Capitalism with Chinese Characteristics. Entrepreneurship and the State

HAZ25 octubre 2010

Yasheng Huang. Cambridge University Press, 2008 (2010).

China sigue suscitando un enorme interés pero son muy pocos los libros que aportan un análisis basado en una investigación minuciosa. Éste es uno de ellos. Yasheng Huang, uno de los especialistas más autorizados, utiliza fuentes nunca estudiadas: instituciones, políticas de los estamentos oficiales, documentos bancarios, comportamiento de los agentes económicos y estadísticas como los ingresos por familia. Rechaza utilizar el PIB per cápita como medida de bienestar y critica la manera de presentar este índice por el Banco Mundial. Como prueba advierte que el ingreso doméstico por familia descendió dramáticamente en los noventa, a pesar de que el PIB creciera.

Su tesis niega la opinión común de que China ha venido reformando gradualmente su economía. Por el contrario, destaca dos fases contrapuestas: la primera en los 80 protagonizada por la libre iniciativa empresarial en el marco de una incipiente economía de mercado, y la fase posterior desde los 90 en que se revierte esa tendencia y se instala un capitalismo de estado, modelo imperante hoy. Ambas opciones presentan consecuencias muy dispares que invitan a la reflexión sobre qué entendemos por desarrollo.

Huang demuestra que la más remarcable reducción de la pobreza en China se produjo entre 1980 y 1988, época en la que tácitamente se permitió el florecimiento de la libre empresa en el ámbito rural. Se trataba de actividades no necesariamente agrícolas, sino industriales y de servicios, fundamentalmente a través de las llamadas empresas municipales –en su mayoría empresas genuinamente privadas. Una actividad transformadora que ofreció oportunidades a quienes estaban más predispuestos, los campesinos en los escalones más bajos de la sociedad, por entonces con una formación más adecuada que la actual.

En aquel momento la inversión y el comercio exterior eran casi inexistentes. En cuanto a la importancia del sector rural, recordemos que China, incluso hoy, es predominantemente un país rural.

Pero a partir de los incidentes de Tiananmen en 1989 se desencadenó un drástico giro de timón penalizando la libre empresa, ahogando su financiación y fiscalizando el campo en favor de las zonas urbanas, con un peso mayor del Estado y su intervención en la economía. Miles de aquellas empresas cerraron. Y la educación y sanidad en el campo empezaron a ser gravadas.

Esto provocó un atraso sustancial en las fortunas de millones de campesinos –hecho que ha pasado desapercibido a los observadores extranjeros–, forzados a emigrar y a competir como asalariados en las fábricas de las regiones costeras, propiciando condiciones a la baja y coadyuvando a un nuevo paradigma económico. Aunque bajo el liderazgo de Hu Jintao y Wen Jiabao, desde 2003, se ha intentado paliar la situación, ésta ha continuado deteriorándose.

El analfabetismo creciente y el deterioro de la sanidad son la más tangible evidencia de las políticas contrarias a la libre empresa y que castigaron al campo en beneficio de la ciudad. Entre 2000 y 2005 el número de analfabetos adultos aumentó de 85,07 millones a 113,9 millones. Y otra consecuencia esencial, la ruptura del equilibrio social: China es uno de los países con mayor desigualdad entre sus habitantes, en 2006 el índice Gini alcanzó 49,6, ahora prácticamente superando los niveles de desigualdad de Latinoamérica.

La excepción en aquel descalabro fue la provincia de Zhejiang, especialmente Wenzhou, al sur de la misma, y de donde proceden la mayoría de los chinos residentes en España. Su municipalidad aseguró el apoyo financiero a los pequeños empresarios, continuando el modelo de iniciativa privada, y hoy son los más prósperos de China, dirigiendo inversiones en todo el mundo. En menor medida, se citan los ejemplos de Guangdong y Fujian.

Algunas señas de identidad de las políticas estatistas de los noventa son conocidas: masiva inversión extranjera y fabricación orientada a la exportación. Otras quizás no. El estado no ha dejado de crecer. No sólo en adquisición de activos fijos. La burocracia se ha doblado en las dos últimas décadas. Así como el número de funcionarios, alrededor de 1 por cada 25 ciudadanos, y sus sueldos. La protección de la empresa pública en todas sus posibilidades. Otras características, la confiscación de tierras en beneficio de inmobiliarias bien conectadas y corrupción de proporciones gigantescas.

La paradoja de la «privatización» de los 90 ofrece un contraste entre las percepciones en el exterior y la realidad. Huang explica que la privatización se limitó a aquellas pequeñas empresas con mayores cargas laborales y que perdían dinero. Entre 30 y 40 millones de trabajadores fueron despedidos. Se mantuvieron determinados sectores –cerrados a la competición privada– y las grandes corporaciones.

Criticando la fascinación de los occidentales por las empresas abanderadas del nuevo capitalismo chino, como Lenovo, Huang desvela que tanto Lenovo como Sina, UTStarcom, AsiaInfo, Haier, Galanz, Wahaha y Ting Hsin no son chinas, sino empresas incorporadas en Hong Kong u otras jurisdicciones luego registradas en China como sociedades 100% extranjeras. La titularidad de Huawei, quizá la empresa «privada» más exitosa, es completamente opaca. Las grandes empresas chinas son estatales, abiertamente, como las petroleras y los bancos, o controladas directa o indirectamente por el Estado. Es un hecho que el sector público supera claramente al privado, aunque el porcentaje es debatible.

La quinta esencia de este capitalismo de estado es Shanghai, visible como sede de las multinacionales extranjeras y con el proletariado mejor pagado de China. Pero detrás de los rascacielos, las tiendas de lujo y los bares nutridos por extranjeros se encuentra otra realidad. El número de empresarios locales en Shanghai es menor que en la más atrasada de las provincias chinas. Los hijos de los emigrantes no tienen acceso a la educación y los pobres en Shanghai son hoy todavía más pobres.

Las consecuencias de la supresión de la iniciativa privada y de la represión del campo en favor de la ciudad no son sólo la desigualdad o la falta de oportunidades, también las crecientes tensiones sociales y la disminución de la productividad. Pero Huang destaca la sanidad y el deterioro de la educación como el legado más oneroso de estas políticas. A lo largo de su estudio Huang aviva el debate sobre el desarrollo.

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