¿Se va el ‘fundamentalismo’ climático?

Queda menos de un mes para la cumbre climática COP29 que se celebrará en Bakú (Azerbaiyán) y no se presenta con las mejores perspectivas para lograr un avance significativo que permita mantener los objetivos de lucha contra el cambio climático.

Es cierto que los expertos en el clima siempre se quedan insatisfechos por los logros conseguidos en las cumbres, pero en esta ocasión, parece que hay un cierto conformismo sobre la distancia que hay entre la realidad de lo conseguido y las intenciones de los implicados -gobiernos, instituciones internacionales, empresas, entidades sociales, ciudadanos…- para reconducir el camino hacia la autodestrucción que hace años se decía que había emprendido la humanidad si no ponía remedio con rapidez y con todos los medios al deterioro climático.

Hablo en pasado porque me da la impresión que ese ‘fundamentalismo’ climático está pasando a mejor vida, excepto, quizá, por los esfuerzos de secretario general de la ONU en mantener como estandarte ese miedo al desastre.

El mundo está haciendo un esfuerzo importante por reducir las emisiones de gases contaminantes al medio ambiente. Las energías renovables tienen más peso que nunca en el mix de producción de energía en el planeta y más que lo van a tener en el futuro. Las nuevas tecnologías permiten la fabricación de máquinas mucho más eficientes, capaces de funcionar con menos combustible fósil o de emplear fuentes limpias. Avanzamos y eso es muy bueno. Y a la vez que se produce ese sano progreso hacia una atmósfera más limpia y un clima en la medida de lo posible más controlado, cada vez tenemos más ejemplos de que no hay que obsesionarse con las metas y que, a lo mejor, no pasa nada por si se retrasa su cumplimiento. En las últimas semanas hemos tenido algunos ejemplos de ello que merece la pena apuntar

El primero y más significativo tiene un nombre propio: Three Mile Island. Los más viejos recordamos el accidente de esa central nuclear situada en Harrisburg (Pensilvania, EEUU) el 28 de marzo de 1979 cuando el reactor TMI-2 sufrió una fusión parcial del núcleo del reactor, lo que provocó una fuga radioactiva. Hubo que desalojar cientos de kilómetros a la redonda para proteger a los más de dos millones de ciudadanos de la zona y, aunque no murió nadie, según la información oficial, «la confianza pública en la energía nuclear, particularmente en EEUU, disminuyó drásticamente tras el accidente de Three Mile Island. Fue una de las principales causas del declive de la construcción nuclear durante los años ochenta y noventa”, según la Asociación Nuclear Mundial.

Tras muchas vicisitudes legales y económicas, Constellation Energy, la empresa propietaria de Three Mile Island, decidió cerrar la planta en 2019… hasta que en septiembre de 2024 salta la noticia que se va a volver a abrir. El asunto es que los centros de datos para los procesos de inteligencia artificial necesitan tanta cantidad de electricidad que las redes actuales de Estados Unidos ya no dan abasto y empieza a haber problemas de suministro en los núcleos urbanos y rurales que se encuentran cerca de esas instalaciones. Además, los centros de datos precisan energía de forma constante y las 24 horas al día, cosa que ni la eólica ni la solar pueden garantizar. Como es imposible tal como están las cosas volver a los combustibles fósiles, la solución es la nuclear… incluso aunque haya que reabrir Three Mile Island. Constellation y Microsoft van a invertir 1.600 millones de dólares para producir más de 800 megavatios de electricidad al año, una cantidad suficiente para abastecer a una ciudad como Valencia, que usará la empresa tecnológica para sus centrales de datos.


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¿Se imaginan que alguien propusiera reabrir Chernobil? Salvando las distancias, Three Mile Island fue el mayor accidente nuclear del mundo hasta el desastre soviético. Y apenas hemos oído voces contra su reactivación. Microsoft sólo es un ejemplo. Las demás grandes tecnológicas están explorando soluciones que pasan por la energía nuclear, en las que los pequeños reactores nucleares modulares (SMR) cada vez toman más protagonismo.

Microsoft y Three Mile Island es el ejemplo más clamoroso sobre ese cambio de actitud hacia la energía nuclear, que ya ha calado en buena parte de la población y de los gobiernos, salvo en los más intransigentes. Pero hay más. Google acaba de firmar un acuerdo con la energética Kairos Power para construir seis o siete pequeñas centrales nucleares modulares (SMR), que abastezcan de electricidad a sus centros de datos y Amazon también ha llegado a acuerdos con otras empresas nucleares para comprar electricidad.

Además, cada semana hay un goteo de noticias de empresas u organizaciones sociales que, por diversas causas, relajan sus objetivos de limpieza del clima y, tras hacerlo, ya no se les ve cómo unos irresponsables cuyas políticas van a derretir el hielo de los polos -por cierto, que todo un Premio Internacional de Investigación de 2007 pronosticó ese año que “veremos el Ártico sin hielo en 2020”, pero esto merece otro comentario-.

Me da la impresión que ese ‘fundamentalismo’ climático está pasando a mejor vida, excepto quizá, por los esfuerzos de secretario general de la ONU en mantener como estandarte ese miedo al desastre.

Dos ejemplos de lo que comento de este mismo mes de octubre. La petrolera BP, una de las diez grandes del mundo, se comprometió en 2020 a reducir un 40% su producción de crudo en 2030 e incrementar la de energías renovables. En 2023, rebajó ese objetivo al 25% y este mes lo ha eliminado y ha anunciado un programa de inversiones en el Golfo de México y en Oriente Medio para incrementar su capacidad en petróleo y gas. ¿La razón? Los accionistas de BP pedían al consejo aumentar la rentabilidad de la compañía y esa fue su respuesta para hacerlo. Ni la cotización de BP se ha desplomado desde el anuncio ni hemos visto manifestaciones en sus sedes para protestar contra ese ‘atentado’ climático.

Otro caso también de estos días es la Universidad de Princeton, una de las integrantes de la Ivy League, universidades de donde salen buena parte de las ideas ‘progresistas’ en todos los ámbitos en Estados Unidos. Bien, el centro educativo había prohibido hace años las donaciones para investigación de las empresas que tuvieran algo que ver con los combustibles fósiles, como muestra de su distanciamiento hacia el sector. Ahora, a petición de muchos profesores, acaba de revocar esa prohibición y va a permitir de nuevo la entrega de fondos por parte de petroleras y demás porque muchos departamentos se estaban quedando sin dinero para investigar… incluso sobre nuevos modelos más eficientes y ecológicos de energía. Tampoco en esta ocasión se ha llenado el campus de manifestaciones y protestas.

Ya son conocidas las decisiones de gigantes de los fondos de inversión, como BlackRock o Standard Chartered o Bank of America, que en los últimos años han dejado de elegir las empresas en las que invierten por sus objetivos de transición energética y prefieren destinar sus fondos a las compañías que ofrecen mayor rentabilidad, aunque sean un poco más ‘sucias’ climáticamente hablando.

La Agencia Internacional de la Energía acaba de publicar el informe anual Renewables 2024 en el que afirma que al final de la década la capacidad de producción de energía renovable en el mundo será 2,7 veces superior a la de 2022, por debajo del objetivo que se cifraba en llegar a las tres veces. ¿Sería un fracaso no llegar a las tres veces? No, porque habremos conseguido alcanzar esas 2,7 que parecía imposible hace apenas unos años. Parece que el ‘fundamentalismo’ climático está retrocediendo.

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