Suicidios: una llamada a la acción impostergable
Mientras que la violencia de género, que se ha cimentado en una larga historia de desigualdades y abusos, ha encontrado un espacio de reconocimiento y acción en la agenda pública, los suicidios, aunque reflejan una crisis de salud mental que afecta a un amplio espectro de la población, aún luchan por obtener una visibilidad y comprensión comparables.
Aunque queda todavía mucho por hacer, las iniciativas gubernamentales y sociales han desempeñado un papel crucial en la lucha contra esta forma de violencia, proporcionando recursos, apoyo y, lo más importante, una plataforma para la denuncia y la justicia. Aunque en 2022 todavía murieron 49 mujeres por violencia de género, hemos ido viendo que la movilización colectiva hace posible lograr cambios cuando la sociedad decide enfrentar sus desafíos.
Por otro lado, los suicidios representan una crisis silenciosa pero igualmente devastadora. En 2021, el número de suicidios en España superó los 4.000 por primera vez, hasta llegar a los 4.097 de 2022, ilustrando una tendencia al alza que no puede ser ignorada.
La salud mental, y especialmente la prevención del suicidio, requiere de una atención igualmente intensiva y enfocada. Cada suicidio refleja una tragedia individual y colectiva, una pérdida irreparable que resuena en las comunidades y en la fibra de la sociedad.
Estos temas no deben ser vistos como temas tabú, sino como problemas críticos que requieren una acción potente y directa. Deben ser discutidos abiertamente, comprendidos profundamente y abordados con un enfoque multidisciplinario que involucre tanto a la sociedad como a las diferentes instancias gubernamentales.
Solo a través de una comprensión y acción colectiva podemos esperar cambiar la narrativa y proporcionar apoyo real a aquellos que lo necesitan.
La salud mental y la prevención del suicidio no deben ser vistos como temas tabú, sino como problemas críticos que requieren una acción potente y directa.
La salud mental, afectada por la pandemia
La pandemia de la covid-19 ha sido un catalizador de diversas crisis en el mundo, y España no ha sido la excepción. En este escenario y en nuestro país, la salud mental ha emergido como una de las áreas más afectadas, revelando y exacerbando las vulnerabilidades existentes en la sociedad.
Los confinamientos prolongados, la pérdida de seres queridos, el desempleo y la incertidumbre económica han contribuido a un aumento en los niveles de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales. Durante la pandemia, los servicios de salud mental fueron los más interrumpidos y afectados de todos los servicios de salud esenciales en la mayoría de los Estados miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Una vez superada la pandemia y según datos actuales, el 59,3% de los jóvenes españoles entre 15 y 29 años reconoce padecer problemas de salud mental, mientras que casi la mitad de ellos ha pensado en suicidarse.
Ojo a la cifra anterior: casi la mitad ha pensado en suicidarse. Afortunadamente, si es que podemos usar ese adverbio en un tema tan triste como este, según los datos los suicidios se dan en más de dos terceras partes en población de mayores de 40 años y mayoritariamente hombres (en un 75%), lo que denota que los pensamientos suicidas en los jóvenes no suelen pasar de esa idea.
NOTICIAS RELACIONADAS
– La OMS apuesta por una transformación de la salud mental
– El alto precio de la gestión de la salud mental
– Cinco claves para cuidar la salud mental en las empresas
Podemos dejar para otro momento el debate de si nos encontramos con la juventud con la piel más fina de la historia o de si el hecho de crecer, probablemente, en su mayoría dentro de burbujas de cristal haga que cualquier problema se les haga una montaña, pero esas cifras subrayan la profunda angustia con la que muchos jóvenes están enfrentando estos tiempos cambiantes.
Las causas que llevan a las personas a suicidarse van más allá de la edad y de la situación vital, pueden ser múltiples y complejas, y varían significativamente de una persona a otra. Sin embargo, hay algunos factores comunes que pueden contribuir al riesgo de suicidio como son, obviamente, los trastornos mentales, la falta de acceso a recursos sociosanitarios, las presiones sociales y económicas, o el aislamiento social y la soledad, entre otras.
Se diluyen en los programas políticos
Nos encontramos en unos meses en los que se está intentando formar Gobierno en nuestro país y, si nos fijamos en los programas políticos de los partidos, podemos ver que a temas como la salud mental no se les da apenas importancia.
Como a todos los temas, en las declaraciones políticas sobre este asunto se le da una extrema gravedad al suicidio y se urge a mejorar la atención a las personas con problemas de salud mental, pero a la hora de la verdad se queda casi siempre en meras palabras y deseos.
Una muestra de ello es el hecho de que en España se propuso en 2018 un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, pero a día de hoy este tema todavía recae en las comunidades autónomas que tienen traspasadas las competencias sanitarias, ya que el Plan ha sido rechazado cada vez que se ha propuesto su aprobación.
Como para todo, la fragmentación política y las diferencias entre los partidos han sido barreras para una acción más decisiva en este ámbito. Los partidos políticos han presentado diferentes propuestas para abordar la salud mental y la prevención del suicidio. Por ejemplo, el Partido Socialista ha propuesto aumentar la inversión en salud mental, mientras que Podemos ha abogado por una ley integral de salud mental que incluya la prevención del suicidio y el Partido Popular ha enfatizado en la importancia del plan nacional ya comentado.
En las declaraciones políticas se da una extrema gravedad al suicidio y se urge a mejorar la atención a las personas con problemas de salud mental, pero a la hora de la verdad se queda casi siempre en meras palabras y deseos.
Estas propuestas reflejan una creciente conciencia, pero también una falta de consenso que a buen seguro están ralentizando el progreso.
Esa falta de consenso se une a la consecuente falta de presupuesto para estos temas. Con datos en la mano de 2019, España invertía solo el 5% de su presupuesto de salud en salud mental, un porcentaje por debajo del promedio de la Unión Europea del 7%. Un desfase en la inversión que se traduce en una falta de recursos, que va desde la disponibilidad de profesionales de salud mental hasta la infraestructura necesaria para brindar atención adecuada.
Como para todo, es necesario un compromiso real
Así que, en resumidas cuentas, nos encontramos en una situación en la que se requiere una acción política más decidida y unificada para abordar la crisis de salud mental y la prevención del suicidio en nuestro país.
Hacen falta propuestas políticas respaldadas por inversiones significativas y, sobre todo, un compromiso genuino para implementar esas políticas que puedan hacer una diferencia sustancial en la vida de aquellas personas afectadas.
Lo anterior también incluye la lucha contra la estigmatización y la discriminación, el fomento de la educación y la conciencia sobre la salud mental, y la creación de comunidades y entornos de apoyo que promuevan el bienestar. La intervención temprana y el acceso a tratamiento y apoyo son esenciales, pero también lo es construir una sociedad que apoye la resiliencia y el bienestar mental desde el principio.
Con una visión holística y un enfoque multidisciplinario, la política pública puede desempeñar un papel crucial en la construcción de una red de seguridad robusta que no solo responda a la crisis de salud mental y prevención del suicidio, sino que también trabaje activamente para prevenir y mitigar estos desafíos en el futuro.
Todos estos cambios también favorecerían (por favor, no nos olvidemos de ellas) a las familias de esas personas afectadas que sufren las consecuencias de sus problemas y en última instancia la pérdida de aquellas que fructifican en sus deseos e intentos de abandonar esta vida.
La sensación amarga de la pérdida de una persona querida por suicidio, y la losa inmensa de la duda de si se podía haber hecho algo (o algo más) para evitarlo, son unas de las peores sensaciones con las que puede lidiar el ser humano.