¿En qué piensan los mecenas?

Hay dos formas de enfrentarse con la realidad. Se puede intentar comprender lo bajo a la luz de lo elevado o lo elevado a la luz de lo bajo. Haciendo lo segundo necesariamente deformamos los planos superiores, mientras que haciendo lo primero no privamos a los planos inferiores la libertad de revelarse tal y como son.

Los economistas han optado desde hace tiempo por la primera alternativa y, armados con sus teorías y modelos, nos quieren convencer de que la racionalidad humana se guía por motivaciones basadas, principalmente, en el do ut des. El razonamiento de estos «científicos» es, ciertamente, sorprendente: en lugar de pararse a contemplar la realidad y tratar de comprenderla, optan por moldearla para encajarla en sus estrechos patrones.

Como la explicación de los actos de liberalidad escapa a su tosca imaginación, intentan, sin éxito, forzar su naturaleza justificándolos en razón de los incentivos fiscales. No consiguen entender cómo alguien puede dar sin esperar nada a cambio.

Cuando el 25 de junio de 2006 Warren Buffet anunció su decisión de donar a la Fundación Bill y Melinda Gates el 80% de su fortuna, valorada entonces en 40.000 millones de dólares, la explicación que ofrecieron es que debía existir algún acuerdo bajo cuerda, un as escondido en la manga. No es «razonable», argumentaban, que una persona se desprenda en vida de esa fortuna. Todavía hoy siguen indagando los motivos, tratando de descubrir alguna intención oculta y torcida.

Pero la explicación de Buffet es muy sencilla: «Cuando decidí donar mi dinero, me di cuenta que había una fundación excelente manejada por Bill y Melinda Gates, a los que conozco y admiro desde hace tiempo. Si mi objetivo es dar dinero a la sociedad para tratar de resolver algunos de los problemas más graves que sufre por la falta de recursos, qué mejor solución que entregarlo a una pareja joven, comprometida, excepcionalmente brillante, y que con su fundación están consiguiendo unos resultados y un impacto extraordinarios».

La principal motivación para donar de Buffet fue contribuir a resolver un problema social, y por esa razón eligió una organización que le ofrecía confianza y resultados. Buffet no perdió un minuto en analizar las posibles deducciones o ventajas fiscales que podrían derivarse de su decisión de donar. Es más, él mismo escribió en The New York Times un artículo (A minimun tax for the wealthy, 25.11.2012) denunciando que los ricos pagan muy pocos impuestos y proponiendo una tasa del 30% para la rentas entre 1 y 10 millones de dólares anuales y del 35% para las que superen los 10 millones de ingresos anuales. Pagar impuestos es un grave deber cívico, especialmente en épocas de crisis.

Los abogados de Buffet, sin embargo, sí que dedican tiempo a intentar disminuir la carga fiscal de su jefe. Se les paga para que piensen así. Pero, si queremos persuadir a los mecenas, nuestra obligación es pensar como ellos, no como sus abogados, ni como sus administradores, ni tan siquiera como sus hijos. Si no sabemos lo que piensan, lo más práctico es preguntarles.

La mayoría de los estudios y voces que reclaman una modificación de la actual Ley de Mecenazgo no proceden de los mecenas, sino de los gestores de sus fundaciones y de sus herederos. No hay que prestar mucha atención a ninguno de los dos grupos. Los gestores de las fundaciones y patrimonios siempre van a optar por reclamar mayores beneficios fiscales en lugar de mostrar los resultados de su gestión. En cuanto a los hijos y nietos de los mecenas, hay que evitar malcriarlos. No es nada fácil ser rico y, además, buen padre de familia. El gran riesgo de las familias ricas es alumbrar «niños de papá».

Se cuentan con los dedos de una mano las grandes fortunas que han sabido transmitir a sus futuras generaciones las virtudes de la liberalidad. Yo solo conozco dos casos: la familia Carvajal en Colombia y la familia Brenninkmeijer en Holanda.

En España no tenemos ningún ejemplo, y tengo serias dudas de que exista alguno en los EEUU. Por eso, el segundo hombre más rico del mundo, cuando explicó a la selecta audiencia de padres inmensamente ricos congregada en la New York Public Library la decisión de legar su fortuna, les transmitió este consejo: «No quiero maleducar a mis hijos. Creo en la meritocracia. Mis hijos han tenido todas las oportunidades y ventajas en términos de educación y del ambiente en el que han crecido, y no me parece ni justo ni racional llenarles de dinero. Las herencias dinásticas solo consiguen descompensar el juego». Por supuesto Buffet no dejó a sus hijos mal equipados para el futuro, pero también en esto siguió su instinto de inversor. En lugar de dejarles el dinero a ellos, se lo legó a las fundaciones de sus hijos: ellos también tienen que devolver a la sociedad parte de lo que han recibido.

Comentan los testigos que, al terminar su alocución en la New York Public Library, se hizo un silencio, y los Gates (66.000 millones), los Ellison (41.000 millones), los Koch (31.000 millones), los Walton (28.000 millones) y los Bloomberg (25.000 millones), se miraron a los ojos, sonrieron, y, sin necesidad de decirse nada, se levantaron, exclamando interiormente: ¡Por fin alguien que nos entiende!

@jmcavanna
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