Asfixia por turismo

Diferentes enclaves turísticos de todo el mundo se encuentran con múltiples problemas derivados del gran número de visitantes que reciben, y no parece que la cosa vaya a ir a menos. Pasado el verano y con la cabeza más fresca, es momento de reflexionar.

Muchas ciudades y lugares de especial interés vienen padeciendo un turismo excesivo desde hace varios años, pero es en 2017, año declarado por las Naciones Unidas como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, cuando se están oyendo más y más voces a favor de su regulación, para favorecer la vida de los autóctonos, la convivencia con los visitantes y el respeto por los lugares visitados.

Según el Secretario General de la Organización Mundial del Turismo (OMT), Taleb Rifai, con la celebración de este Año Internacional dedicado al turismo nos encontramos ante “una oportunidad única para ampliar la contribución del sector del turismo a los tres pilares de la sostenibilidad (económico, social y del medio ambiente), así como para aumentar la concienciación sobre las verdaderas dimensiones de un sector que se suele infravalorar”.

Sostenibilidad, ¿dónde estás?

Muchas veces hablamos o pensamos sobre el turismo sostenible y lo que nos viene a la cabeza es realizar viajes a lugares lejanos respetando su naturaleza y a sus gentes, hospedándonos en hoteles sostenibles, haciendo el mínimo consumo necesario de sus recursos, conociendo en profundidad sus culturas, comprando productos y excursiones a los lugareños en lugar de a empresas fomentando el desarrollo local, y todas esas cosas.

Pero cada vez más, a muchos lo de turismo sostenible está dejando de hacernos soñar y  transportarnos a lugares lejanos e idílicos, y nos está haciendo poner los pies en la tierra y pensar en lo que tenemos a escasos metros de donde estamos viviendo.

Antes (aunque quizá no hace tanto pero uno lo recuerda como algo lejano en el tiempo) los problemas en nuestro país con el turismo sólo pasaban en determinados pueblos de playa, como puede ser el caso de Lloret o Magaluf, que tristemente solían ser (y siguen siendo) noticia por el turismo de bajo nivel que reciben principalmente estos enclaves.

Pero de un tiempo a esta parte el problema se ha extendido a otros pueblos y también, cómo no, a las propias metrópolis.

Dar una vuelta el pasado mes de agosto por según qué lugares de la ciudad en la que vivo, Barcelona, podía ser una vivencia bastante agobiante no sólo por el calor sino por la cantidad de turistas que uno se encontraba y que complicaban algo tan cotidiano y normal como dar un paseo o poder sentarse en una terraza a tomar algo.

Dar una vuelta el pasado mes de agosto por según qué lugares de Barcelona podía ser una vivencia bastante agobiante, no sólo por el calor sino por la cantidad de turistas que uno se encontraba.

Lo que experimentamos esos días es algo cercano a sentirse extraño o directamente extranjero en tu propia ciudad.

Y también era muy fácil toparse con las ya conocidas pintadas antituristas de “Tourists go home y otras mucho peores y amenazantes, que no sé muy bien exactamente qué efecto tendrán en la mente de los turistas, pero que han hecho que se hable del tema en los medios y también en los de fuera del país, junto con otras manifestaciones y ataques físicos a transportes.

Unas acciones realizadas bajo el calificativo de turismofobia y que perjudican gravemente a la imagen de nuestro país como receptor de turismo.

El aumento de las escapadas de fin de semana y puentes, cada vez más populares entre un público que ha ido recuperando poder adquisitivo tras la crisis, también ha añadido su grano de arena en la actual saturación turística en ciudades y lugares emblemáticos.

Para acabar de aderezarlo, probablemente todo lo anterior es algo que va a ir a más. La propia OMT dice que los turistas internacionales llegarán a 1.800 millones en 2030, a razón de un aumento del 3,3% anual como promedio en ese periodo.

Impactos positivos vs. negativos

Poco podemos decir sobre los impactos económicos positivos del turismo en un país como España que no se haya dicho ya. Simplemente con recordar que representa más de un 11% del PIB ya nos hacemos una idea de su importancia.

Los diversos atractivos y bondades de nuestro país están haciendo que estos últimos años estemos batiendo récords de visitantes, de ingresos y de creación de empleo directo e indirecto.

Según he leído, se genera un puesto de trabajo (aunque no se especificaba de qué “calidad”) por cada treinta nuevos turistas a un destino.

Pero el peso negativo en la imaginaria balanza del turismo también es muy importante y va más allá del no poder moverte a gusto por tu ciudad. A continuación veremos dos ejemplos.

Uno de los impactos negativos de este turismo es su contribución a la ya famosa gentrificación, lo cual significa que el aumento de los precios de alquiler en los lugares turísticos y el agobio de las masas provoca que los residentes tradicionales abandonen esos lugares y se trasladen a espacios más periféricos, con las consiguientes consecuencias negativas para ellos.

El aumento de los precios de alquiler en los lugares turísticos y el agobio de las masas provoca que los residentes abandonen esos lugares.

El auge de los pisos turísticos, prohibidos en algunos lugares, así como la llamada economía colaborativa han contribuido a esta situación, convirtiéndose en la diana de muchas críticas.

Plataformas como Airbnb y similares han contribuido a esa gentrificación y al malestar de los vecinos, debido a su poco o nulo control sobre los pisos que se alquilan a través de la plataforma, lavándose las manos ante problemas derivados de esa falta de control.

La baja calidad de una parte del turismo también es determinante como impacto negativo. Unos visitantes, generalmente jóvenes que, además de dejar pocos ingresos económicos en comparación con otros visitantes, se dedican a hacer aquí aquello que en su país no les permiten, en las que entra todo tipo de actividades y actitudes incívicas.

¿Qué se puede hacer?

Pues no tiene una fácil solución, desde mi punto de vista, cuando parece que tenemos intereses enfrentados entre los planos económico y de convivencia.

Está claro que a día de hoy no podemos permitirnos el dejar de recibir turistas, pero también lo está en que deben hacerse cambios para que el turismo sea sostenible.

De igual manera que hay que reducir y mejorar los impactos del turismo en lo social y medioambiental, también se ha de contar con que hay margen de mejora para lo económico y para la industria turística de nuestro país.

No creo que el ciudadano de a pie se deba fastidiar y acostumbrarse a esta situación simplemente por vivir en ciudades de gran interés en diversos sentidos y áreas.

Sencillamente (aunque no sea nada sencillo), se deben hacer cambios y regulaciones escuchando a todas las partes interesadas para que España no “muera de turismo”.

No podemos permitirnos el dejar de recibir turistas, pero deben hacerse cambios para que el turismo sea sostenible.

Y no siendo el turismo algo que haya llegado de nuevo a España, esos cambios deberían de estar más que pensados y a la vez implementados.

Pero como pasa casi siempre en aquello que depende de gobernantes y/o poderes superiores, me parece a mí que van tarde y que el debate que podemos hacer dos ciudadanos sobre este tema es bastante parecido al que se debe de estar dando en determinados estamentos, empezando por los más elevados y acabando por nuestros ayuntamientos, que parece que se acaban de caer de un guindo con todo esto.

Algunas posibles soluciones o maneras de regular el turismo se han barajado este verano en los medios.

Hay quienes opinan que se deben establecer tasas a los tour operadores, otros que creen que se deben poner precios más altos para que venga menos gente pero se mantengan los ingresos.

También las soluciones pasan por la necesaria reducción del turismo low cost y del llamado de “borrachera”, así como promover de alguna manera que el turismo no se concentre en pocos lugares, sino que se reparta lo más posible dando una oferta de sitios y actividades más amplia, de forma que no se congestionen tanto y al mismo tiempo los lugares que se visitan.

No entro a valorar cuáles deben ser esas soluciones digamos globales, puesto que se escapan de mi conocimiento y probablemente debieran ser un conjunto o mezcla de ellas. Pero nos jugamos mucho en que la cosa salga bien, no sólo nuestro bienestar como ciudadanos sino muchos puestos de trabajo y un buen pedazo de nuestro PIB.

Vista la situación, me parece que tanto las Naciones Unidas, la OMT, los gobernantes de diversa índole, y los que nos dedicamos a trabar en sostenibilidad tenemos mucho trabajo por delante.

Aprovechemos el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo para empezar a trabajar en soluciones reales.

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