La “revolución” de los recursos naturales

Juanma Roca7 diciembre 2012

Durante el próximo cuarto de siglo, más de tres mil millones de personas se incorporarán a la clase media. Lejos de ser solo un exponencial cambio demográfico, las consecuencias sociales y económicas de ese salto cualitativo se dejarán notar en los recursos naturales, que disminuyen en la misma proporción en que aumenta la demanda.

La gestión de esos recursos y, llegado el caso, la aparición de nuevas fuentes, se abren camino como uno de los grandes desafíos del siglo XXI.

En el horizonte, organismos, gobiernos y empresas buscan en la tecnología cómo hacer frente a esa creciente escasez dentro de la abundancia.

La disyuntiva (o paradoja) de la escasez frente a la abundancia lleva a preguntarse una cuestión evidente: ¿se está llegando a una fase de aumento incesante de los precios de los recursos naturales, con el consecuente riesgo económico, social y geopolítico que supone eso? A esa pregunta tratan de responder Richard Dobbs, Jeremy Oppenheim y Fraser Thompson, socios de McKinsey, que acaban de publicar en el centro McKinsey Global Institute, el centro de investigación y tendencias mundiales de la consultora, un informe sobre el futuro de los recursos naturales en las próximas décadas.

Como sostienen ya desde el principio, es tal el desafío que se plantea que los consultores reivindican una «auténtica revolución de los recursos naturales» para hacer frente a la disminución de estos.

La evolución demográfica explica, de nuevo, el problema de fondo, a juicio de los socios de McKinsey. Como señalan Dobbs, Oppenheim y Thomson, si entre 1980 y 2009 la población mundial de clase media pasó de 1.100 millones a 1.800 millones de habitantes, en los próximos 20 años, ese incremento acelerará el ritmo –ascenderá otros 3.000 millones– y rozará los 5.000 millones de habitantes en el año 2030; una población que está demandando ya –y lo hará en mayor proporción a medida que pasen los años– más recursos naturales, ya sean comida, agua, materiales o energía.

«El mundo nunca ha visto antes un incremento de la demanda de tal magnitud y a tal ritmo», subrayan los autores del informe, que precisan que el incremento de China e India a este respecto es hasta diez veces mayor que el que protagonizó Inglaterra durante la segunda Revolución Industrial.

La paradoja hecha desafío resulta evidente: la demanda crecerá de forma desorbitada en un momento en que la extracción de esos recursos naturales resulta cada vez más cara y compleja.

Como detalla el estudio llevado a cabo por los investigadores del McKinsey Global Institute, el impacto medioambiental que llevan aparejados esos recursos y la extracción de estos es mayor que nunca.

«La comida es el terreno de mayor vulnerabilidad, pero hay otros. El mayor uso y consumo de agua, por ejemplo, podría tener consecuencias sociales no solo en la alimentación y salud de millones de personas sino también en el suministro de electricidad», apuntan los autores del estudio.

Ahora bien, matizan los consultores, si los desafíos son mayores que nunca, también lo es el potencial de la tecnología para abordarlos de forma decidida.

En este punto radica, a la postre, la «revolución» a la que acuden los socios de McKinsey. Como apuntan, técnicas tomadas de la industria de los aviones están transformando ya de facto el poder generador de las turbinas eólicas.

Por su parte, prosiguen, los avances en las técnicas de drenaje han llevado a un gran desarrollo del uso del gas natural. Y, de paso, las investigaciones en biología, bioquímica y química, unidas a las de ingeniería, han dado lugar a toda la industria «verde», esto es, las energías limpias y bioenergía.

En suma, resumen Dobbs, Oppenheim y Thomson, «el mundo no está escaso de oportunidades tecnológicas, y de hecho las restricciones de recursos podrían acelerar el camino de la innovación» para hacer frente a esa carestía.

Teniendo presente la importancia de la tecnología a la hora de encarar el desafío de los recursos, los consultores explican en el informe que, para prosperar en una era de mayor volatilidad en los precios de los recursos, las empresas deben poner mucha más atención en su estrategia de negocio a las cuestiones relacionadas con los recursos. En este punto, desde McKinsey señalan el caso de Coca-Cola y la apuesta estratégica de la multinacional de refrescos por el agua.

Siguiendo la experiencia de la compañía de refrescos, entienden los consultores, el objetivo último es que las organizaciones mejoren su comprensión sobre cómo los recursos naturales afectarán a sus ingresos y beneficios, provocarán nuevas oportunidades de crecimiento e innovación disruptiva, crearán nuevos riesgos o asimetrías competitivas, y cómo cambiarán el contexto regulatorio.

En esta línea, para las industrias suministradoras de recursos, esas tensiones sobre los recursos naturales, como el alza de los precios, podrían suponer importantes descensos en las ganancias. No solo eso, aseguran los socios de McKinsey, sino también una importante inflación en los costes, discontinuidades tecnológicas y efectos sociales y regulatorios perjudiciales para las propias empresas.

Por su parte, para las empresas e industrias que consumen y dependen de esos recursos sería complicado trasladar los aumentos de costes y precios a los consumidores, en un momento en que estos están viviendo las consecuencias de la crisis económica mundial y son mucho más sensibles a la elasticidad en los precios.

Además, esas industrias, añaden desde la consultora estratégica, tendrán que enfrentarse a nuevos desafíos, especialmente en las economías emergentes, donde la escasez de recursos –y por tanto la competencia creciente por acceder a estos (por ejemplo, en el caso del agua, los derechos asociados al líquido elemento)– será más acusada.

A partir de estas premisas y del contexto, el informe recomienda a las empresas presentar un enfoque sistemático y estratégico a la hora de encarar la gestión de recursos naturales. Desde luego, avisan los consultores, las implicaciones estratégicas de las cuestiones relacionadas con los recursos «variarán de compañía a compañía, por supuesto». Para la mayoría de las organizaciones bastaría, dicen, con una comprensión más sistemática sobre cómo el cambio en los recursos crean o no nuevas oportunidades, crea ventajas competitivas en costes frente a los rivales menos preparados y abre nuevas vías en la gestión del riesgo y la regulación.

Desde luego, insisten desde McKinsey, ayudar a los consumidores y compañías a usar y acceder a los recursos de forma más eficiente «debería ser un negocio muy bueno los próximos años».

Así, ponen como ejemplo a Otis, cuyo ascensor Gen-2, que cuenta con 150 años de historia, usa hasta un 75% menos energía que los ascensores convencionales. Siguiendo este modelo, las principales multinacionales, como General Electric o Siemens, están creando negocios basados en la productividad de los recursos gracias a las grandes inversiones que están realizando en energías limpias y agua potable, como sucede con las turbinas eólicas o las industrias de ecoeficiencia.

«Y en centros tecnológicos como Silicon Valley una amplia gama de inversores en los temas de eficiencia energética y emprendedores buscan beneficios mediante la transformación radical de la productividad de los recursos», explican.

En palabras del inversor Vinod Khosla, se trata de hablar en la sostenibilidad de los recursos ese «cisne negro positivo», que, a juicio de Khosla, se esconde detrás del buen uso de los recursos naturales.

Por otro lado, el buen uso de los recursos naturales lleva a las compañías a tener grandes oportunidades para aumentar la eficiencia de su cadena de valor, de la cual los propios recursos son un elemento clave, afirman los socios de McKinsey. Así sucede en la industria de productos de consumo, que gracias a esa eficiencia, argumentan, han llegado a reducir hasta en un 50% los costes en menos de tres años.

Destaca en este ámbito Wal-Mart, que ha puesto en marcha una estrategia de suministro que busca reducir los costes de suministro en un 5% en el periodo 2008-2013, un descenso que supone un ahorro de 3.400 millones de dólares. «Capturar algunas de estas oportunidades que pueden surgir en la cadena de suministro requerirá una colaboración más cercana entre empresas y proveedores», advierten Dobbs, Oppenheim y Thomson.

Esa creciente colaboración con los proveedores debe llevar de paso a las organizaciones a observar de forma cada vez más detallada y cuidadosa su propia exposición a esos recursos naturales, sobre todo en lo que hace referencia a esos recursos en relación con los riesgos regulatorios y dependencias de la cadena de suministro. Dicho en pocas palabras, una mejor comprensión y gestión del riesgo corporativo en este campo.

El acero, explican los consultores, se está convirtiendo en los últimos tiempos en un elemento clave de los sectores del petróleo y del gas, debido a los cambios en el drenaje del agua. Como explican, la producción de acero depende fundamentalmente del suministro de hierro, que a su vez depende del agua para ser extraído. De hecho, detallan los expertos, alrededor del 40% de las minas del mineral hierro se encuentran en áreas con una escasez «moderada o alta» de agua, y la mayor parte del acero se produce en lugares donde el agua es relativamente escasa.

Pese a estas limitaciones crecientes, una de las principales compañías de bienes de consumo ha descubierto recientemente que, aunque los recursos naturales suponen el 35% de sus costes, el aprovechamiento de las ventajas de la buena utilización de los recursos podrían descender ese porcentaje hasta en un 70%, estos, casi en tres cuartas partes.

Hasta ese momento, esa empresa, como la mayor parte de las compañías del sector, se había caracterizado por un enfoque fragmentado de la gestión de los recursos naturales dentro de la cadena de suministro, algo que ha sabido cambiar mediante el enfoque más integrado de todo el conjunto.

Siguiendo este modelo, concluyen los autores del informe, «un mundo con una mayor correlación e interdependencia entre los precios de los recursos exigirá ese enfoque más integrado, que debe incluir una estrategia central completamente unificada de gestión de los recursos a lo largo de todas las unidades de negocio y de diseño de producto a fin de minimizar los riesgos que se derivan de los materiales empleados».

Estrategias de diversificación que aúnen los plásticos compuestos por derivados del petróleo con bioplásticos y aluminio reciclable en botellas, pueden aumentar en importancia en los próximos años.

Pasar a la acción

El informe realizado por los consultores de McKinsey despliega cuatro áreas de acción para optimizar las oportunidades que se derivan de la óptima gestión de los recursos naturales. Como aseguran los autores del documento, «estas oportunidades darán a las compañías la opción de mejorar sus negocios y ayudar a otras a mantener a raya tanto sus costes como sus riesgos».

El primer pilar de las áreas de acción hace referencia a la eficiencia energética de los edificios. Mejorar la eficiencia de los edificios comerciales y residenciales, ya sean establecimientos como oficinas centrales, es la medida más sencilla y a la vez más beneficiosa que puede llevar a cabo una compañía, indican desde McKinsey.

«Algo tan simple como limpiar el polvo y la suciedad de los ventiladores y de los aparatos de aire acondicionado permite a toda la unidad funcionar de forma mucho más eficiente y, por tanto, bajar los niveles de consumo energético en un 10%», explica Walter Levy, consejero delegado de la empresa manifactura de productos industriales NCH. Las compañías deberían seguir, agrega Levy, iniciativas como esta para «convertir la mirada al mantenimiento como un retorno de la inversión».

Junto al mal uso de la energía, el estudio de McKinsey apunta directamente al malgasto de la comida, un factor del que habla por sí solo el hecho de que el mundo genera a diario unas diez millones de toneladas de desechos alimentarios al día, esto es, entre el 20% y 30% de toda la comida que entra en la cadena de suministro. En los países desarrollados, sin ir más lejos, la mayor parte de los desechos tienen lugar durante las fases de procesamiento, empaquetado y distribución.

En los países en vías de desarrollo, por su parte, el mayor porcentaje de desperdicios se produce una vez que los productos salen al mercado, ya que en estos mercados las condiciones de conservación y almacenamiento carecen de los mínimos necesarios para asegurar una infraestructura adecuada.

En este último caso, más del 60% de las oportunidades relacionadas con los alimentos reside en reducir las condiciones insalubres de conservación de esos alimentos, lo cual requiere sistemas modernos de congelación y mejores sistemas de transporte.

Ambos elementos esconden grandes ventajas para las empresas que se afanen por la mejor conservación de los alimentos. Pero, aparte de ellos, concretan los autores del estudio, «también las innovaciones en el modelo de negocio que provocan cambios de comportamiento en el productor y en el consumidor». En África, por ejemplo, numerosos granjeros se han resistido a emplear silos de metal para almacenar los granos y cultivos. En lugar de elegir esta opción, en teoría más lógica pero también menos sostenible en lo medioambiental, han preferido almacenar los granos en sus propios hogares en lugares más apropiados y sostenibles.

El sector de alimentación es, sin duda, clave en el desarrollo de la base de la pirámide, como también lo es –en este caso en todo el mundo– el avance en la próxima generación de vehículos, en donde, señalan los autores del informe, la ventaja competitiva de los coches eléctricos y los híbridos dependerá en el futuro en las soluciones tecnológicas, capaces de producir baterías eléctricas frente a los motores de combustión interna de los turismos de gasolina.

Compañías como Toyota llevan tiempo invirtiendo en los coches eléctricos, pero los consultores de McKinsey destacan el caso de Navistar, una empresa de camiones «que en 2011 anunció el desarrollo de EcoMotors para apoyar la evolución de motores eléctricos y sostenibles». «Las oportunidades también podrían aparecer en el desarrollo de baterías disruptivas para los vehículos», insisten los autores del estudio, que agregan: «Nuestro análisis sugiere que, si los costes descendiesen a 100 dólares por kilovatio/hora para el año 2030 (en la actualidad cuestan 500 dólares), las ventas de los coches eléctricos podrían suponer ya el 30% de las ventas de coches nuevos en ese 2030».

En el sector del acero, por otro lado, el gigante indio Arcelor Mittal, la mayor compañía del sector a nivel mundial, estima que el acero de alta calidad y resistencia reducirá el peso de las columnas de acero un 32%. Para alcanzar este objetivo, la firma Qube Design Associates, comentan los autores del informe, ha desarrollado barras de acero de última generación que son un 30% menos pesadas que las convencionales, con las consiguientes ventajas que supone esta reducción.

Como apuntan desde la compañía de diseño, esa ventaja en forma de menos peso representa una ventaja competitiva en ventas con respecto a los rivales del sector del acero. No solo eso, sino que para los clientes supone un considerable ahorro de materiales a la hora de realizar obras y construcciones de acero.

En líneas generales, apuntan desde McKinsey, la introducción en el mercado de ese acero de alta resistencia –y menor peso– supondría un ahorro de 105 millones de toneladas de acero en el año 2030, esto es, una disminución del 9%. Ahora bien, matizan, para llevar a cabo este salto cualitativo «es necesario saltar la barrera que supone la falta de concienciación que tienen muchos de los potenciales compradores de acero en los países emergentes». Eso sí, edificios como el Shanghai World Financial Centre o el Emirates Towers de Dubai han incorporado ya desde su inicio estos materiales de nueva construcción.

Los elementos (requerimientos) que los socios de McKinsey describen para que las empresas protagonicen la «revolución» de los recursos naturales que reivindican en el informe dependerán de todos modos, dicen, «de las reglas de juego que establezcan los gobiernos». Según explican, un desafío crítico es el hecho de que los representantes de los ministerios más relevantes para los sectores afectados por los recursos naturales (energía, agua y agricultura) «no están dispuestos nunca a tener que lidiar con un mercado global de recursos tan complejo como el que existe hoy en día». Para responder a esos desafíos, insisten, se necesitan nuevas habilidades, de las que la gran mayoría de los dirigentes carecen.

Además, muchos gobiernos encuentran muy difícil coordinar actividades estratégicas interministeriales. Los temas relacionados con el agua, por ejemplo, suelen caer en manos de los ministerios no solo de agua sino de agricultura, desarrollo urbano, energía y medio ambiente.

Del mismo modo, los relacionados con el suelo dependen de agricultura, urbanismo, bosques y energía. «Y todo ello no solo a nivel nacional sino también a nivel provincial y local», precisan.

Con este estado de ánimo, el informe de McKinsey concluye de forma taxativa y lanza un mensaje de cambio institucional en todos los ámbitos públicos para que los dirigentes encaren el desafío de los recursos: «Más allá de esta transformación de los mecanismos y mentalidades institucionales, los actores políticos deben actuar para facilitar el camino a la revolución de los recursos. Y deben hacerlo en lo que hace referencia a los precios en estos sectores y en la resiliencia de los recursos naturales a largo plazo».

Por Juanma Roca
@juanmaroca
Comentarios

  1. este trabajo es muy largo usted señora que se cree yo no voy a escribir algo tan largo como eso oyó no quiero ver otra escritura tan larga como esa y si la vuelvo ver escrita de usted la demandare por que tengo 20