Periodismo de esperanza frente al miedo

El periodismo no solo nos ayuda a construir una imagen del mundo en que vivimos. También nos permite formarnos una imagen de nosotros mismos en la sociedad, si nos vemos como meros espectadores o como actores con capacidad para cambiar las cosas.

Para dibujar ambas figuras con precisión necesitamos recibir una visión completa, equilibrada y fiel del mundo, que incluya la descripción de los problemas y sus consecuencias pero también un relato riguroso de las iniciativas que hay en marcha para tratar de solucionarlos.

El periodismo puede esforzarse por investigar para encontrarlas y hacerlas visibles, verificar sus resultados y extraer aprendizajes valiosos que inspiren a otras personas, alumbren vínculos entre ellas y favorezcan la escucha paciente y la conversación social. Este es el propósito del periodismo constructivo.

A mediados de marzo los periodistas nos vimos desbordados de forma repentina por una pandemia convertida en una avalancha de cifras de personas fallecidas y contagiadas. Los reporteros no tenían acceso a la primera línea, a los hospitales y las familias, ni podían preguntar libremente al Gobierno.

Los medios acabaron asumiendo un lenguaje médico y belicista que reforzó la deshumanización de la narrativa, convertida en una suerte de tablero deportivo actualizado diariamente con nuevos dígitos. Además, las redacciones se enfrentaron a una demanda histórica de información con menos periodistas y en peores condiciones laborales.

Tuvieron que pasar algunas semanas para que los medios encontraran el sosiego y el tiempo necesarios para asumir otra perspectiva y fijarse en la solidaridad de quienes cuidaban de sus vecinos, la cooperación entre empresas y organizaciones, los aprendizajes de cómo se gestionaba la pandemia en otros países o la fortaleza que mostraban tantas personas con nombre y apellidos.

Hoy deberíamos ver estas historias no como destellos temporales, útiles para colorear un relato siniestro, sino como comportamientos sociales reales que necesitan ser contados y emulados.

“El verdadero relato de este tiempo es el relato del miedo. Y aún para los que no estamos muertos de miedo está el susto”, describe la periodista mexicana Leila Guerriero, para quien durante la pandemia muchos periodistas se volvieron “una especie de promotores del susto”. Un atributo que, por otra parte, nos asignan los ciudadanos de forma recurrente.

Entre ellos se encuentran los llamados ‘posibilistas serios’ como Hans Rosling o Steven Pinker, quienes defienden con datos que nunca ha habido en el mundo menos pobreza, hambre o analfabetismo que en la actualidad, a pesar de que los periodistas hagamos pensar a los ciudadanos lo contrario.

Achacan a los medios una inclinación cultural por el drama y el conflicto, y les reprochan que asuman que lo extraordinario tenga que ser necesariamente lo negativo.

Al mismo tiempo, estudios en varios países muestran que los ciudadanos reclaman a los medios que cuenten lo que sí funciona bien en la sociedad y valoran las propuestas periodísticas que incluyen las soluciones a los desafíos de futuro: las personas pasan más tiempo en este tipo de noticias, se sienten mejor informadas, más interesadas en el tema que tratan, quieren leer más artículos del mismo autor, lo comparten más en su entorno y se sienten mejor.

Los ciudadanos reclaman a los medios que cuenten lo que sí funciona bien en la sociedad y valoran las propuestas periodísticas que incluyen las soluciones a los desafíos de futuro.

Todo ello coincide con una corriente que se mueve en todo el mundo en favor de un periodismo más constructivo, incipiente aún en España. Hay iniciativas en Estados Unidos, Latinoamérica, Reino Unido, Dinamarca, Francia, Alemania o Italia. Este auge no parece casual. En momentos históricos como el que vivimos el liderazgo del periodismo se hace más necesario, y el equilibrio en el relato también.

Porque precisamente ahora aumenta el riesgo de que nos venza la sospecha de que las cosas van a empeorar, nos invada el discurso del miedo, nos posea la desconfianza y caigamos en una depresión social que la filósofa holandesa Joke J. Hermsen relaciona con la incapacidad de las personas para gestionar los efectos de un estresante social como los medios de comunicación en su papel de altavoces del miedo.

“El miedo atrofia la creatividad y la solidaridad, anquilosa la capacidad de tomar la iniciativa y de actuar con sentido político”, sostiene en La melancolía en tiempos de incertidumbre. “El miedo aísla, alimenta sentimientos de impotencia y favorece los estados de ánimo depresivos. Sembrar miedo es una empresa muy peligrosa pero también una herramienta política de eficacia probada para manipular a las personas y hacer que obedezcan”.

Si a mediados de marzo los partidos políticos españoles se abrazaron unidos frente a un enemigo común que acababa de atacar por sorpresa y de forma contundente, bastaron unas pocas de semanas para que desdibujaran ese espejismo y se arrojaran de nuevo a sus trincheras, en un clima de agresión feroz.

Los medios llevan años trasladando a la sociedad estos comportamientos en tiempo real y algunos incluso replican la escenografía frentista con periodistas alineados en tertulias y supuestos debates. Uno de los efectos que tiene todo ello es que el mensajero también acaba por pagar un alto precio.

Caída de la confianza

España es uno de los países donde la confianza en los periodistas es más baja. Además, solo el 42% de los españoles confía en los medios que consume habitualmente, un porcentaje que ha disminuido seis puntos en un año.

Los investigadores atribuyen este repunte de la desconfianza a la polarización política, de la que son un altavoz permanente, y a su evidente posicionamiento. De hecho, durante las primeras semanas del confinamiento, para el 77% de los ciudadanos la ideología de los medios condicionaba su cobertura del coronavirus y casi la mitad se quejaba de que eran sensacionalistas y generaban una alarma social innecesaria.

No podemos dejar el debate público en manos de quienes están más cómodos en el terreno embarrado de negatividad, las mentiras y las posiciones extremas, viscerales.

A la desconfianza se suman otras consecuencias muy relevantes, como el abandono de los medios: un 33% de los españoles reconoce que evita las noticias con cierta frecuencia, cuando hace tres años solo lo hacía el 16%.

Esto no es solo un problema para el sector periodístico, sino para la sociedad en su conjunto: no podemos dejar el debate público en manos de quienes están más cómodos en el terreno embarrado de negatividad, las mentiras y las posiciones extremas, viscerales.

En este clima de polarización política los medios necesitan reflejar “un mundo de hechos para contrarrestar el mundo basado en las emociones, que es un mundo peligroso”, como alienta Alan Rusbridger, exdirector de The Guardian. “Y si deseamos un mundo de hechos, necesitaremos periodistas”.

No solo eso. Ante el miedo paralizante y depresor también necesitaremos esperanza. Y no me refiero a una esperanza sedante que edulcore la realidad, sino a una esperanza apoyada en los hechos, en datos, que muestre, inspire y aliente un cambio posible.

Es preciso que convivan en paralelo formas complementarias de mirar la realidad y contar el mundo: una más enfocada a denunciar abusos, buscar culpables o controlar a los poderes, y otra más dedicada a explorar iniciativas esperanzadoras que plantean soluciones de futuro, a darles la visibilidad que merecen y a ayudar a los ciudadanos a involucrarse en la acción social. La combinación de ambas puede ser una poderosa fórmula en el camino para intentar recuperar la confianza.

Hay otros datos que atizan esta posibilidad. El 57% de los ciudadanos no delega en los políticos y en las administraciones públicas la resolución de los problemas sociales, sino que se considera corresponsable y quiere remangarse para contribuir.

Existe una oportunidad para que los medios ejerzan de brújula y satisfagan la necesidad de las personas de recibir información útil para participar en la esfera pública y construir la sociedad.

En las conversaciones que he mantenido en los últimos meses con periodistas, directivos de medios y profesores universitarios españoles sobre el periodismo constructivo he percibido que hay un camino por recorrer.

Existe una oportunidad para que los medios ejerzan de brújula y satisfagan la necesidad de las personas de recibir información útil para participar en la esfera pública y construir la sociedad.

Necesitamos explicar bien el valor de esta perspectiva, disponer de ejemplos claros y de estudios que avalen su efecto en los ciudadanos. Ya hay algunas iniciativas en los medios nacionales, en diarios regionales y en publicaciones independientes que han nacido en los últimos años.

A medio plazo, el siguiente paso será incorporar el periodismo constructivo a su estrategia editorial.

Para iniciar este tránsito propongo que incluyamos el periodismo constructivo en nuestras conversaciones sobre el futuro del sector. Que revisemos el papel de los medios como altavoz del odio y del miedo que destilan las manifestaciones de algunos políticos. Que superemos el pesimismo intelectual que aplicamos en muchos artículos de opinión, quizá porque pensamos que nos hace parecer más interesantes o inteligentes, menos ingenuos.

Que desterremos el prejuicio de que las informaciones esperanzadoras son siempre poco críticas y sospechosas de ser un ejercicio de marketing. Y que asumamos que el periodismo de investigación y la denuncia no son la única forma de ser valiosos para la sociedad, que podemos ser críticos y constructivos al mismo tiempo.

¿Qué podemos hacer para evitar que la inquietud, el miedo, las mentiras, los falsos mitos, la desconfianza y la impotencia nos lleven a una depresión moral que ponga en peligro la sociedad democrática?, se pregunta Hermsen en La melancolía en tiempos de incertidumbre. “Mantener entre todos vivo el diálogo sobre el mundo”.

En esa tarea, el ejercicio del periodismo en su vertiente más constructiva desempeña un papel protagonista porque supone asumir un compromiso deliberado con la dimensión política del periodismo, con su papel como dinamizador de un espacio público de conversación abierto e inclusivo, en el que se escuchen todas las voces, donde todos seamos importantes y necesarios para acordar un futuro común.

Artículo apoyado por Stars4Media.

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