Agua y cambio climático, cada vez más interdependientes

El agua sigue siendo un problema en el mundo. En un planeta cubierto en gran parte por este líquido fundamental para la vida, más de 2.000 millones de personas todavía mueren, de forma directa o indirecta, de sed.

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Gambia. Foto: Auara.

Bien por enfermedades provocadas por la falta de higiene, conflictos armados por el control de fuentes naturales, deshidratación, y, por supuesto, falta de oportunidades y desarrollo a causa de una vida que, para muchas mujeres y niñas, se reduce a acarrear agua desde lejanos kilómetros hasta sus comunidades para cubrir las mínimas necesidades básicas, que suponen más de 40.000 millones de horas cada año, quedándose sin tiempo para estudiar, trabajar y desarrollarse.

Un mal reparto y una flagrante falta de infraestructuras básicas en los países en desarrollo son las principales causas de la falta de acceso al agua, a lo que habría que añadir a este cóctel también la contaminación de las fuentes naturales, el cambio climático que desertiza unas zonas y arrasa otras con monzones y torrentes (a veces las mismas, dependiendo de la región) y la sobreexplotación de los recursos, que seguirá aumentando como consecuencia de la superpoblación.

El agua cuenta con un Objetivo de Desarrollo Sostenible en la Agenda 2030, como muchos conocen, el ODS 6: Agua limpia y Saneamiento, y junto al ODS 13 de Acción por el Clima, es uno de los más acuciantes, incluso se interrelacionan entre sí. Preocupa a los gobiernos y a la economía mundial, pero sigue sin solucionarse.

Recientemente, se ha celebrado la Conferencia de la ONU sobre el Agua 2023, entre el 22 y el 24 de marzo, coincidiendo con el Día Mundial del Agua, un evento al que han asistido, además de los representantes de la mayoría de los países, así como de empresas, sociedad civil, científicos y pueblos indígenas que, normalmente, son quienes más sufren las consecuencias de la escasez pero, por su carácter minoritario, suelen estar subrepresentados.

El objetivo principal de esta conferencia, creo, se ha cumplido: aumentar la concienciación sobre la crisis del agua. Sin embargo, me temo que las más de 700 resoluciones concretadas en la Agenda de Acción para el Agua desde la creación de capacidades hasta los sistemas de datos y seguimiento, pasando por la mejora de la resiliencia de las infraestructuras, se pueden quedar en buenas intenciones.


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El cambio climático es causa y efecto de la falta de acceso al agua: un pueblo que carece de recursos de agua puede verse obligado a esquilmar la tierra en su búsqueda, o a emigrar a ciudades donde la superpoblación incrementa el problema de la contaminación que, a su vez, incide en el calentamiento global y provoca desertificación y fenómenos meteorológicos extremos.

Porque, reconozcámoslo, a pesar de la Agenda 2030, los ODS y todos los esfuerzos que se están realizando, todavía nos queda camino por delante. Según el último informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas), que acaba de publicar en marzo, casi la mitad de la población mundial vive actualmente en regiones expuestas al impacto del cambio climático, donde la mortalidad humana por causa de fenómenos inundaciones, tormentas o sequías ha sido 15 veces mayor que en otras zonas.

No todo está perdido, según este mismo informe, a pesar de haber perdido un tiempo precioso, todavía existen diversas opciones viables y eficaces para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que reducirá las pérdidas y daños para la naturaleza y las personas y, además, aportará mayores beneficios.

Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la mitad de la población mundial sufre escasez de agua durante al menos un mes al año, y viendo el panorama meteorológico reciente, esta cifra podría aumentar y tocarnos muy de cerca. Estoy con António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, cuando afirmaba en la Conferencia del Agua que el futuro de la humanidad depende de que cambiemos cómo gestionamos y conservamos el agua.

La crisis del agua ya es una realidad y no afecta solo a las zonas con mayor estrés hídrico como el Norte de África, sino a países como España o EE. UU. Sin agua, el presente cada vez será más complejo y el futuro de las próximas generaciones más complicado.

La innovación también es fundamental, pero sobre todo hay que ampliar el compromiso de todos para garantizar, en la medida de lo posible, el acceso a agua potable y saneamiento a cada vez más personas.

Los organismos supranacionales como la ONU, la UE, el FMI, el Banco Mundial o el G-20 tienen que impulsar estrategias reales que además de concienciar pongan remedio a la ausencia de agua en los cinco continentes. Los gobiernos y Administraciones públicas, comprometiéndose con la sostenibilidad y políticas para hacer de la Tierra un lugar habitable para todos. Las empresas, implementando procesos más eficientes y respetuosos en sus modelos de producción. Y, por supuesto, desde nuestros hogares realizando un uso más racional y comedido de este recurso finito.

La crisis del agua ya es una realidad y no afecta solo a las zonas con mayor estrés hídrico como el Norte de África u Oriente Medio, sino a países como España, Australia, Chile, Brasil o Estados Unidos. Sin agua el presente cada vez será más complejo y el futuro de las próximas generaciones más complicado. Colaboremos y pensemos a lo grande para que la ausencia de agua no sea la mayor de las pobrezas.

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