¿Necesita Prisa una fundación para proteger su independencia?
En palabras de Cebrián al diario El País: “Me preocupa garantizar la autonomía e independencia editorial para que los equipos profesionales puedan trabajar en el mismo ambiente y en las mismas circunstancias que lo han hecho hasta ahora. En este mundo de fake news, estoy seguro de que los accionistas quieren respaldar medios de comunicación responsables que defiendan la libertad y los derechos democráticos”.
En favor de su tesis, al antiguo director de El País, citaba como ejemplos algunos medios de comunicación prestigiosos, como el periódico británico The Guardian, que constituyó un trust (figura con características similares a las de una fundación) o los acuerdos de accionistas del semanario The Economist, que reserva a determinados accionistas algunas decisiones, como el nombramiento del director y el del editor del periódico.
Los ejemplos anteriores son bastante conocidos en el sector. La Fundación Haz los ha recogido y explicado con detalle en su informe Primera Plana. Informe de transparencia y buen gobierno para garantizar la independencia y credibilidad editorial, publicado en septiembre del pasado año. En ese documento, en el que analizábamos las medidas para proteger la credibilidad e independencia de los veinte grupos de comunicación más importantes de nuestro país, afirmábamos que “si alguna conclusión general se puede sacar de este análisis es que la inmensa mayoría de los grupos de comunicación españoles carecen de procedimientos y políticas ad hoc para proteger su independencia y credibilidad”.
En la introducción del informe reflexionábamos sobre la tensión que suele existir entre los propietarios y los periodistas: “Cualquier empresa de comunicación para poder sobrevivir debe contar con buenos gestores empresariales, que aseguren su viabilidad económica, y con periodistas que desempeñen su actividad con arreglo a los más altos estándares profesionales. Ambas cosas son igualmente necesarias. Se requiere independencia editorial, por supuesto, pero también independencia económica para poder sobrevivir en un entorno en constante cambio”.
Concluíamos afirmando que el éxito de este matrimonio de conveniencia depende más del compromiso de los propietarios que del de los periodistas: “Si la propiedad cree en los valores de la independencia y la credibilidad editorial sabrá anticiparse y dar respuesta adecuada a los conflictos que puedan surgir”.
“Si la propiedad cree en los valores de la independencia y la credibilidad editorial sabrá anticiparse y dar respuesta adecuada a los conflictos que puedan surgir”. Informe 'Primera plana'.
Seleccionar a los compañeros de viaje
No resulta casual que detrás de los grupos editoriales más prestigiosos siempre haya habido una familia propietaria o un grupo significativo de accionistas que han protegido la independencia editorial: la familia Scott, en The Guardian, la familia Shibsted, en el Grupo Shibsted o el fideicomiso de The Economist, por citar solo algunos ejemplos. De ahí que una de las medidas más importantes para proteger la independencia y credibilidad editorial consista en seleccionar con mucha cautela a los futuros compañeros de viaje: accionistas y consejeros.
El Scott Trust fue constituido en 1936 por el editor y propietario del diario británico The Guardian. El periódico, originariamente denominado The Manchester Guardian, fue fundado por John Edgard Taylor en Manchester en 1821. Taylor se casó con una mujer llamada Sofía Rusell Scott. El sobrino de Sofía, C.P. Scott, se convirtió en el editor del periódico a los veinticinco años de edad y permaneció en el cargo –también como propietario del diario– durante los siguientes 57 años, falleciendo en 1932.
El hijo de Scott sucedió a su padre, pero en su primer año como editor falleció ahogado en un trágico accidente, mientras navegaba con su hijo, que vive en la actualidad. El temor a que el fallecimiento del heredero pudiese poner en peligro la existencia del periódico, animó a la familia Scott a constituir un trust (el Scott Trust), al que cedieron generosamente sus acciones, convirtiéndolo en el propietario del periódico con el fin de asegurar la independencia y viabilidad económica del diario.
Actualmente el Scott Trust continúa siendo el propietario del periódico, manteniendo el control sobre el mismo. Los miembros del board tienen el mandato de no inmiscuirse en la línea editorial ni en su gestión económica. La misión del Scott Trust consiste, precisamente, en asegurar la independencia económica y editorial del periódico. Es responsable de nombrar el editor y de velar porque se cumpla un único mandato: “Mantener la tradición del periódico como hasta ahora (as heretofore)”.
El grupo noruego de comunicación Schibsted siguió los pasos del diario The Guardian y el 8 de mayo de 1996 Tinius Nagell-Erichsen, bisnieto del fundador del Schibsted Media Group, instituyó el Tinius Trust. Actualmente el Tinius Trust administra el mayor paquete de acciones del Grupo Schibsted. Nagell-Erichsen declaró que quería usar su influencia como principal accionista para asegurarse de que Schibsted siga siendo un grupo de medios caracterizado por la libertad e independencia editorial de sus periodistas, la credibilidad y la sostenibilidad financiera a largo plazo.
No resulta casual que detrás de los grupos editoriales más prestigiosos siempre haya habido una familia propietaria o un grupo significativo de accionistas que han protegido la independencia editorial.
La revista británica The Economist optó por una alternativa diferente. En lugar de constituir un trust, The Economist Newspaper Limited, sociedad matriz del The Economist Group, estructuró su capital en tres clases distintas de accionistas (ninguna de las cuales cotiza en bolsa): acciones ordinarias, acciones especiales “A”, acciones especiales “B” y acciones en fideicomiso.
Estas últimas están en manos de fideicomisarios cuyo consentimiento es necesario para la aprobación de determinadas decisiones corporativas, incluyendo la transferencia de acciones especiales “A” y especiales “B”. Los nombramientos del editor de The Economist y del presidente de la empresa también están sujetos a la aprobación de los fideicomisarios (trustees). Los trustees son cuatro personas de reconocido prestigio, sin ninguna vinculación con la firma, que tienen la última palabra a la hora de dar el visto bueno a las decisiones mencionadas y cuya única función, como señalan los estatutos de la compañía, es velar por la independencia de la propiedad de la empresa y la independencia editorial de la revista.
El caballo de Troya
A primera vista, la propuesta de Juan Luis Cebrián de crear una fundación para salvaguardar la independencia editorial no resulta disparatada y, además, se encuentra alineada con las prácticas de gobierno corporativo de algunos de los grupos de comunicación más influyente. No obstante, si bien la constitución de una fundación puede ser una decisión acertada en términos de gobierno corporativo, resulta mucho más cuestionable que quien deba presidirla sea el presidente ejecutivo saliente del grupo de comunicación.
El Scott Trust y el Tinius Trust fueron constituidos por sus propietarios y con el mandato expreso de evitar injerencias en la actividad editorial, que es responsabilidad exclusiva del director del periódico y del equipo de redacción. Lo que Cebrián propone va mucho más allá de los ejemplos citados. Según sus mismas palabras el proyecto pretende constituir una fundación con las aportaciones de El País, el Grupo Prisa y las suyas propias. Además, la intención es que el patronato de la fundación se reserve la facultad de nombrar al director del diario y también “que tenga un poder consultivo, analítico y opinativo respecto a la línea editorial de la mayoría de los medios del grupo mediante un consejo editorial, que ya existe, que colgaría de esa fundación y que, en principio, yo presidiría durante un tiempo”.
En definitiva, lo que se busca es que el patronato de la futura fundación se convierta en el consejo editorial del Grupo, lo cual va en la dirección opuesta a las prácticas anteriores al atentar directamente contra la independencia editorial que, supuestamente, se quiere blindar frente al riesgo de accionistas que no compartan los valores y principios del grupo editorial.
Si bien la constitución de una fundación puede ser una decisión acertada en términos de gobierno corporativo, resulta mucho más cuestionable que quien deba presidirla sea el presidente ejecutivo saliente del grupo de comunicación.
A nadie sorprende que muchos accionistas hayan reaccionado con un enorme escepticismo ante la propuesta de constituir una fundación que implicaría que el expresidente siga manteniendo el control. En efecto, resulta muy difícil de justificar su continuidad cuando la mayoría de los accionistas responsabilizan a Cebrián de la delicada situación económica del Grupo que llevó a dar entrada en el capital a sus principales acreedores (Santander, Telefónica y Caixabank) que ahora se pelean por nombrar el sucesor.
El lamentable espectáculo de final de año con el baile de candidatos (primero Javier Monzón, expresidente de Indra, apoyado por el Santander y, después, Jaime Carvajal apoyado por Amber Capital y vetado por el Santander) no ha hecho sino confirmar que nos encontramos ante el tradicional escenario de un consejo de administración dividido que, dejando los idealismos a un lado, simplemente lucha por controlar el poder del todavía grupo de comunicación más influyente del país.
En este contexto no puede extrañar que muchos interpreten la demanda de Cebrián de constituir fundación para defender la independencia y los principios del Grupo Prisa como un caballo de Troya encubierto para recuperar el poder.
La salida de Rusbridger
Curiosamente el ejemplo de The Guardian, que Cebrián suele citar para reforzar sus argumentos, no juega precisamente a su favor. Cuando Alan Rusbridger, el editor en jefe de The Guardian durante los últimos veinte años, cesó en mayo de 2015, fue propuesto para suceder a Liz Forgan en la presidencia del Scott Trust. Sin embargo, Katharine Viner, la nueva editora en jefe del diario, y David Pemsel, director ejecutivo del Guardian Media Group, se opusieron al nombramiento. Según el diario The Times, la propuesta de nombramiento de Rusbridger como presidente del Scott Trust causó una revuelta en la redacción del periódico “ya que los periodistas lo culpaban de cientos de recortes de puestos de trabajo” y de las pérdidas de los últimos años.
Mr. Rusbridger tuvo la elegancia de presentar su renuncia a la presidencia del Scott Trust evitando un conflicto innecesario. Los motivos de su decisión los explicó en una carta dirigida a la redacción en la que afirmaba: “Actualmente desarrollamos la actividad periodística bajo los efectos de un huracán digital de fuerza doce. Es obvio para todo el mundo que este nuevo escenario exigirá cambios radicales. Kath y David entienden que les gustaría enfrentar el futuro con alguien diferente como presidente del trust y yo los entiendo (…). Ustedes han sido unos compañeros maravillosos y juntos hemos conseguido cosas extraordinarias. Continúo leyendo con gran admiración el periodismo que hacen The Guardian y el Observer. Ahora resulta incluso más agradable por no participar directamente en el mismo. Gracias a todos los que me han apoyado en este tiempo, y mis mejores deseos a todos mientras sorteamos esta tormenta que afecta por igual a toda nuestra industria. Conseguiremos superarla…”.
Cebrián quiere constituir una fundación con funciones editoriales (una línea roja que el Scott Trust y el Tinius Trust no pueden traspasar) y, además, presidirla él mismo.
La salida de Rusbridger es un ejemplo del que Cebrián debería tomar buena nota. Rusbridger no se postuló para presidir el trust, se lo propuso el board tras su renuncia como editor en jefe de The Guardian. El board no forzó su dimisión, el antiguo editor en jefe renunció en contra del criterio de aquel cuando entendió que no contaba con el apoyo de la nueva editora en jefe y del director ejecutivo de la compañía.
La propuesta de Juan Luís Cebrián, por más que se empeñe, apenas guarda semejanzas con los casos anteriores. Cebrián quiere constituir una fundación con funciones editoriales (una línea roja que el Scott Trust y el Tinius Trust no pueden traspasar) y, además, presidirla él mismo.
Sí a la fundación, pero no a su presidente
La propuesta de constituir una fundación para ejercer cierto control sobre los accionistas puede ser una medida eficaz para reforzar la independencia económica y editorial del Grupo Prisa. Ahora bien, para que esa iniciativa cumpla sus objetivos son necesarias dos condiciones. La primera es que la fundación no tenga competencia alguna para proponer, ni tan siquiera sugerir, la línea editorial. La segunda es que la presidencia de esa eventual fundación no la ocupe el presidente saliente del grupo de comunicación. El cumplimiento de esta segunda condición garantizará que el presidente saliente no se perpetúe en el poder ni se inmiscuya en las funciones editoriales.
No descubrimos nada nuevo al recordar que a los presidentes les cuesta abandonar sus cargos. Cebrián no es una excepción, la mayoría de los presidentes de las grandes compañías cotizadas intentan por todos los medios retrasar al máximo su retiro. Hay que ser conscientes de que ejercer el poder durante mucho tiempo genera en quienes lo detentan una cierta conciencia mesiánica que les lleva a pensar que son los únicos capaces de enfrentar el futuro. No es así y cuando comienzan a pensar de esa manera es el momento de reflexionar sobre la salida.
Cebrián debería marcharse, tomando ejemplo de su colega británico. Es importante que termine bien su carrera profesional. Su trayectoria está llena de aciertos y de algunos errores. Nadie es perfecto. Es importante que medite cómo quiere ser recordado, por su bien y por el del Grupo Prisa.
Artículo publicado en El Confidencial