El 'bono cultural' ineludible: la conciliación cultural

A finales de verano saltaba la noticia: el gobierno de Italia regalará 500 euros para gastar en cultura a cada italiano que cumpla 18 años en 2016. A falta de mayores detalles, se sabe que este “bono de la cultura” se podrá utilizar a partir del 15 de septiembre en entradas a museos, teatros, cines, yacimientos arqueológicos, conciertos, ferias o libros.

Ante tal asunto, no han tardado en aparecer numerosos artículos, declaraciones políticas y reacciones en redes sociales alabando la iniciativa y expresando la necesidad de que también se implantaran medidas similares en España. Pero lo cierto es que acciones de este tipo ya se han puesto en marcha aquí desde hace años, algunas de las cuales continúan vigente y otras, no.

En el año 2009 -y “a la italiana”, con la llegada de la mayoría de edad- la Junta de Andalucía fue la pionera en impulsar una acción similar, regalando 60 euros a los andaluces que cumplían 18 años para que lo gastaran en discos, libros, entradas para conciertos y museos. Tras tres años en funcionamiento dicho bono fue eliminado en 2012, un año después de la supresión también de otro producto similar: el Kit cultural para nuevos andaluces, consistente en una serie de materiales que se distribuían a los recién nacidos en hospitales andaluces y se destinaban a fomentar la lectura en el ámbito de sus familias.

En 2009, mismo año que lo hiciera la Junta de Andalucía, el Gobierno Vasco lanzó meses después su Bono Cultura, un producto mejorado, ya que no era tanto una dotación directa al cliente juvenil, sino una subvención al gasto dirigida a todos los segmentos de edades. Su implantación coincidió con un cambio de poder en el gobierno regional, y su eliminación en 2013, con la llegada de otra nueva fuerza política a la Lehendakaritza.

Paralelamente a que el Gobierno Vasco suprimiera su bono y también cerrara el club de consumo cultural KulturTICK -creado como complemento a la iniciativa del bono e inspirado en el Club TR3SC catalán- la Diputación Foral de Bizkaia lanzó en 2013 su Bizkaiko Kultur Txartela.

De manera similar, y también tras otro cambio de poder político, en 2015 la Diputación Foral de Gipuzkoa imitó la iniciativa, lanzando su Bono Cultura. Es de destacar que, al igual que también lo hiciera el bono del Gobierno Vasco en 2009, el lanzamiento de los bonos culturales de las diputaciones vascas se hace coincidir con el arranque de la campaña comercial navideña.

Los casos de Andalucía y País Vasco –con sus idas y venidas políticas y presupuestarias– ponen de manifiesto la alta volatilidad de este tipo de iniciativas. Pero, pese a la inestabilidad de este formato de acciones en cultura, en la actualidad son varias las administraciones españolas que mantienen medidas similares y que, dadas las reacciones habidas con el bono italiano, no parecían ser demasiado conocidas más allá de sus circunscripciones y locales beneficiarios.

A las actuales “txartelas” vizcaína y guipuzcoana, se suma la expedida por la Junta de Extremadura -el Bono cultural 2016 impulsado con el objeto de animar a los jóvenes a comprar libros, entradas al cine, al teatro, prensa o música.

De igual manera, el Ayuntamiento de Santander –de la mano de la Fundación Santander Creativa– promueve desde 2015 su Bono cultura, también dirigido a jóvenes clientes y puesto en marcha –como en casos anteriores– a petición de las empresas del sector, en este caso de la Plataforma de Empresas Culturales de Cantabria.

A estas administraciones se suma la Xunta de Galicia, que desde el año 2015 también está impulsando la Tarxeta-bono Cultura Galega con una marcada vocación de impulsar la cultura local.

Por su parte, la Generalitat de Catalunya ofrece en la actualidad una subvención al gasto llamada Escena 25, para que jóvenes de entre 18 y 25 años asistan a espectáculos de artes escénicas por un máximo de 10 euros la entrada. También apoya la iniciativa Club TR3SC –con un concepto que incluye cultura, ocio y experiencias de turismo- y que en su origen sirvió de inspiración al ya clausurado club de consumo cultural KulturTICK vasco.

Pese a que se han implantado más iniciativas similares a lo largo y ancho del Estado español lo cierto es que, si este tipo de medidas no se presentan acompañadas de otras complementarias en las que la ciudadanía se convierta en su motor y soporte futuro, es muy probable que contengan un alto potencial de fracaso.

En el feliz (y muy raro) caso de que hubiera voluntad política de mantener acciones de apoyo a la cultura implantadas por equipos de gobierno anteriores, son tantas las aristas que hay que tener en cuenta a la hora de abordar una medida de tales características que si no existe un marco macro estratégico diseñado para la cultura, los bonos culturales tan solo serán parches en un contexto que sin embargo necesita estructura estratégica en forma de políticas culturales.

Ayudar a quien menos lo necesita

Llama mucho la atención que, al igual que la medida italiana, la mayoría de las acciones impulsadas desde las distintas administraciones españolas –a excepción de la del Gobierno Vasco y la de Guipúzcoa– coincidan en señalar a los jóvenes como los beneficiarios (pretendidamente necesitados) de ser subvencionados para comprar determinados productos culturales.

Sin embargo, una consulta a los resultados de la última Encuesta de Prácticas y Hábitos Culturales en España 2014-2015, pone de manifiesto que los jóvenes de entre 15 y 24 años en España son la franja de edad que más participa y disfruta de la cultura:

“Los jóvenes presentan las tasas de participación cultural más altas prácticamente en todos los ámbitos culturales: visitan más museos, monumentos, asisten más a espectáculos escénicos o musicales, leen más, van más a bibliotecas, realizan más prácticas culturales activas. Esta altísima participación va decreciendo, con mayor o menor intensidad, al aumentar la edad de forma sistemática. Sin duda el nivel de estudios es la variable más determinante en la participación cultural, ascendiendo ésta de forma sistemática con él”.

Vistos los datos, no parece que debiera ser una prioridad incentivar el disfrute de la cultura de quienes ya más lo hacen -los jóvenes- frente al de personas de edades superiores. ¿Por qué, pues, ese interés por fomentar el “consumo” cultural de este grupo concreto de edad? ¿A quién se beneficia realmente? ¿De qué otras partidas presupuestarias se detraen esos fondos? Estas son algunas de las cuestiones a tener en cuenta cuando se plantean este tipo de medidas.

Lo cierto es que cualquier iniciativa que una a jóvenes y a cultura (dos elementos “estrella” del buenismo) parece que siempre será aplaudida, y eso, los políticos lo saben. Pero cuesta creer que -en España- un joven sin dinero no pueda acceder a ninguna experiencia cultural, habiendo como hay entre otros: bibliotecas, celebraciones populares, fundaciones y asociaciones culturales que alimentan con sus proyectos e iniciativas gratuitas la desigual y siempre mejorable geografía cultural del país. Eso, sin hablar de la infinidad de contenidos gratuitos, en formatos abiertos y de descarga libre, que se distribuyen en Internet.

Por eso habría que pensar que, más que a los clientes (los jóvenes), este tipo de medidas a quienes apoyan realmente es a los intermediarios. Los beneficiarios son, no sólo los jóvenes que reciben la ayuda, sino -muy importante- los demás agentes mediadores: entidades bancarias, empresas de telefonía, discográficas, editoriales, productoras y pymes locales de la cultura que vendan los productos escogidos.

Así, en el caso de los bonos culturales ha sido clave un sector cultural organizado en lobbies de influencia. Porque una de las debilidades de la cultura española como sector es su enrocamiento en el eterno “¿Y qué hay de lo mío?”; y eso, los políticos, también lo saben.

Pese a la persistente tendencia a equiparar poder adquisitivo y acceso a la cultura, lo cierto es que este no es el mayor de los problemas para los jóvenes, pues a priori son precisamente quienes deberían tener menos poder adquisitivo pero quienes, de facto, acceden más.

Además, se da la circunstancia de que las medidas mencionadas no diferencian la renta de los potenciales beneficiarios, por lo que en muchos casos ayudarán a quien realmente no lo necesite.

Por si fuera poco, subvencionar el gasto tampoco tiene por qué significar un aumento del consumo cultural, sino que puede que éste simplemente sustituya las fuentes propias por parte del consumidor, por la subvención “ajena” (de los propios impuestos). Además, no hay que olvidar que el tan citado “IVA cultural” es en realidad un panorama de fiscalidad, diverso y ciertamente beneficioso para según qué sectores y muy perjudicial para otros.

Después de la aplicación del Real Decreto-ley 20/2012, de 13 de julio, de medidas para garantizar la estabilidad presupuestaria y de fomento de la competitividad, éste es el panorama fiscal en España en lo que se refiere a la cultura:

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Razones para no disfrutar de la cultura

Visto que los bonos culturales “a la italiana” no parecen ser la panacea de la salvación de la cultura en España y que los jóvenes no parecen ser el colectivo a quien haya que ayudar con mayor urgencia para acceder a la cultura, cabría hacerse preguntas de mayor calado ¿Qué es lo que hace que los ciudadanos españoles, cuanta mayor edad tengan, mayor dificultad muestren para disfrutar de la cultura?

La última Encuesta de Prácticas y Hábitos Culturales en España 2014-2015 refleja algunos datos sobre cuáles son los “motivos principales por los que no van, o no van más veces”: a la biblioteca, al teatro, a la ópera, al la zarzuela, al ballet/danza, al circo, a conciertos de música clásica, a conciertos de música actual, al cine, a espectáculos o festejos taurinos.

A la luz de los datos, se puede concluir que, de manera notoria, la falta de tiempo es una de las razones fundamentales por las que los españoles no disfrutan de la cultura, siendo los trabajadores de entre 35 y 54 años son quienes mayores dificultades muestran al respecto. Por tanto, no es el precio –pese a que sí tiene su importancia- lo que aleja a los españoles del disfrute de la cultura.

Sólo en el caso del cine -uno de los sectores culturales con mayor fuerza económica y presencia mediática en España- sí es el alto precio lo que se muestra como la razón principal por la que el 28,9% de la población dice no asistir a las salas. A este motivo le sigue la falta de tiempo aducida por el 25,5% de los españoles que, como en casos anteriores, son los trabajadores y la mediana edad quienes más citan la falta de tiempo.

Pero puede que, precisamente por la fuerza política y mediática de este sector, exista la impresión general de que el precio –vinculado a la subida del IVA para las salas de cine- sea la razón que aleja a los ciudadanos de las salas.

Sin embargo, las estadísticas reflejan que en el caso, por ejemplo, de los teatros –que han experimentado la misma subida de IVA que las salas de cine– el mayor porcentaje de personas que no acuden o no acuden más coincide en ser quienes afirman no tener tiempo (23,4%), frente a un 19% que afirma que no lo hace porque es caro. Nuevamente, de entre quienes dicen no tener tiempo, son quienes trabajan los que muestran un porcentaje mayor de inasistencia (31,3%) y también son los de 35 a 54 años quienes revelan mayores dificultades.

Similares datos ofrecen bibliotecas y conciertos de música actual. En este último caso, la razón principal para no asistir reflejada por los encuestados (24,7%) es la falta de tiempo, seguida de quienes consideran que es caro (21,3%) Igualmente, persiste el patrón en cuanto a edad y situación laboral de entre quienes dicen tener menos tiempo.

Si además de los indicadores de falta de tiempo, edad y situación laboral, se incluye la situación personal de los encuestados -el porcentaje de la población con hijos menores de 18 años que no tiene tiempo para asistir a los eventos culturales- el resultado es incontestable.

Otra cuestión a tener en cuenta –y diferente al factor precio-, es que la razón fundamental por la que los ciudadanos dicen no ir a la ópera, la zarzuela, los conciertos de música clásica, el circo, el ballet y la danza, no es el coste, sino porque sencillamente no les interesa, y esto sí es extremadamente grave.

Ante esta situación, habría que implantar con urgencia medidas de apoyo y puesta en valor de la cultura entre los ciudadanos (Vid. ‘Advocacy Toolkits’ para defender, apoyar y promover el valor de la cultura) y tal vez –¿por qué no?- restringir los bonos culturales a estos sectores complementando estas medidas con, por ejemplo, acciones estratégicas de “primera experiencia” que acerquen y favorezcan el acceso a los ciudadanos de entornos no habituales con el objeto de generar nuevos hábitos.

Un ejemplo de ello fue La taquilla del Barrio que, impulsada por el Ayuntamiento de Bilbao entre 2000 y 2007, acercaba a bilbaínos de todos los distritos la oportunidad de disfrutar, por ejemplo, de la ópera o de escuchar a la Orquesta Sinfónica de Bilbao por vez primera. Nuevamente, la iniciativa no sobrevivió a un cambio de gobierno.

Escribía Antonio Machado que “Sólo el necio, confunde valor y precio”. No perdiendo pues la perspectiva de que -por ejemplo- comprar un libro no es un derecho, sino que el derecho es poder leerlo, es urgente afrontar el acceso a la cultura desde otra perspectiva distinta a la habitual del precio.

Así pues, y al margen de populismos electorales y efervescencias fruto del “buenismo”, es necesario que desde las instituciones y las administraciones dispuestas a diseñar políticas culturales solventes, se de respuesta a una cuestión fundamental y difícil: ¿qué se puede hacer para favorecer el acceso a la cultura a los españoles de mediana edad, que trabajan y tienen hijos a su cargo y que, según las estadísticas, son el grupo que menos acceso tiene a la cultura? De esta solución depende la sostenibilidad de la cultura en España.

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