Con la vista puesta en Bangladesh

Esta revista ha presumido siempre de adelantarse a la noticia, de importar de otros países buenas iniciativas en materia de responsabilidad social, finanzas sociales, medio ambiente, fundrainsing, etc., hablar de conceptos que suenan lejanos o de soluciones a problemas aún incipientes. Hemos sacado pecho al afirmar que vamos por delante de la noticia y, una vez más, así ha sido.

El pasado 24 de abril, justo al siguiente día de publicar el artículo sobre la responsabilidad social de la industria de la moda y abordar la problemática que se está viviendo en muchos países productores de textil, con fábricas insalubres, sueldos míseros y explotación laboral, sucediera el trágico derrumbe del Rana Plaza, del distrito de Savar, Bangladesh.

Los más de mil fallecidos en el edifico que albergaba varios talleres textiles han convertido este derrumbe en la mayor tragedia industrial del país asiático, cuna de un negocio que encuentra en estos lugares ventajas competitivas y mano de obra barata.

A raíz de esta tragedia han sido muchas las voces que se han alzado en defensa de los derechos humanos. Aplaudimos que el Parlamento Europeo por fin haya tomado cartas –y responsabilidad– en este asunto reclamando más medidas preventivas y solicitando que la Comisión Europea evalúe la supresión de las ventajas comerciales de las que disfruta el país –acceso al mercado comunitario sin derechos de aduana ni topes de cuotas– si no cumple con el respeto de los derechos laborales de sus trabajadores.

La decisión fue respaldada por 459 eurodiputados que votaron a favor, uno en contra y trece abstenciones. Porque está visto que las buenas intenciones que las empresas plasman en sus memorias de sostenibilidad, consistentes en códigos de buen gobierno y auditorías externas en su mayoría, no son suficientes para paliar lacras como la explotación laboral, el trabajo infantil o la inseguridad en las fábricas.

La propia Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha firmado un Acuerdo sobre seguridad y protección contra incendios de los edificios, que ha recibido el apoyo de sindicatos internacionales, marcas y distribuidores de prendas de vestir.

El mismo Corte Inglés y Mango, cuyas etiquetas fueron encontradas en el edificio Rana Plaza que sepultó a más de mil víctimas, enviaron recientemente un comunicado adhiriéndose a esta iniciativa. Junto a estos, el primer grupo textil mundial por facturación, Inditex, también se ha unido al texto legalmente vinculante, que contempla inspecciones de seguridad independientes con informes públicos –¡la transparencia que tanto reclamamos!–; concede mayor poder a los trabajadores creando comités de seguridad y salud, y compromete a las marcas a financiar las reformas que necesiten las fábricas peligrosas que les proveen productos.

Otra mano alzada ante tal tragedia ha sido la de la propia sociedad, que parece que por fin ha tomado conciencia de las consecuencias que tiene el vestir low cost. Más de un millón de personas firmaron una petición que presionaba a las marcas que se abastecen en Bangladesh para que se unieran al pacto de la OIT.

Ahora falta «el más difícil todavía», que esa sensibilidad se traduzca en un consumo más responsable, que tenga en cuenta aspectos como la procedencia de las prendas o las condiciones en las que fueron fabricadas. Por eso también quisimos destacar en el número anterior de marzo-abril (Vid. RSC y Moda. Tejiendo compromisos) iniciativas como las de Teixidors, Demano o IOU Project que están fabricando de manera diferente, trabajando con comunidades, con precios justos y demostrando que otro modelo de comercio es posible.

Sin embargo, no vamos a negar que en esta ocasión no podemos sentirnos plenamente orgullosos porque de nada sirve el «te lo dije» cuando no ha ayudado a salvar vidas… Sin duda nos comprometemos a poner la vista en estos países y seguir informando y denunciando aquellas prácticas que vulneren los derechos humanos.

No nos olvidamos de las víctimas del Rana Plaza, ni de la cadena de suicidios que se produjo en la fábrica Foxconn de China que produce aparatos para Apple, Nokia, HP o Dell (Vid. El precio de un iPad), ni de los más de cien trabajadores que han fallecido este pasado 4 de junio en una fábrica de tratamiento de productos avícolas situada en Mishaze, al noreste de China. No olvidamos las trampas mortales en que se están convirtiendo muchas fábricas de países en vía de desarrollo que no son controladas ni auditadas por agentes externos. Porque no olvidamos, seguiremos informando.

Comentarios