Los pecados de la RSC

Como cualquier herramienta de gestión empresarial o contable, la RSC (Responsabilidad Social Corporativa) se encuentra sujeta a interpretaciones y modas. La última: transformar el propio término en otro más amplio, Sostenibilidad.

La idea parece coherente: las organizaciones no van a sobrevivir en un mundo VUCA, pleno de volatilidad, incertidumbre –uncertainty-, complejidad y ambigüedad sin innovación, digitalización y gestión de riesgos no financieros. Por ello, la RSC deja de ser un aspecto independiente (y residual) de la rendición de cuentas financieras para transformarse en transversal (y esencial).

Sin embargo, el término Responsabilidad no debería abandonarse tan a la ligera para caer en el olvido y desde esta humilde tribuna se reivindica su actualidad: todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad, como cualidad de responsable. No como deuda, obligación de reparar y satisfacer a consecuencia de un delito, de una culpa o de otra causa legal. Tampoco como cargo u obligación moral que resulta para una organización (o persona) del posible yerro en cosa o asunto determinado.

Sí como capacidad existente en toda organización (o persona) para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Es decir, para medir el impacto global de nuestras decisiones. John Scade siempre recordaba la historia del colibrí que, al intentar apagar el incendio de un bosque, batiendo sus alas y sembrando gotas de agua, le preguntaron: “¿Qué haces?” El colibrí responde: “Hago mi parte”.

Parece ser que el ecopostureo, ecoblanqueo o lavado de imagen (greenwashing) ha pasado a mejor vida. Pocos se arriesgan ya a lanzar propaganda engañosa para promover la percepción de que sus productos, objetivos o políticas favorecen a causas sociales o son respetuosos con el medio ambiente con el fin de arañar cuota de mercado o limpiar su conciencia. Si no implementas la sostenibilidad desde un punto de vista estratégico, tampoco la utilices como herramienta promocional. Se te ve demasiado el plumero y el efecto rebote cuando te descubran será mucho más perjudicial que los míseros hipotéticos beneficios.


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En la actualidad, en ocasiones, se peca por exceso de rimbombantes expectativas. No había nada que molestara más a Jordi Jaumá que la manida afirmación “llevamos la RSC en nuestro ADN”. Se trata del empalagoso greenwishing (deseo de ser verde) que recoge los supuestos valores ASG (ambientales, sociales y de gobierno corporativo) por medio de una simple afirmación desiderativa: el propósito (vacío). Puede ser un drama afrontar la creciente maraña de leyes y decretos, de normativas y regulaciones sin una diáfana estrategia en sostenibilidad…

La modestia es la cualidad de modesto, del humilde o carente de vanidad, del honesto y pudoroso. En ocasiones, no obstante, el término es peyorativo: de nivel económico relativamente bajo, de poca categoría o importancia. Por eso, no compartir los resultados de tus iniciativas en sostenibilidad es otro de los pecados capitales (a lo mejor es que no hay nada que comunicar…).

El ecosilencio (greenhushing) elude compartir las buenas prácticas con lo cual impide que éstas sean adoptadas por otras organizaciones con el consiguiente despilfarro de impacto global. Una cosa es ser humildes, ser conscientes de nuestra propia finitud y de nuestra necesidad de avanzar y mejorar, y otra, muy distinta, la perniciosa falsa modestia de aquel a quien le aterra cualquier atisbo de alarde censurable y ser tachado de presuntuoso, ostentoso o vanidoso.

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