La cultura como identidad de un país

¿Dónde están nuestros hombres y mujeres del Renacimiento? ¿Dónde queda el patrimonio cultural de España? ¿Tiene nuestra ciudadanía un conocimiento suficiente de nuestro legado artístico y cultural? ¿Se interesan nuestros jóvenes por la cultura general y el patrimonio?
<p>Acueducto de Segovia. </p>

Acueducto de Segovia.

Hace un par de semanas tuve ocasión de compartir una extraordinaria tertulia, de esas de las de antaño, organizadas en el Commodore por el siempre locuaz David Felipe Arranz. Tertulias que escapan de la actualidad del día a día, de la urgencia de lo inmediato y que reflexionan sobre lo sustantivo de nuestra existencia. El tema era Patrimonio tangible e intangible de España: retos ante las nuevas generaciones, me permito hoy compartir alguna de mis reflexiones.

Cultura general y felicidad

Que la cultura no sea un lujo para unos pocos debería ser prioridad para todo modelo democrático y estado de bienestar. Atrás quedan las enseñanzas de nuestros padres cuando en tiempos pasados nos decían “el saber no ocupa lugar” o “estudia para aprender, no por las notas”. Sabias enseñanzas de padres y mayores que en los albores de la adolescencia difícilmente se valoran de manera suficiente.

No debemos aspirar a formar mujeres y hombres del renacimiento, aquellos duchos en las principales artes escénicas y artísticas: la pintura, la literatura, la danza o la fotografía, pero como administraciones públicas deberíamos ser capaces de procurar los instrumentos necesarios para que todos aquellos jóvenes que lo deseen dispongan de los útiles necesarios para poder saciar sus anhelos de conocimiento. El saber, la cultura general, nos hace libres, nos permite el progreso y nos ayuda a interconectar aprendizajes y conocimientos de nuestro día a día.

Cuando viajo a Francia siento satisfacción por los libros de cultura general, redactados en la mayoría de los casos en francés, aquellos que intentan recopilar en no más de un tomo el conocimiento general sobre las más variadas materias. En España tenemos escasez de este tipo de publicaciones a excepción de un par o tres tomos traducidos de lenguas extranjeras.

Recuerdo que fueron esos primeros textos en lengua francesa los que despertaron mi apetito por conocer más y mejor sobre otras materias. Recuerdo que en no pocas ocasiones el vértigo a lo desconocido, a lo inalcanzable, es lo que acaba por bloquearnos y nos hace autoconvencernos del “esto no es para mí”. Recuerdo que ha sido gracias a esos libros de cultura general por lo que mi interés sobre materias que, a priori, serían inalcanzables por lo excelsas, ricas y amplias como el cine, el arte, la literatura, la música o la arquitectura se me han hecho cercanas y “amables”.

Reconozco que son esas ganas de conocimiento las que luego te llevan a explorar otros libros más especializados. Compruebo, por el contrario, que en España no existe apenas esa literatura, compruebo que nuestro modelo educativo no ha sido capaz de despertar el interés de nuestra juventud por esa formación holística, por esos conocimientos renacentistas.

La aventura del saber

¿Dónde queda ese saber por ‘el gusto’ del saber? Hemos pasado por un periodo donde la obsesión ha sido la de acumular carreras, la de sumar títulos, obviando que ese conocimiento especializado, que sin duda es necesario, acaba por no siempre procurarnos mejores trabajos, por no hacernos mejores personas ni, mucho menos, más felices ciudadanos y ciudadanas. Sin embargo, es la avidez de conocimientos la que logra inquietarnos.

El saber parece llamar al saber. Es el saber el que nos permite mantener una conversación distendida, el que en un momento dado nos permite disfrutar de una buena copa de vino en la mejor compañía. Es el saber el que nos permite conocer nuestra historia, el que evita que los errores se repitan. En definitiva, es el saber el que nos hace avanzar, el que nos permite confeccionar una suerte de círculos virtuosos que apaciguan alma y espíritu.

La cultura no puede ser un lujo para aquellas clases acomodadas, debe ser un instrumento al servicio de la ciudadanía. La cultura nos hace ser mejores, crea oportunidades y puede incluso llegar a procurar la felicidad.

España es rica en patrimonio. De los 1092 espacios catalogados por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, España es el tercer país del mundo con más sitios catalogados con un total de 47, por detrás de Italia con 54 sitios, y China con 53. Pero… ¿conocen nuestros jóvenes este patrimonio? En no pocas ocasiones la respuesta, desgraciadamente, es negativa.

Nuestro modelo educativo parece obsesionarse en ocasiones por escudriñar ciertos localismos y obviar determinadas cuestiones culturales que deberían ser de obligado conocimiento. Como barbastrense es obligado conocer que el río Vero es quien sacia la sed de mis regadíos, pero no puedo obviar la existencia de un Guadiana o un Guadalquivir que dan larga vida a la parte más meridional de España.

Nuestro país tiene auténticas joyas reconocidas internacionalmente, tenemos una gran materia prima, nos queda saber cómo acabar de hacerla atractiva a nuestra juventud. Lo local es cultura pero no podemos cometer el error de esa manida enseñanza que señala que una rama puede impedirnos ver la grandeza del bosque.

La cultura es un ámbito competencial descentralizado, es decir, la acción de los poderes públicos reside principalmente en la esfera autonómica y local. Que sea competencia descentralizada no implica que sea desacertada, todo lo contrario, procura una riqueza cercana a nuestra ciudadanía que de otro modo sería inasumible. Pero requiere de un esfuerzo coordinado por parte de todos los niveles de la administración.

Debemos pensar en una política y una acción cultural que plantee un horizonte temporal a largo plazo y que cuente con los verdaderos profesionales de la cultura a la hora de confeccionar su desarrollo. Es necesaria la labor de la escuela, de las familias y de los poderes públicos para que la cultura sea una realidad al alcance de todos, sin importar origen ni clase social.

Como decíamos a nuestro inicio, el objetivo no es uniformizar una juventud modelada con cinceles del Renacimiento, pero sí ofrecerle la oportunidad de formarse. La cultura no puede ser un lujo para aquellas clases acomodadas, debe ser un instrumento al servicio de la ciudadanía. La cultura nos hace ser mejores, crea oportunidades y puede incluso llegar a procurar la felicidad. Allí donde la ciudadanía no llegue para auto procurarse el conocimiento cultural suficiente, deberían ser los poderes públicos quienes removiesen los obstáculos que nos permitan acercarnos a ella sin miedos y con decisión.

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