BlackRock, ¿entre la espada y la pared?

La reciente comunicación de BlackRock, el mayor gestor de activos mundial, al respecto de un cambio de estrategia sobre sus votaciones en contra de las resoluciones de los accionistas presentadas por grupos de presión sobre el clima, ha creado una considerable polémica.
<p>Foto: BlackRock</p>

Foto: BlackRock

En su clásica carta anual a los CEO de comienzo de año, el CEO de BlackRock, Larry Fink, hizo hincapié en el denominado capitalismo de los grupos de interés. Ese capitalismo de los grupos de interés no tiene que ver con la política, ni tampoco es una agenda social o ideológica, o un constructo de lo que ahora se viene llamando woke (término que abarca una conciencia sobre cuestiones de desigualdad social).

Es un capitalismo impulsado por relaciones mutuamente beneficiosas entre las empresas y los empleados, los clientes, los proveedores y las comunidades en las que las primeras se apoyan para prosperar. Tras la pandemia de la covid-19, nunca ha sido tan esencial para los directores generales tener una voz consistente, un propósito claro, una estrategia coherente y una visión a largo plazo.

También señaló la necesidad de dar a los clientes la posibilidad de elegir en las votaciones de ASG (factores ambientales, sociales y de gobernanza) y dijo que BlackRock estaba comprometida con un futuro en el que todos los inversores, incluso los particulares, pudieran tener la opción de participar en el proceso de votación por delegación si así lo deseaban.

Todo esto fue escrito antes de que se desatara la guerra en Ucrania y ha quedado claro que, tras las últimas noticias provenientes de BlackRock, si Fink hubiera escrito ahora su carta anual esta hubiera ido por otros derroteros.

¿Qué supone este giro de estrategia?

BlackRock, en su comunicado de mayo, dijo que probablemente votará a favor de menos propuestas climáticas de empresas en su cartera de inversiones en 2022 que en 2021 porque esas propuestas climáticas que se someten a votación este año son más exigentes y demandantes que en años anteriores.

Así, BlackRock no votará a favor de cambios en las empresas que limiten la toma de decisiones del consejo de administración o de la dirección, que exijan cambios en la estrategia o el modelo de negocio de una empresa, o que aborden asuntos que no son importantes para la forma en que una empresa ofrece valor a largo plazo a los accionistas.

En 2021, BlackRock votó a favor del 47% de las propuestas ambientales y sociales de los accionistas (81 de 172).

También, se favorecerán las medidas que mejoren la divulgación de información por parte de las empresas que ayude a los inversores a entender lo bien que está posicionada una organización para adaptarse a los cambios relacionados con el clima.

Ante estas declaraciones, los defensores del medio ambiente sostienen que el comunicado de BlackRock es una señal de que la gestora está suavizando su decisión de llevar la responsabilidad climática al sector financiero.

¿Por qué ha cambiado su discurso?

Si recordamos su carta a los CEO del año 2020, Fink afirmaba que el riesgo del cambio climático era un riesgo de inversión y predecía que los inversores comenzarían a asignar su capital hacia la inversión sostenible, confiarían más en la divulgación para determinar el grado en que las empresas estaban abordando el riesgo climático, y ejercerían sus derechos de voto en consecuencia.

También subrayaba la necesidad y la importancia de realizar una correcta divulgación de los temas ASG y sugería el uso de estándares como el SASB o TCFD.

Para BlackRock, la guerra de Ucrania ha cambiado el entorno y ha impactado en la transición al cero neto, a la vez que exige más inversiones para producir combustibles tradicionales e impulsar la seguridad energética.

Ahora, en 2022, la gestora ha afirmado que las propuestas para acabar con la expansión de la producción de combustibles fósiles son “demasiado prescriptivas”.

Para BlackRock, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha cambiado el entorno y la realidad más próxima, lo cual ha impactado en la transición a las emisiones cero netas de carbono y exige, a la vez, más inversiones a corto plazo en la producción de combustibles tradicionales para impulsar la seguridad energética.

Además, la gestora se ha mostrado bastante cautelosa ante las propuestas de dejar de financiar a las empresas de combustibles fósiles, obligarlas a desmantelar activos o establecer objetivos absolutos para las empresas sobre la reducción de emisiones en sus cadenas de suministro y sus clientes, ya que, según ellos, no consideran que sean coherentes con los intereses financieros a largo plazo de sus clientes.

¿Para dónde tiramos ahora?

Parece que BlackRock está en la encrucijada, entre la espada y la pared. Por un lado, dejó claro hace dos años que el riesgo climático es demasiado grande como para ignorarlo y que se debían realizar acciones firmes para mitigarlo. Por otro lado, ahora que la guerra en Ucrania ha complicado la escena y se ve la dependencia energética de Rusia por parte de muchos países, dice que se debe invertir en combustibles tradicionales para hacer que esa dependencia sea lo menor posible.

Es complicado estar en misa y replicando y, en este caso, es imposible emplazarse en un término medio y llevar a cabo la anterior estrategia y la nueva a la vez porque son de signo contrario.

La situación energética de muchos países no es, desde luego, sencilla tal y como estamos viendo, y la toma de decisiones radicales hacia la inversión en energías no sostenibles no sólo es tentadora, sino que puede en algunos casos concretos ser la única salida. De ahí que BlackRock haga un requiebro a su anterior estrategia y apueste por soluciones cortoplacistas.

Es complicado estar en misa y replicando y, en este caso, es imposible emplazarse en un término medio y llevar a cabo la anterior estrategia y la nueva a la vez porque son de signo contrario.

Como ya hemos comentado en alguna otra columna de opinión, la actualidad manda y se lleva por delante las demás cosas. El cambio climático sigue estando ahí, el horizonte 2050 para conseguir la neutralidad climática se sigue acercando segundo a segundo, pero las últimas bofetadas de realidad, como la pandemia de la covid-19 o la guerra en Ucrania, se anteponen a ese objetivo climático.

En realidad, es lógico que problemas acuciantes del ahora se traten con más premura que otros que ya existen desde hace tiempo, pero que se siguen minusvalorando porque todavía no han llegado a un punto de no retorno ya que no han traído aún las más grandes y peores consecuencias para el planeta. El cambio climático, afortunadamente, ocurre despacio en comparación con una guerra o una pandemia.

Pero una decisión como la tomada por la gestora de Fink debería ir acompañada de una sólida argumentación y sobre todo de una comunicación clara de que en cuanto se pueda se volverá a la senda de la inversión sostenible.

Todo ello de cara a tranquilizar iras de grupos activistas y también a que no se produzca un efecto cascada en otras gestoras, aunque esto último seguro que acaba sucediendo, porque si la gestora supuestamente más sensibilizada y a la vez mayor del mundo toma estas decisiones, el resto van a seguir la senda establecida por la líder casi con total seguridad.

Esperemos que esta sea una situación relativamente momentánea y se retome y potencie la anterior estrategia de inversión sostenible que tantas buenas críticas tuvo en su día.

El reloj que mide la cercanía de las consecuencias más graves del cambio climático sigue en marcha y no se detiene ante nada.

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