Menos eufemismos y más apoyos

Según la RAE, un eufemismo es una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. En el sector de la discapacidad también abundan.
<p>Foto: Miret. 25 aniversario de la Asociación de familias de personas con discapacidad (Amibil). </p>

Foto: Miret. 25 aniversario de la Asociación de familias de personas con discapacidad (Amibil).

Los hay infantiles: trasero en vez de culo, baño en vez de retrete o caca en vez de mierda. Los hay económicos: regularización fiscal en vez de amnistía fiscal, moderación salarial cuando nos referimos a rebajar o congelar los sueldos de los trabajadores (incluso aumentando la precariedad en ocasiones) o toma de beneficios en los mercados financieros ante el desplome de las cotizaciones tras abrupta interrupción de una tendencia alcista en la bolsa.

Sanear las cuentas o balances de empresas o instituciones suena bien. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, camufla dolor que alguien tendrá que sufrir: aumentar los impuestos al contribuyente, en el caso de administraciones públicas o proponer ampliaciones de capital para enjuagar pérdidas a los accionistas o negociar deudas con proveedores en el caso suspensión de pagos de una empresa. Si una institución necesita ser saneada, no lo será gratis. ¿Qué suena mejor desahucios bancarios o procedimientos de ejecución hipotecaria? ¿Y entre aborto o interrupción voluntaria del embarazo? No hay color. Desde luego el eufemismo es el rey de la comunicación moderna.

El tercer sector no es ajeno a estos malabaristas del lenguaje. En la sociedad se han popularizado términos como ‘capacidades diversas’ o ‘diversidad funcional’ para referirse a la discapacidad intelectual. Sin embargo, ‘personas con discapacidad intelectual y/o del desarrollo’ es la mejor manera de llamar a este colectivo.

Lo mismo sucede con la discapacidad sensorial y con la discapacidad física. Tampoco somos minusválidos y el término ‘personas con movilidad reducida’… ya, tal… En el sector de la discapacidad no gustan los eufemismos paternalistas que edulcoran la cruda realidad (dramática para muchas personas). Las personas con discapacidad no quieren prejuicios, pero tampoco autoritarismos ni sobreprotección. Solo igualdad de oportunidades.

Disfrutar de una película en un idioma extranjero que no se entiende puede requerir de actores de doblaje que la traduzcan e interpreten al español. Incorporar a una estrella a un equipo de fútbol quizás requiera de un tiempo de adaptación, una programación de entrenamientos especiales o una planificación individualizada para lograr su óptimo rendimiento.

En el sector de la discapacidad no gustan los eufemismos paternalistas que edulcoran la cruda realidad. Las personas con discapacidad no quieren prejuicios, pero tampoco autoritarismos ni sobreprotección. Solo igualdad de oportunidades.

De manera similar las personas con discapacidad tan solo reclaman poder competir en las mismas circunstancias que las personas ordinarias. Si voy en silla de ruedas y para acudir al trabajo necesito coger el autobús, demando una rampa que me permita acceder a ese medio de transporte, máxime cuando en ocasiones es subvencionado por todos los contribuyentes… incluidos aquellos con discapacidad. Si para acceder a un edificio requiero una señalización comprensible con letras grandes o pictogramas que me muestre donde está la salida, la información o los baños, es de justicia su existencia.

Tener una discapacidad no es barato. La autonomía personal y el cuidado de la salud disparan los gastos de las familias con alguna persona con discapacidad en su seno, mermando su poder adquisitivo. Además, se requieren ayudas técnicas, adaptaciones y gastos para sufragar asistencia personal, tratamientos médicos, terapéuticos y rehabilitadores y fármacos. Por no hablar de gastos específicos en transporte y desplazamientos o ropa y útiles personales.

La realidad es tozuda. Las personas con discapacidad tienen niveles educativos bastante más bajos que el resto de la población de su mismo sexo y edad y sus tasas de actividad y de empleo y salarios son también mucho menores. Por si todo ello fuera poco, la pandemia les ha afectado especialmente. En muchos casos, incluso ha disminuido su red de apoyos familiar y social.

Muchas familias de personas con discapacidad solo cuentan con los ingresos de un progenitor y tienen dificultades para llegar a fin de mes. Estos sobrecostes y la evidente falta de oportunidades son un intolerable agravio comparativo económico. La solución no se halla en los eufemismos sino en ayudas que permitan alcanzar un empleo digno. Un puesto de trabajo es la respuesta integral para lograr la autonomía y desarrollo de las personas con discapacidad mediante el acceso a una vivienda, al ocio y al fortalecimiento de los lazos sociales.

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