algo habitual en la pareja.
La actriz, activista y feminista, tiene esta representación colgada en las redes de forma íntegra para que cualquiera pueda verla, aunque escucharla en vivo y en directo es mucho más impactante. Y aún lo es más si uno se va fijando a las reacciones del público, que en este caso concreto pasó mayoritariamente del desinterés a la preocupación o la duda gracias a la experiencia de su protagonista.
Lleva 20 años de trabajo con este discurso, la mayoría de ellos actuando en institutos de todo el país, y sabe bien cómo llevar a su terreno a los despistados del patio de butacas, implicándoles en su narración y escuchando sus preguntas y dudas.
Es un texto duro y violento, lleno de palabrotas, que, según cuenta, nace de la rabia de estar inmerso en un sistema que nos hace girar en torno a la idea de ese amor romántico en el que el hombre es el fuerte que nunca puede llorar ni mostrar sus sentimientos y la mujer la ‘princesa’ débil que necesita ser rescatada siempre.
Con él busca concienciar y cambiar conductas, y conseguir que los más jóvenes se den cuenta de cuándo se está traspasando la línea del maltrato y la violencia para frenarlo y evitar que se alargue en el tiempo, algo que ella no supo ver en su momento.
¿Cuál fue el detonante que le impulsó a convertir su experiencia en una representación teatral?
Desde que llegué al despacho de Mª Carmen, mi psicóloga, hasta que se pone la obra en funcionamiento, pasé por un camino tormentoso, de no querer reconocer que había sido maltratada, de tener mucho miedo, de pensar que una chica tan empoderada como yo no podía haber pasado por eso, que tenía que haber sido un error… Porque yo fui a la terapia obligada, me llevaron mis amigas al centro de la mujer después de sufrir un shock de estrés postraumático.
Ver la realidad me llenó de rabia, de coraje, de mucha tristeza, de entender por qué no quería tener relaciones amorosas con otras personas. Y sirvió también para empezar nuevos proyectos.
¿Qué tipo de proyectos?
Lo primero, hace 20 años, fue una exposición de fotos, después un taller y finalmente el monólogo. A lo largo de ese tiempo fue decisivo mi viaje a El Salvador, donde me fui a vivir en 2007 hasta 2015. Dio un giro radical a mi vida, no solo en el personal (allí conoció a su actual marido).
Estar allí me ayudó a reconocerme como victimaria, a ver que a los maltratadores no se les puede cambiar desde una imposición. Y también me hizo darme cuenta de los lugares de privilegio y de poder que existen, pude contactar con lo humano y analizar de cerca la violencia, por las problemáticas que atenazan este país.
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Ahora gran parte de la labor que realiza se lleva a cabo en institutos españoles bajo demanda, donde interpreta su monólogo. ¿Qué respuesta recibe de los adolescentes?
El público adolescente me apasiona, me gusta involucrarme con una era que es compleja, tan poco querida a veces. De todas las representaciones que hago saco siempre algo positivo, a pesar de que no siempre la charla es fluida. Pero me suelo quedar con todo lo que pasa después de la representación, el debate que tengo con los alumnos y las charlas posteriores, donde me suelen hacer preguntas muy potentes.
Teniendo en cuenta sus reacciones ante el monólogo, ¿cómo han evolucionado estos adolescentes a lo largo de los años que lleva trabajando con ellos?
Pues lo cierto es que hemos pasado de una apertura increíblemente grande a una tremenda cerrazón desde hace unos cinco años. Cuando yo empecé en 2003 había algún chico que, muy de vez en cuando, te hacía frente. Eran muchos más los que se hacían preguntas y se daban cuenta de una realidad que no habían visto hasta ese momento: que hay hombres que maltratan a mujeres.
Por aquel entonces no teníamos el discurso que se ha instaurado ahora de que hay mujeres que maltratan a hombres, eso lo empezamos a oír a partir de 2012. Y del 2018 en adelante ha sido brutal. De hecho, estos tres últimos años después de la pandemia hemos ido a peor, con mensajes antifeministas, muy violentos, lanzados con mucho desprecio y poca empatía.
¿Hay algún ejemplo que nos pueda contar?
Para empezar, hace 20 años me encontraba con hombres que lloraban cuando yo les contaba mi experiencia, que se daban cuenta de que había mujeres que vivían ese horror todos los días en sus casas, que las matan solo por ser mujeres. El impacto entonces era mayor. Y ahora cada vez gana más peso el ‘bueno, también mueren hombres’. Los que defienden este discurso no se dan cuenta de que no se trata de comparar a quién matan más y a quién menos.
En cualquier caso, el progreso positivo hasta 2018 lo íbamos notando a cada instituto que llegábamos. Cada vez había más programas de coeducación en los que el profesorado estaba muy volcado en conjunto: te encontrabas más murales de mujeres que han hecho historia, aquellas no nombradas, campañas promovidas por los propios chicos, canciones de rap… se notaba en el ambiente que íbamos por el buen camino. Pero ahora eso está cambiando, te puedes encontrar con algún profesor que lo promueva, pero el trabajo conjunto del equipo docente se está perdiendo. La involución ha sido notable.
En mi primera representación rompí a llorar y los alumnos se levantaron a abrazarme. Ese abrazo me reafirmó en que debía seguir adelante, que podía ayudar a muchos adolescentes dándoles la información que yo no tuve.
En su opinión, ¿cuál ha sido el detonante que ha provocado esta involución?
Por un lado, tenemos a una juventud perdida, que desconfía, que ve que no hay unión para tomar ciertas decisiones en el entorno del feminismo. Por otro, la división del movimiento feminista no está ayudando nada. Y a todo ello se suma el auge de la ultraderecha y los bulos que han ido propagando sus miembros. Han seguido la técnica de Hitler y Goebbles de que una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en verdad, creando leyendas urbanas que no son reales.
Tenemos mensajes neoliberales que corren por las redes sociales sin control y que se terminan transformando en la mayoría de los casos en discursos de odio. Un discurso de odio que, por otra parte, está siendo legitimado por una parte de la población, eso es lo más grave de todo. Porque va a terminar desembocando en una paliza, como las que me llevan a mí diciendo que me van a dar desde hace más de dos años, o en un asesinato, como el que sufrió Samuel Luiz a grito de ‘maricón’. Hasta que no maten a una feminista no se van a tomar cartas en el asunto.
Se ha enfrentado a varias denuncias, así como al acoso a través de redes sociales. ¿Sigue recibiendo amenazas?
La verdad es que los dos últimos años han sido muy intensos. He pasado por situaciones complicadas y como yo, muchas otras compañeras, aunque conmigo ha sido más sonado porque estoy trabajando con menores. De hecho, a algunas de ellas les ha costado la vida, como a Berta Cáceres en Honduras.
Lo peor de todo es no sentirte escuchada cuando buscas ayuda, porque me están diciendo que me van a matar, incluso amenazan a mi familia, y lo único que consigo es un consejo: que lo deje pasar, que es una niñería. Pero, aunque tú bloquees o ignores los mensajes, el discurso de odio se queda ahí, flotando en el ambiente.
¿Qué le da las fuerzas para seguir adelante?
Lo primero es el montón de gente que me acuerpa, el equipazo con el que trabajo y mi gente más cercana. Sé que no estoy sola, aunque aparentemente es lo que parece, porque salgo sola al escenario a representar un montón de personajes, pero estoy rodeada de gente muy bonita.
También me empuja ver a otras compañeras activistas feministas que se están enfrentando a un montón de violencia. Y las experiencias positivas y los mensajes que me llegan, en persona y en las redes, de personas que me dicen que mi monólogo les ha abierto la mente, que les ha cambiado la vida.
Y me gusta recordar mi primera representación, que fue en un instituto de Torrox, en Málaga. En mitad del monólogo rompí a llorar al recordar mi experiencia y el grupo de alumnos con el que estaba se levantó a abrazarme. Ese abrazo colectivo fue el que me reafirmó en que debía seguir adelante, que podía ayudar a muchos adolescentes dándoles la información que yo no tuve y que me habría ayudado a ver las cosas que tenía con aquel primer novio de otra manera.