20 años no son nada
Y en parte puede ser por la urgencia de los desafíos que tenemos como sociedad: cambio climático, erradicación de la pobreza o desigualdad social y económica que se manifiestan en la ausencia de oportunidades y que bien recogen los ODS. Retos que estaban presentes en mayor o menor manera hace más de 20 años cuando la sostenibilidad empezó a asentarse en las compañías para cambiar la manera de hacer empresa.
Recientemente, escuché en la Conferencia Anual de Corporate Excellence a Oriol Iglesias, profesor titular del Departamento de Marketing de Esade, afirmar que la RSC estaba muerta y lo argumentaba, explicando que no podía estar confinada en un departamento, desconectada de la estrategia y la operativa del negocio. Y apostaba por dar paso a las empresas con consciencia en las que se uniera el propósito, que es esencial, pero no suficiente, y los principios.
Vaya por delante, que no le faltaba razón en su análisis, pero me hizo pensar si no estábamos consumiendo términos de sostenibilidad por encima de nuestras posibilidades. Aunque en 20 años, tampoco han sido tantos. Pero ya se sabe lo que pasa con los tecnicismos, que muchas veces contribuyen a generar confusión en la gran mayoría de las personas. En este caso, a los que les queda lejos las cuestiones ASG o ESG (ambientales, sociales y de gobernanza), aunque cada vez están llegando más a todos los públicos.
Sin entrar en cuestiones teóricas, la RSC, RSE, Sostenibilidad o ESG sigue buscando, dos décadas después, gestionar las organizaciones en base a los impactos económicos, sociales y medioambientales que generan y minimizarlos.
Por otra parte, la teoría de los Stakeholders o Grupos de Interés de Edward Freeman de la década de 80 sigue más vigente que nunca: “Todos aquellos grupos que se ven afectados directa o indirectamente por el desarrollo de la actividad empresarial y también tienen la capacidad de afectar directa o indirectamente su desarrollo”.
Es más, cuatro décadas después, en el verano de 2019, la Business Roundtable, organización que reúne a 200 de las mayores empresas estadounidenses, anunció que era necesario redefinir el propósito de las compañías y que ya no solo tenían que buscar el valor para los accionistas sino para el resto de grupos de interés: empleados, clientes, empleados, proveedores y las comunidades en las que operan.
NOTICIAS RELACIONADAS
– Estar alineados para avanzar en inversión sostenible
– ¿Eres tigre o león?
– Responsabilidad social y legalidad
– ‘Influencers’ de la sostenibilidad
En 2005, en los inicios de la gestión de la sostenibilidad, The Economist dedicó su portada a cuestionar el valor de la RSC, unos años antes del inicio de la crisis económica y financiera de 2008.
Por aquella época también se cuestionaba que los departamentos de Sostenibilidad estuvieran aislados del negocio de las compañías, que su director tenía que ganar influencia en los comités de dirección y que los planes de RSC tenían que vincularse con los planes estratégicos si querían ganar importancia.
Además, muchos asociaban a la RSC solo a las cuestiones sociales, sin tener en cuenta las otras dos patas, y la voluntariedad era un mantra empleado por aquellos que renegaban de la necesidad de que las empresas integraran estas cuestiones en su gestión y se comprometieran con el desarrollo sostenible. La S de Social, la C de Corporativa o la E de Empresa también generaron mucho debate sobre cómo denominar a esta nueva manera de hacer empresa, que por suerte ya ha quedado en el olvido y nadie lo reclama.
Con la llegada de la crisis financiera, la palabra clave fue transparencia y la rendición de cuentas de las empresas se descubrió como más necesaria que nunca. Las cuestiones éticas y de gobernanza comenzaron a ganar relevancia y se presentaron como la salvaguardia para evitar los desmanes de la crisis. En España, la CNMV actualizó en febrero de 2015 el Código de buen gobierno de las sociedades cotizadas, que recomendaba que se aprobase una política de RSC junto a las reglas de gobierno corporativo, que fuera aprobada por el consejo de administración y que se informe de los avances en un informe anual.
ODS y Acuerdo de París
Ese mismo año, la ONU aprobó los ODS (25 de septiembre), la Agenda 2030 que nos tiene que ayudar a luchar contra la desigualdad y a ser mejores que en 2015, y en la COP21 se cerró el Acuerdo de París (12 de diciembre) por el que todos los países se comprometían a que la temperatura de la Tierra no aumentase más de 1,5° en 2100. Esos dos hitos supusieron un reconocimiento para todos los pioneros que venían trabajando en cuestiones de sostenibilidad.
Desde entonces, han pasado casi ocho años y la gestión de la sostenibilidad en las empresas ha seguido ganando relevancia, con una pandemia de por medio que nos ha hecho replantearnos muchas cosas como sociedad, en medio de la guerra de Ucrania y con una crisis económica.
Ahora, los dirse cada vez son más importantes en las compañías y algunos han pasado de gestionar sostenibilidad a ESG, que considero que sigue siendo lo mismo, aunque tienen que hacer frente al tsunami regulatorio de la UE. Además de frenar toda sospecha de greenwashing, que desde la pasada COP27 de Sharm el Sheij (Egipto) se ha convertido en uno de los caballos de batalla de la sostenibilidad, aunque ya venía siendo un desafío.
Durante estos años se ha hablado mucho de la teoría de valor compartido, del capitalismo de stakeholders de Davos, del propósito, de la doble materialidad, de la gestión de intangibles, de la reputación, de la taxonomía económica, de la futura taxonomía social, de derechos humanos, de debida diligencia, de empresas regenerativas o de empresas de impacto. Conceptos e ideas que buscan que las empresas y las organizaciones sigan involucrándose para afrontar los retos que tenemos por delante y que todas unidos reflejan frente al espejo que los desafíos que tienen las empresas cada vez mayores para mejorar como sociedad.
Necesitamos que las empresas sigan aumentando su compromiso con el desarrollo sostenible para crear un futuro mejor y que no vean la regulación como cumplimiento normativo, sino como una oportunidad para generar impacto positivo.
Mientras tanto, la inversión sostenible ha dejado de ser un reducto, tanto a nivel global como en España, que alcanza ya los 379.618 millones de euros en 2021 en nuestro país, según el último estudio anual de Spainsif, cuando en 2009 no llegaba ni a 100 millones de euros.
Y también se habla cada vez más de la inversión de impacto, aquella que, además de buscar una rentabilidad económica, apuesta por generar una mejora social y ambiental medible, y que cuenta ya con 2.400 millones de euros en activos gestionados, según el estudio de SpainNAB 2021. Por otra parte, cada vez está más presente el emprendimiento social y de impacto.
En este breve repaso a la evolución de la sostenibilidad, lo que sí que parece claro, es que la regulación ha sido el motor de los cambios durante este tiempo, como lo ha demostrado la Directiva de información no financiera (NFDR) o los códigos de buen gobierno. Ahora, la nueva Directiva sobre información corporativa en materia de sostenibilidad (CSRD), que entrará en vigor en 2024, elevará el grado de exigencia para las empresas. Al igual que el primer gran grupo de borradores de los Estándares Europeos de Reporte (ESRS), elaborados por el EFRAG y que se han enviado a la Comisión Europea, el pasado 22 de noviembre, para su revisión y futura aprobación.
Independientemente de que el concepto de RSC haya podido quedar relegado, lo que es una realidad es que desde el año 2000 el compromiso de las empresas con el desarrollo sostenible ha cambiado por la demanda de los inversores, de la sociedad o de los consumidores. Su rol también se ha visto afectado, motivado por la respuesta a la urgencia climática, las desigualdades, su apuesta por la innovación o la necesidad de transparencia.
Por eso, aunque aparezcan nuevos conceptos vinculados a la sostenibilidad con los que nos identifiquemos en mayor o menor medida, necesitamos que las empresas sigan aumentando su compromiso con el desarrollo sostenible para construir un futuro mejor y que no vean la regulación como una cuestión de cumplimiento normativo, sino como una oportunidad para generar impacto positivo en la sociedad. Todos saldremos beneficiados.