La igualdad no es flor de un día

“La libertad y la justicia no pueden ser dividas según nuestros intereses políticos. No creo que se pueda luchar por la libertad de un grupo de personas y negársela a otro”. Coretta Scott King, escritora y activista estadounidense.

Se cumplen ya más de dos meses de la última conmemoración del 8 de marzo. Ese día marcado ya en el calendario de todos los españoles y españolas como día internacional de la igualdad entre mujeres y hombres. Un día, una fecha, un símbolo, pero ¿qué subyace en el trasfondo?

En mi tarea como vocal asesor en materia de Igualdad para los Gobiernos de Partido Popular, PSOE y Podemos, una anomalía de nuestro sistema por mantenerme al máximo nivel técnico-administrativo con distintos grupos políticos, comprobé con agrado que existe un objetivo país por la igualdad más allá del signo político y la ideología.

Será decisión de nuestros gobernantes avanzar más o menos en materias como los derechos LGBTI, la Ley Trans, los llamados ‘vientres de alquiler’ o la legalización de la prostitución, cuestiones todas ellas cargadas de no pocas aristas y de, probablemente, más sinsabores que aciertos, pero es innegable la voluntad de este país, de esta sociedad, por avanzar en materia de igualdad.

Una igualdad en términos estadísticos

Que España no es Yemen o Siria en cuestiones de igualdad es una realidad por nadie discutida. Pero más allá de ello, debemos ser conscientes que en materia de igualdad nuestra España cada vez se parece, se asemeja e incluso supera, a los tradicionales liderazgos en la materia de Suecia o Finlandia.

Basta con revisar los principales indicadores internacionales en materia de igualdad para comprobar que España está a la cabeza de todos ellos.

Así el Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE) sitúa a España en el puesto sexto de su Índice de Igualdad de Género (solo un puesto por debajo de Finlandia o cuatro por encima de Alemania) o el Foro Económico Mundial sitúa a España en el puesto catorce (en 2020 ocupábamos el puesto octavo del mundo) de su Índice de Brecha Global de Género (por delante de países como Francia y a una distancia más que considerable con Reino Unido, Dinamarca o Países Bajos).

España es referente y lo seguirá siendo, no solo por la acción y la labor de nuestras administraciones públicas a todos los niveles (estatal, autonómico y local), sino por el compromiso de nuestro tejido empresarial y, sobre todo, por el convencimiento y la acción de una sociedad civil fuertemente comprometida.

La política de los Pactos de Estado

Como país demostramos nuestra altura de miras, demostramos que cuando la desigualdad alcanza su constatación más deleznable, fuimos capaces de erigir un Pacto de Estado contra la Violencia de Género consensuado por todas y cada una de las fuerzas políticas. Es importante no perder de vista esta realidad y repetirla una vez tras otra porque nuestro pacto de Estado es referente en el ámbito internacional.

La igualdad no es el 8M. La igualdad debemos vivirla en nuestro día a día, son nuestras frases, nuestras miradas, nuestras conversaciones. No debemos olvidar que la igualdad no es tan siquiera una cuestión de justicia es, simplemente, de sentido común.

Recuerdo que cuando en octubre de 2019 visité Sochi (Rusia), en el marco de una conferencia del Consejo de Europa en materia de la presencia de mujeres en el ámbito político, inicié mi intervención reconociendo que España no era la principal potencia económica del mundo, que tampoco éramos referente militar (está por ver si esto es positivo o negativo) pero que, como español, me sentía especialmente orgulloso por haber sido capaces de demostrar que en materia de violencia de género no solo éramos referente internacional sino que habíamos logrado cimentar un pacto de Estado.

Y lo que hace más singular este pacto es la escasez de dichos pactos en la historia de nuestra democracia, tan solo otros tres son capaces de sumarse a los embrionarios Pactos de la Moncloa (sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y sobre el programa de actuación jurídica y política) y de Toledo que conformó nuestro sistema de pensiones.

A modo de conclusión

Todos debemos sumar, todos debemos construir: mujeres y hombres, hombres y mujeres. De derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Los grandes valores no se pueden ‘patrimonializar’. El sentido común nos llama a ser ‘feministas por naturaleza’, ¿quién sino podría estar en contra de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres? Falta labor pedagógica; hay quien hoy día sigue contraponiendo el feminismo al machismo, olvidando que lo antagónico al machismo es el hembrismo.

La igualdad no es el 8M. La igualdad debemos vivirla en nuestro día a día, son nuestras frases, nuestras miradas, nuestras conversaciones. Debemos denunciar y señalar cuanta discriminación de género se produzca en nuestro entorno. Debemos ser conscientes que profundizar en la igualdad supone adoptar un discurso en familia, trabajo y amigos; debemos ser conscientes que determinados comentarios o chistes machistas ya hace años que dejaron de ‘hacer gracia’ en nuestra España del siglo XXI.

No debemos olvidar que la igualdad, el sentimiento feminista, la apuesta y la defensa por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres no es tan siquiera una cuestión de justicia es, simplemente, de sentido común.

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