El modelo agrícola almeriense que podría funcionar en países en vías de desarrollo

La región española de Almería, al sureste de la Península Ibérica, consiguió exportar en su última campaña una masa de productos hortícolas por un valor de más de 2,2 millones de euros (según los datos estadísticos de Estacom), posicionándose como el mayor suministrador de hortalizas de la Unión Europea.
<p>Fuente: Clisol.</p>

Fuente: Clisol.

Lo sorprendente de esta ‘Huerta de Europa’ es que hace menos de cincuenta años era conocida por ser el escenario de los wésterns más taquilleros de Hollywood. Hoy, el viejo Oeste cinematográfico se ha convertido en el paradigma de la transformación del medio natural para beneficio de la sociedad, convirtiendo en productivo lo que era, a todos visos, irremediablemente yermo en 1960.

La historia de esta transformación radical comenzó con la intuición del Instituto Nacional de Colonizaciones de España de realizar los primeros cultivos bajo plásticos para protegerlos del castigo del jaloque, unos vientos de altas temperaturas que llegan a las costas europeas desde el Desierto del Sahara; además de la introducción de técnicas de recogida de agua para el mantenimiento agrícola.

Esto sentó las bases de una agricultura intensiva que iba sustituyendo los usos tradicionales. El punto de inflexión fue 1986. Con la entrada de España en el Mercado Común Europeo, se abrieron nuevas rutas de comercialización que fueron acompañadas de un cambio generacional en la dirección de las cooperativas agrícolas, que apostaron por la inversión en invernaderos más eficientes que permitieran abaratar los precios.

El siglo XXI trajo consigo la transformación de las estructuras de explotación, con la introducción de la agricultura integral, en la que los medios de producción se perfeccionan mediante semillas genéticamente modificadas, los métodos hidropónicos, el control biológico de plagas o la ventilación inteligente.

Ahora parece que llega el turno de la tercera generación que, a diferencia de sus padres y abuelos, han recibido una educación media y superior; una masa de ingenieros y empresarios educados en escuelas técnicas que deben hacer frente a la terciarización del sector.

Una de las agricultoras de segunda generación, que trabajaron en los invernaderos prosaicos y que los convirtieron al modelo industrial, fue María Dolores Gómez Ferrón, fundadora y gerente de Clisol. Una empresa de turismo agrícola que busca responder a los nuevos retos que presenta el sector, cada vez más alejado del consumidor final.

Para ello su actividad busca dar visibilidad a las técnicas agrícolas, valorizando la horticultura de alto rendimiento y reeducando a los consumidores en los procesos agrarios.

Almería ha sido duramente criticado por el uso indiscriminado de materiales no degradables para la explotación hortícola.

Uno de los grandes debates que se están manteniendo en Occidente es la sostenibilidad medioambiental, y el comúnmente llamado ‘mar de plástico’ de Almería ha sido duramente criticado por el uso indiscriminado de materiales no degradables para la explotación hortícola.

Gómez Ferrón, que responde a Revista Haz por teléfono, se queja de que estos juicios se realicen sin conocer las innovaciones tecnológicas que se incorporan en las instalaciones modernas, que están permitiendo mayor durabilidad y eficiencia de las cubiertas. Y a esto se añade la proliferación de empresas auxiliares dedicadas a la recuperación de residuos que llevan a cabo el reciclaje para aportar una segunda vida a estos materiales plásticos.

Esta mala fama, entre otras razones, fue lo que la impulsó a acercar la producción bajo plástico al consumidor final. Los grandes núcleos urbanos están demasiado alejados de la agricultura y existe, según la experta, desconocimiento de los procesos de crecimiento de las plantas, a los que se compara con el desarrollo vital de los seres humanos.

Centrados en la difusión, Clisol ha colaborado con medios internacionales como la BBC o Discovery Inc., pero también participa en numerosos proyectos internacionales como Fertinnowa, una iniciativa comunitaria que busca crear una plataforma de intercambio de conocimientos para evaluar las tecnologías punteras de los cultivos fertilizados. Esta comunidad ha permitido conectar a los investigadores de toda Europa con los propietarios de las industrias agrícolas, actores directos de los métodos de producción.

Una de las claves para el éxito socioeconómico del mundo invernadero es que está formado por cientos de empresas familiares que han convertido Almería en una de las provincias con más ímpetu empresarial del mapa español. Teniendo en cuenta este éxito, cabría preguntarse si es posible exportar a otras regiones deprimidas del mundo este modelo empresarial o qué contexto sería necesario para que esto sucediese.

Una de las claves para el éxito socioeconómico del mundo invernadero es que está formado por cientos de empresas familiares.

Desde Almería se insiste en la importancia del estudio previo de los factores de producción y que el crecimiento comience desde el núcleo familiar. Se rechazan los métodos con que muchas veces se ha intentado implantar, como en los casos de los países del Golfo Pérsico, donde las instalaciones más vanguardistas exigen un gasto energético descomunal que hacen inviable los proyectos. “Desde abajo y estudiando los elementos estructurales” parece ser la premisa necesaria para la viabilidad.

Respecto al contexto, “es imprescindible que exista un mercado accesible en el que comercializar unos productos competitivos tanto en precio como en calidad; sin el proceso de creación de la UE hubiese sido mucho más complicado generar los canales comerciales que sostienen el desarrollo almeriense”, explica Gómez Ferrón.

Pero no todo son luces, ya sea por la necesidad de mantener los precios competitivos o por la falta de mano de obra autóctona. Almería se convirtió a partir de los años noventa en un foco de recepción de inmigrantes que trabajan por poco dinero. Esto impulsó zonas de exclusión e imágenes de gran desigualdad en el mismo municipio de El Ejido, principal centro de estas empresas agrícolas. En el corto plazo se dieron movimientos violentos entre los dos grupos sociales y a medio aún no se ha conseguido estabilizar las poblaciones de inmigrantes ilegales que se mantienen sin luz eléctrica o agua corriente.

El caso almeriense es definitivamente un caso excepcional, en el que la estadística muestra que, de media, cada 2,2 hectáreas existe un propietario y cada invernadero genera al menos dos puestos de trabajo. Es singular observar cómo se ha desarrollado todo un sector económico a partir de los núcleos familiares de la región, cuya producción de hortalizas bajo plástico ha permitió el abastecimiento a las grandes sociedades urbanas de productos de alta calidad a precios bajos.

Eso sí, todavía está por ver cómo serán capaces de adaptarse a los retos del presente y los futuros, como las grandes bolsas de marginalidad social y la obligada vinculación al sector servicios.

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