Islas de plástico, un problema a la deriva

Según datos del Centro Nacional de Estudios Espaciales francés (CNES), unos cuatro millones de toneladas de plástico se extienden por el Pacífico Norte entre Japón y Estados Unidos; un parche de basura que se estima, tiene unos 22.200 kilómetros de circunferencia, cerca de 3,4 millones de kilómetros cuadrados de superficie y una profundidad de treinta metros bajo el mar.

El 80% de estos residuos tóxicos que se extienden por el océano llega de zonas terrestres a través de ríos, aguas residuales, playas y costas. El 20% restante está asociado a residuos de barcos y otras plataformas marítimas; y todo ello se instala en una zona a la que es atraído en forma de remolino por las corrientes del giro oceánico del Pacífico Norte.

Es la isla de plástico, a la que algunos ya han bautizado como el octavo continente y que, perdida en medio de aguas internacionales de las que nadie se hace responsable, sigue creciendo ante la pasividad de países, gobiernos e instituciones.

Aunque los datos de tamaño y ubicación de las manchas no son precisos, ya que estas se mueven y presentan bordes difusos, lo que está más que demostrado es que existen. Bolsas, redes de pesca, sogas, botellas y tapones, neumáticos y un largo etcétera son solo la punta de iceberg de un problema mucho más profundo.

Ninguno de los elementos que forman estas islas de plástico es biodegradable, sin embargo, sí se desintegran por la acción de la luz solar y la erosión del viento y las olas, transformándose en infinitas micropartículas de plástico que invaden los océanos.

Y es la desintegración del plástico en partículas tan microscópicas lo que hace que la llamada isla de plástico del Pacífico Norte, –la mayor en extensión y cuyo tamaño supera dos veces la superficie del estado de Texas–, sea casi imposible de localizar mediante radares o tecnología satélite. La circulación natural del agua en esa zona del océano, conocida como el Giro o Remolino del Pacífico Norte –o North Pacific Gyre– tiende a concentrar la basura en islas flotantes.

La isla de basura del Pacífico Norte no es visible mediante fotografías por satélite porque gran parte de sus residuos no están flotando en la superficie, sino que se encuentran en forma de partículas suspendidas en la columna de agua, convirtiéndose en lo que muchos investigadores ya han llamado una «sopa de basura».

El motivo de esta acumulación –justo en este punto– es la confluencia de la corriente en vórtice del Pacífico Norte con los vientos alisios del sur, que se mueven en direcciones opuestas. Eso da lugar a un remolino que impide que los desechos plásticos se dispersen hacia las costas.

Según datos de Greenpeace, una sola botella de plástico puede desintegrarse en pedazos tan minúsculos como para que sea posible poner uno de ellos en cada milla de playa de todo el mundo. La ONG señala que una de las consecuencias más aterradoras de todo este proceso es que los animales y microorganismos que habitan en el mar no tienen la capacidad de reconocer estos restos como para distinguirlos de su alimento habitual.

Los peces pequeños confunden estas partículas plásticas con alimentos y muchos mueren tras ingerir los fragmentos, que además actúan a modo de esponja para las sustancias tóxicas y metales pesados. Otros sobreviven y cuando son ingeridos por animales más grandes entran a formar parte de la cadena alimenticia.

A esto se suma que miles de aves y mamíferos marinos mueren cada año por la ingesta de estas partículas o bien atrapados entre los plásticos. Según Naciones Unidas, la contaminación del océano provoca la muerte de más de un millón de pájaros marinos y de 100.000 mamíferos acuáticos al año. Jeringuillas, encendedores, juguetes, tapones, restos de botellas y hasta cepillos de dientes han sido encontrados en los estómagos de muchos animales muertos.

En 2009 científicos integrantes del Proyecto Kaisei emprendieron un viaje por la zona para estudiar en profundidad la composición de esta «sopa plástica», la toxicidad de sus componentes, su efecto sobre la vida marina y su rol en la cadena alimentaria.

En palabras de Doug Woodring, cofundador de la organización Ocean Recovery Alliance y responsable del proyecto, «el problema principal es que esta mancha tóxica está en aguas internacionales. Nadie pasa por allí, no es parte de las principales rutas comerciales, no está bajo ninguna jurisdicción y la sociedad no sabe de su existencia».

Y debido a ello, «después de más de una década desde su descubrimiento nadie ha tomado, hasta el momento, cartas en el asunto para resolver el problema, porque no hay presión sobre ningún gobierno o institución para que trate de solucionarlo», explicó Woodring a la cadena BBC antes de embarcarse en el proyecto. Según advirtió, «y aunque pareciera estar a una distancia relativamente cómoda, y ser una suerte de pariente lejano; molesto, pero muy lejano, las consecuencias que se derivan de su existencia nos afectan a todos».

Un problema ecológico que sigue creciendo

En 2012 nuevos datos revelaron que la cantidad de fragmentos de plástico que flotan en el noreste del océano Pacífico se multiplicó por cien en los últimos cuarenta años. Una investigación de científicos del Instituto Scripps de Oceanografía en Estados Unidos compararon la basura plástica que llega hasta las aguas de California con registros anteriores a los años setenta recogidos por otras expediciones y descubrieron que, pese a que la situación en el Pacífico Norte puede ser muy variable, existía un patrón y un incremento muy claro.

Más allá de la constatación de que el plástico que no se hunde es lentamente degradado y fragmentado por el sol y las olas y puede ser ingerido por organismos marinos, los investigadores de Scripps confirmaron otra consecuencia inesperada: los fragmentos hacen más fácil que un insecto marino, denominado halobates sericeus, ponga huevos en el océano.

Estos insectos necesitan una «plataforma» para realizar esta tarea, y aunque normalmente depositan sus huevos sobre las plumas de las aves marinas o trozos de roca, el insecto está utilizando claramente como superficie los millones de trozos de plástico del Pacífico. Así, en las áreas con más plástico se encontró también mayor cantidad de insectos, que se congregan en torno del plástico depositando sus huevos sobre este material.

Este es otro de los problemas: la propagación de especies invasivas que se adhieren a la superficie de los plásticos y se desplazan grandes distancias, colonizando nuevos ecosistemas.

Un estudio anterior de otros científicos de Scripps demostró que el 9% de los peces recogidos tenían fragmentos de plástico en el estómago, y que las especies que habitan en profundidades intermedias en el Pacífico Norte podrían ingerir entre 12.000 y 24.000 toneladas de plástico cada año.

La toxicidad es el problema considerado como más grave por todos los expertos que han estudiado estas islas, pero Miriam Goldstein, una de las investigadoras del Proyecto Scripps, señala que el plástico tiene otros impactos más amplios en el ecosistema que deben ser estudiados.

La abundancia de basura influye también en las llamadas comunidades balseras, especies marinas que se han adaptado a vivir sobre o en torno a objetos flotantes en el mar, como ciertos cangrejos y percebes o crustáceos.

«El estudio plantea una cuestión inquietante: ¿qué efecto está teniendo el incremento de superficies firmes en el océano abierto?», se pregunta Goldstein en el informe final sobre el proyecto publicado en la revista científica Biology Letters. «Lo que ha hecho la basura de plástico es agregar cientos de millones de plataformas firmes al océano Pacífico. Estamos hablando de un cambio muy profundo», alerta esta experta.

El octavo continente y otras islas

El llamado octavo continente, la principal isla de plástico del planeta, fue descubierto por el navegante británico Charles Moore el 13 de agosto de 1997. Navegaba en su velero desde Hawai hasta California cuando, al desviarse de la ruta planeada, encontró flotando en el agua una inmensa mancha de botellas de plástico, envases, ropa, bolsas de basura, etc., una isla de basura de dimensiones incalculables.

Hay mucha controversia respecto a su tamaño. La National Weather Service Marine Forecasts (NOAA) asegura que es imposible hacer un cálculo aproximado del tamaño y la masa de la isla porque sus límites no están determinados. El Centro Nacional de Estudios Espaciales Francés (CNES) asegura que mide al menos 22.200 km de circunferencia y cuenta con una superficie que supera los 3,4 millones de kilómetros cuadrados. En lo que sí coinciden es que la concentración de polímeros de plástico es en esta zona hasta siete veces superior a la concentración de plancton.

Pero el descubrimiento de este octavo continente hace más de quince años no es un hecho aislado. En los últimos años se han observado concentraciones similares de plásticos en zonas como la costa sur de Japón o el área norte de Hawai, donde un equipo de la Institución Oceanográfica Woods Hole (WHOI) y la Universidad de Hawai localizaron en 2010 grandes concentraciones de plástico flotante en esta zona, consecuencia de la acción de las corrientes superficiales y la desidia gubernamental.

En España se encuentran puntos negros de contaminación similares en lugares como el Estrecho de Gibraltar o Algeciras, según datos de la ONG Oceana.

A la hora de plantearse una limpieza o eliminación de estas zonas, los expertos señalan que se trata de un proceso muy complicado: no se trata de algo homogéneo y su naturaleza desigual dificulta su tratamiento. El tamaño milimétrico de los fragmentos de plásticos no hace posible su limpieza sin tener un impacto negativo sobre los organismos microscópicos del hábitat marino.

Esto, sumado a que estas manchas se sitúan en aguas internacionales y ningún país se hace responsable del daño causado, hace prácticamente imposible que puedan abordarse soluciones reales ante un material, el plástico, que no es fácilmente biodegradable y que por tanto puede persistir durante siglos en el agua.

Retirar estos desechos de plástico implicaría además un coste muy elevado porque se requiere tecnología punta, embarcaciones y tripulación especializada.

El responsable de la Campaña de Aguas de Greenpeace, Julio Barea, coincide en la idea de la desidia y el olvido debido a que el daño se produce en aguas internacionales: «Nadie asume la autoría de los vertidos y no existe gobierno que se haga responsable». Ante ello, señala, «hay que invertir esfuerzos en desarrollar medidas preventivas para evitar nuevos continentes artificiales y asumir que nadie limpiará esa isla». Según alerta Greenpeace, los daños en los ecosistemas marinos son irreversibles.

La basura en los océanos ha destrozado un tercio de la superficie de hábitats marinos, según datos de Naciones Unidas, y se estima que el 35% de los ecosistemas marinos críticos han sido destruidos. «El desconocimiento, por su inaccesibilidad, ha sido uno de los grandes problemas para la protección de los océanos», señalan desde el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona, que advierte del alarmante estado de salud de estos ecosistemas y apuesta por priorizar en sus diagnósticos y posibles soluciones.

Los océanos abarcan más del 90% de la superficie habitable de la Tierra y el 50% del oxígeno lo producen algas microscópicas –el fitoplancton–, la base de la cadena trófica marina. Los expertos son tajantes: la biodiversidad está en riesgo debido a un modelo de consumo y producción basado en la sobreexplotación; y proponen soluciones que pasan por luchar contra la contaminación marina y la pesca insostenible, proteger hábitats de especial interés como los corales y reducir la huella de CO2 en la atmósfera.

Comentarios

  1. Qué terrible es todo esto. Poco más y llegará al nivel del desastre del mar de Aral.

  2. gracias me sivio de mucha ayuda por mi tare de la universidad yo estoy estudiando gestion ambiental saludos se les quiere muchas gracias dios me los bendiga que se les multiplique un millon de gracias saque 20. #quédate en casa

  3. si que miedo lucia el mar va hacer un conpleto desastre ojala que puedan arreglar este problema no quiero que se mueran los animalitos marinos