El Día de la Mujer, el 8M, en frío

En ocasiones, resulta sorprendente descubrir el nivel de concentración (por no llamarlo estrés) al que estamos sometidos, tanto es así, que nos parece que el tiempo se ha detenido, o bien, por el contrario, que los días han durado apenas unas horas. Esto último es exactamente lo que me ocurrió con respecto al Día de la Mujer, al 8M.
<p>Foto: Hacia la huelga feminista.</p>

Foto: Hacia la huelga feminista.

Para mí los derechos de la mujer, que son derechos humanos, forman parte de mi vida privada y profesional los 365 días al año, y no porque trabaje mucho y mejor que un hombre sino porque se trata de un tema que me preocupa. Me preocupa porque soy mujer, soy empresaria, soy esposa y soy madre de tres hijos varones. Me preocupa porque soy ciudadana española, ciudadana del mundo, porque soy un ser humano.

Las reacciones de las mujeres ante el 8M fueron tan dispares como es la vida misma. Muchas empresarias estaban en contra de la huelga; otras mujeres querían “hacer huelga a la japonesa”, y otras tantas querían formar parte del movimiento para manifestarse en contra de la violencia de género. Algunas mujeres criticaban a otras mujeres, otras las defendían y otras a quien apoyaban era a los hombres.

Pero, ¿qué se consiguió de todo ello? Lo primero que logramos fue la admiración de muchas personas fuera de España. Se consiguió captar la atención de algunos periódicos extranjeros que les pareció suficientemente notorio como para otorgarnos sus portadas a la mañana siguiente.

Me parece importante señalar que soy alemana de origen, y apenas llevo una década establecida en España, y, sin embargo, nunca antes me había sentido tan libre, como mujer, como empresaria y como madre.

Motivada por mi experiencia vital en Alemania, donde la presión hacia las madres y trabajadoras es sutilmente atroz, continúo sorprendiéndome, todavía hoy, de que españoles (hombres y mujeres), nieguen que la legislación española sea notablemente progresista en materia de género.

Soy alemana de origen y apenas llevo una década establecida en España, y, sin embargo, nunca antes me había sentido tan libre, como mujer, como empresaria y como madre.

Por nombrar algunas leyes quiero mencionar la Ley Orgánica 9/1985, ya disposición derogada y que despenalizó el aborto en varios supuestos; la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género; la Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modifica el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio a parejas homosexuales (solamente cuatro años antes, en el 2001, Países Bajos fue el primer estado del mundo en reconocer el derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo), o la Ley de Igualdad del 2007.

En estos últimos años, muchas veces he tenido que traducir y facilitar a mis compañeras de las Asociación Alemana de Mujeres Juristas (el lobby de mujeres juristas más importante en Alemania) las leyes españolas, que les han servido como ejemplo a seguir.

Es muy importante entender y asimilar que un indicativo del grado de madurez de la democratización de un país son los derechos de la mujer, que insisto, son derechos humanos.

De acuerdo con Yi-Ting Wang, el autor principal del estudio Women’s rights in democratic transitions: A global sequence analysis: «Nuestros resultados indican claramente la importancia de los derechos civiles de las mujeres, porque los derechos de las mujeres aumentan los costos de la represión autoritaria y permiten a las mujeres organizarse en movimientos de democratización. Sin estos derechos básicos, ningún país ha logrado democratizarse plenamente».

Marca España

Cuando voy a eventos sobre el tema de igualdad de género en el extranjero en rincones tan dispares como distantes (tanto en Bruselas, corazón político de Europa, como en la icónica New York) no hay muchos políticos españoles para difundir y extender las mejores prácticas del país de la legislación progresista (actualmente menos progresistas que en los años 2004 a 2011), o para escuchar y aprender de los demás países.

Cuando voy a eventos sobre el tema de igualdad de género en el extranjero no hay muchos políticos españoles para difundir y extender las mejores prácticas del país.

Recientemente, tuve la fortuna de asistir a la Sede de las Naciones Unidas en New York (EEUU), porque formaba parte de la delegación del Gobierno -en funciones- alemán para el sexagésimo segundo período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW en sus siglas en inglés).

Hace un año participé también en la Academia de Liderazgo Global, organizado por la Agencia de Desarrollo Alemana (GIZ en sus siglas en alemán) y el Banco Asiático de Desarrollo (ADB en sus siglas en inglés).

El año pasado elaboré un Policy Paper para una ONG en Kosovo, con el título El progreso del Kosovo en alinear su legislación con el ‘acquis’ de igualdad de género de la Unión Europea.

Reconozco mi amarga aflicción por la escasa presencia española en este tipo de actos, ya que sin duda es una gran oportunidad de mostrar al mundo una de las muchas virtudes que posee la Marca España. Me siento orgullosa de ser “embajadora española”, no caben arrepentimientos ni temores, aunque en ocasiones he echado en falta la alentadora fuerza de la compañía.

Las injusticias

Volviendo a la huelga en España. A pesar de contar con una legislación progresista, a veces es importante “gritar” y que se vea y escuche el estruendo para darse cuenta que hay gente que no está contenta con la situación actual.

No me gustó ver a tantos políticos varones con un lazo morado el 8M demostrando su conformidad, sino que quisiera ver, en general, más mujeres dentro de la política. En una democracia, si la mitad de la población es mujer, ¿cómo puede ser que no haya paridad absoluta en el Congreso (aunque el 40% de mujeres en el Congreso sitúan a España a la cabeza de Europa en número de parlamentarias)?

No me gustó ver a tantos políticos varones con un lazo morado el 8M demostrando su conformidad, sino que quisiera ver, en general, más mujeres dentro de la política.

Vivimos sutiles humillaciones todos los días. En 2014 una empresa era condenada por pagar menos a una mujer que a otros cuatro compañeros varones con igual categoría. Ella cobraba 33.672 euros anuales y sus colegas 48.950 euros.

El nuevo Ministerio de Economía alemán está compuesto por nueve hombres y ninguna mujer en los puestos de liderazgo.

Recientemente ha nacido la cuenta en twitter @WieVieleFrauen (¿Cuántas mujeres?), donde día tras día, muchas personas publican fotos de políticos, mesas redondas, etc. con ausencia de mujeres para hacer hincapié en que aún falta su presencia por todas partes (Vid. ¿Dónde están las mujeres en el gobierno de la Cultura?)

Pero aún hay más. Con mucha frecuencia escribo en femenino porque el alemán es idioma de los hombres y percibo que el castellano también. Por eso insisto en que soy “abogada” y “socia”.

Este matiz del lenguaje, por nimio que pueda parecer, ridiculiza mucho, porque “el lenguaje crea realidad. El lenguaje puede excluir, incitar, devaluar o lastimar. El lenguaje cambia y siempre dice algo sobre la vida en el presente. El lenguaje refleja nuestra sociedad y puede generar un cambio social”. Así lo manifestó Marlies Krämer, una mujer de 80 años que en este momento está preparando su demanda para el Tribunal Constitucional para que en las cajas alemanas (Sparkassen) pongan la palabra “clienta” en caso de mujer.

Quiero terminar esta reflexión, ya en frío, sobre el 8M con un vídeo del sindicato noruego Finansforbundet. En él se ve un experimento con niños a los que tras realizar una misma tarea les ‘pagaban’ con más chucherías a los varones que a las mujeres. Y es que incluso los más pequeños lo percibían como una injusticia y repartían su codiciado premio. No parece tan difícil de explicar, ¿no?

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