Damian Von Stauffenberg: “La Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) se ha convertido en una seria amenaza para las microfinanzas”

HAZ1 junio 2007

Damian von Stauffenberg, presidente de MicroRate, la principal agencia de rating de instituciones microfinancieras, es, sin duda, una de las personas que mejor conoce el sector de las microfinanzas. En los últimos diez años MicroRate ha evaluado más de 300 instituciones microfinancieras en América Latina y África, lo que proporciona a esta organización una información única sobre la naturaleza y las principales magnitudes y tendencias de esta naciente industria.

Damian, de nacionalidad alemana, antes de fundar MicroRate trabajó durante dos décadas en la Corporación Financiera del Banco Mundial (IFC). Aprovechando su participación en la Jornada sobre Inversiones Socialmente Responsables, organizadas por CE y el BBVA, decidimos preguntarle sobre la situación del mercado de las microfinanzas.

Las microfinanzas han experimentado en los últimos años un desarrollo espectacular, pero lo cierto es que este mercado sigue siendo todavía muy desconocido. El término microcrédito, por ejemplo, se aplica indistintamente tanto a los créditos concedidos a microempresarios en América Latina como a los préstamos otorgados por las obras sociales de las Cajas de Ahorro a diferentes colectivos, realidades que no guardan ninguna relación.

En efecto, como señalas, las microfinanzas están disfrutando de una popularidad sin precedentes, y esa popularidad hace que el término microfinanzas se aplique a realidades muy distintas.

Cuando hablamos de microfinanzas no nos referimos, principalmente, a la prestación de servicios financieros a los pobres ni tampoco a la concesión de créditos de pequeña cuantía, sino a un fenómeno específico que se está desarrollando a gran velocidad en los países menos desarrollados. Pero quizá sea bueno explicar por qué los países menos desarrollados constituyen un campo fértil para las microfinanzas.

Hoy en día más de la mitad de la población económicamente activa de América Latina no tiene un empleo formal, trabajan en la economía informal. La situación en Asia y África es incluso peor. Para tratar de sobrevivir y conseguir alimentar a sus familias, más de mil millones de personas tienen que discurrir cada día cómo generar dinero. ¿Qué es lo que hacen? La mayoría de ellos se dedican a la venta de productos o la prestación de pequeños servicios. Una persona puede comprar una cesta de naranjas o un cartón de tabaco y vender los pitillos de uno en uno, o limpiar zapatos en un parque.

Las variantes son infinitas, pero todas tienen un rasgo en común: la puesta en marcha de un pequeño negocio (microempresa) que permite generar algo de dinero y alimentar a la familia. La banca convencional en los países menos desarrollados no presta a los pobres, sólo prestan servicios a la economía formal. Como los pobres no pueden acudir a los bancos dependen de los «usureros».

Nuestro vendedor de naranjas, por ejemplo, pedirá un préstamo de 20 dólares por la mañana para comprar dos canastos de naranjas y por la noche, una vez vendidas las naranjas, restituirá al «usurero» 25 dólares. Los «usureros» cumplen un rol importante, prestan a los pobres para capital de trabajo cuando nadie quiere hacerlo.

Pero el problema es que el interés es altísimo, alcanzando unas tasas anuales del 500%, 1000% o incluso más. La solución pasa por encontrar una vía que permita prestar a los microempresarios productivos de manera tan eficiente y próxima como los usureros y a un interés mucho menor. Pues bien esa vía es la que han desarrollado las instituciones microfinancieras. Pero fíjese que he dicho microempresarios «productivos».

Las microfinanzas no implican prestar servicios financieros a los pobres sino prestar para actividades productivas. Esta característica es la que distingue al microcrédito del crédito al consumo.

Antes de prestar una institución microfinanciera ha de asegurarse de que el prestatario tiene un negocio que le va a generar el suficiente flujo de caja para poder devolver el préstamo.

Otro de los problemas relacionados con el éxito de las microfinanzas, es la cantidad de organizaciones que incursionan en este sector sin dominar la tecnología microcrediticia y, sobre todo, con enfoques muy asistencialistas que terminan subsidiando el crédito y poniendo en riesgo la sostenibilidad de la institución, un ejemplo de ello son las Cajas de Ahorro en nuestro país.

Es cierto, todavía hay muchos programas de microfinanzas que se ven a sí mismos como una actividad más filantrópica que comercial. La mayoría de esos programas dependen o se apoyan en los subsidios, pero la buena noticia es que esos programas e instituciones apenas tienen peso en la financiación del sector microfinanciero. La razón es muy sencilla: los programas subvencionados sólo pueden crecer al ritmo de las subvenciones. Las instituciones microfinancieras comerciales, sin embargo, crecen al ritmo marcado por la rentabilidad de sus operaciones financieras.

Si uno tiene a la vista la magnitud y dimensión del sector informal en seguida se da cuenta que el subsidio no puede ser la respuesta. Sólo una financiación comercial puede proporcionar las enormes cantidades de dinero que demanda el sector de las microempresas productivas.

Buena prueba de ello es el espectacular crecimiento que han experimentado las Instituciones Microfinancieras (IMFs) comerciales en América Latina. MicroRate viene evaluando desde hace diez años a las principales IMFs en la región. Nuestro trabajo nos ha permitido elaborar un ranking con una muestra significativa de 40 IMFs. Pues bien, esas 40 instituciones manejan actualmente una cartera de más de 7 mil millones de dólares. Estas son las instituciones que están marcando la diferencia, creando una verdadera industria y, sobre todo, mostrando que las microfi- nanzas son un negocio rentable.

¿Ese crecimiento entiendo que ha llevado a muchas instituciones y grupos a constituir fondos que faciliten el acceso a los capitales de las IMFs?

 Así es; en los últimos años estamos asistiendo a la creación de diversos fondos de inversión y otros «vehículos» financieros similares que han visto en las microfinanzas un sector atractivo para invertir. Un reciente estudio elaborado por MicroRate muestra que a finales del 2005 existían 54 fondos de inversión especializados en microfinanzas que habían invertido cerca de 1.000 millones dólares, lo que supone un crecimiento del 91% respecto al año anterior. La composición de la cartera de esos fondos es un 76% deuda, un 23% capital y 1% garantías.

¿Y cuál es el papel que están jugando las agencias de desarrollo y los organismos multilaterales de ayuda en un escenario donde el sector privado está entrando con fuerza en el sector de las microfinanzas? Pues lamentablemente no es muy bueno.

En lugar de retirarse y dejar que las instituciones privadas y el mercado financien a las IMFs más solventes, están aumentando su financiación a esas organizaciones. El sentido común aconseja que el papel de las organizaciones de desarrollo sea el de catalizar la fi- nanciación privada y no competir con ella. Su misión las exige tomar riesgos invirtiendo en áreas más desatendidas o ayudando a las IMFs más débiles, es decir, llegando donde el sector privado todavía no puede llegar y facilitándole su camino. Pues bien, en lugar de seguir esta política la realidad muestra que están invirtiendo en las IMFs más sólidas y solventes desde el punto de vista financiero y, además, muchas veces prestando a tasas subsidiadas.

Lamentablemente la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) es el principal exponente de esta política. La AECI se ha distinguido en el mundo de la cooperación al desarrollo por prestar a las mejores instituciones y hacerlo a tasas muy subsidiadas. El único criterio que parece seguir en su política es colocar préstamos y hacerlo de manera muy rápida. Está claro que al hacerlo así probablemente cumple con los objetivos de política presupuestaria que le obligan a desembolsar anualmente una serie de cantidades pero, desde el punto de vista del desarrollo, la AECI se ha convertido en una seria amenaza para las microfinanzas.

Por Javier Martín Cavanna
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