¡Qué gane el mejor!
En los últimos tiempos han surgido una serie de iniciativas que están cuestionando los modos tradicionales de hacer filantropía. Las Fundaciones ya no se limitan a repartir sus donaciones anuales. Quieren resultados.
El espectro de su ayuda no empieza y termina en la donación pura y dura. Es más amplio, incluyendo nuevas fórmulas como la donación condicionada a la consecución por parte del receptor de determinados objetivos económicos o cualitativos, o los préstamos sin interés o con un interés preferencial.
La última corriente son los «premios para incentivar».
Se convoca un premio sustancioso para incentivar a emprendedores para que presenten una propuesta innovadora con el fin de resolver un determinado problema social. A comienzos de año el excéntrico empresario Richard Bransom lanzó el «Virgin Hearth Challenge», ofreciendo 25 millones de euros a quien invente un método económica y medioambientalmente viable para reducir los gases con efecto invernadero en la atmósfera.
Los «premios con incentivos», a diferencia de otros premios cuya finalidad es reconocer una contribución o algún mérito, pretenden desarrollar mecanismos que generen incentivos para la solución de determinados problemas sociales. Matthew Leerberg, profesor de la Duke University, ofrece interesantes ejemplos en su reciente trabajo: «Incentivizing prizes: how foundations can utilise prizes to generate solutions to the most intractable social problems».
Estos mecanismos tienen además la ventaja adicional de que están abiertos a todo el mundo, no exclusivamente a un grupo de personas u organizaciones capaces de hacer propuestas.
El sector fundacional español, sin embargo, sigue con los enfoques y mecanismos tradicionales: financiando becas y exposiciones. Son muy necesarias las becas y las exposiciones, pero un poco más de innovación en este sector no vendría nada mal. Bienvenidos sean los incentivos.