Cultura de viejos

Dicen que “el hambre agudiza el ingenio” y puede que por esa razón, las distintas instituciones y proyectos culturales estén cada vez más preocupados por atraer a los llamados “nuevos públicos”, que no son otros que los distintos a los actuales. Sin embargo, este creciente afán renovador no está mostrando particulares dosis de innovación.

Desde el Bono de la Cultura del Gobierno de Italia (ya fracasado en su primer año de andadura) hasta el reciente JOBO del Ayuntamiento de Madrid, los jóvenes constituyen el target estrella de la mayoría de las políticas culturales públicas recientes. Si los jóvenes son el futuro, ¿a qué votante le habría de parecer mal que se apueste por ellos?

Sin embargo, esta elección contrasta con los resultados de la última Encuesta de Prácticas y Hábitos Culturales en España 2014-2015, que desvelan con contundencia que los jóvenes de entre 15 y 24 años “presentan las tasas de participación cultural más altas prácticamente en todos los ámbitos culturales”. ¿Por qué incentivar entonces el acceso y la participación de quienes ya más lo hacen?

Parece razonable pensar que sería más conveniente destinar los recursos públicos y privados a favorecer el acceso de quienes más dificultades presentan, que en el caso de España son las personas de entre 35 y 45 años que, además de trabajar, tienen cargas familiares. Para este segmento de la población la principal barrera de acceso a la cultura es la falta de tiempo, por lo que están profundamente necesitados de medidas específicas para la conciliación cultural.

Siendo la falta de tiempo la mayor barrera, llama la atención el escaso interés por parte de las organizaciones de la cultura en captar -entre sus nuevos públicos- a quienes sin embargo, de más disponen: las personas mayores. Más teniendo en cuenta que las personas de 55 años y más son las que menos actividades culturales realizan en España, según desvela la última Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales.

La cultura como experiencia social

¿Quién se ocupa de que los más viejos puedan acceder a la producción y al disfrute de la cultura en España? “Los viejos”… una expresión tan llena de dignidad como la de “los jóvenes”, que sin embargo se enmascara frecuentemente tras términos un tanto melifluos, como senior, a los que se recurre como si la vejez fuera algo impropio que hubiera que disimular o incluso, ocultar.

El sector de la cultura en España también participa de esta afectación lingüística bajo la cual subyace una sutil gerontofobia que, cuando no menosprecia a los mayores con una oferta cultural secundaria -“de viejos”-, los ignora. Prueba de ello es que son las instituciones asistenciales -y no las culturales- las que en su mayoría se están ocupando de su acceso a la cultura.

No es habitual que las personas mayores sean consideradas un agente cultural imprescindible.

No es habitual que las personas mayores sean consideradas un agente cultural imprescindible -por derecho propio y sin condescendencia- por parte de unas instituciones culturales que, por otra parte, confunden con grave miopía innovación y actualidad, con juventud. Sin embargo, cuando los mayores superan sus muchas barreras y acceden a la producción y al disfrute de la cultura, aportan un valor esencial que es necesario reconocer.

Recientemente, la escritora Elvira Lindo trataba este asunto en su artículo Señoras mayores que van al cine en el que, con su característico estilo cercano y perspicaz, añadía otro aspecto fundamental que toca de lleno tanto a la cultura, como a la vejez: la necesidad de compartir experiencias sociales. La autora recordaba en su texto el papel fundamental que las personas mayores -y particularmente, las mujeres- han desempeñado en el sostenimiento de la cultura, especialmente durante todos estos años de dura crisis económica. Lo hacía reconociendo además su inteligencia y joie de vivre para apreciar y disfrutar de lo mejor de las experiencias culturales:

“Las señoras, efectivamente, van al cine. Ir al cine (dejando a un lado la poética sepia sobre la sala oscura) es, sin duda, un acto saludable, aunque haya quien sostenga que tanto da ver una película en un móvil que en una pantalla grande. Saludable por cuanto fuerza a respirar el mismo aire que personas que no conoces y con las que de pronto compartes risa, miedo, asombro, pena o aburrimiento. Algún día sabremos cuánto hemos desaprendido por dejar de asistir desde niños a esos actos de ficción colectiva. Cuánto pierde, por ejemplo, una comedia al ser vista en soledad. Cuánto se empobrece una tragedia al no poder comentarla”.

Es importante recordar que las necesidades emocionales y sociales constituyen uno de los principales impulsores de las experiencias culturales. Por eso, es muy destacable que el último Panel de Hábitos Culturales 2017 del Observatorio Vasco de la Cultura haya incluido un grupo de indicadores tan importante como poco habitual en este tipo de estadísticas: las necesidades psicológicas.

El panel vasco distingue entre “necesidades emocionales y sociales” y “necesidades simbólicas y culturales”. En él, las necesidades emocionales y sociales son las que tienen que ver con salir de la rutina y relacionarse, y guardan correlación con las experiencias que se realizan en compañía, las cuales -concluye- presentan las mayores tasas de asistencia. En el caso de las necesidades simbólicas y culturales, son experiencias que tienen que ver con aprender y enriquecerse como persona y que se suelen realizar de forma más individual, presentando además menores tasas de asistencia que las primeras.

Pese a que la muestra de edad de este panel se reduce a personas jóvenes, las conclusiones podrían considerarse -como hipótesis- de manera extensiva a otras franjas de edad, pues desvelan que “existe cierta relación entre el tipo de actividad cultural y el tipo de motivación psicológica”. De esta manera, y si se hace caso al “ojo clínico” de Elvira Lindo y a sus “señoras mayores” tan habituales en los centros culturales de toda la geografía española, podría pensarse que a la gente mayor le gusta disfrutar de la cultura, y mejor si es en compañía. No en vano la soledad está diagnosticada como uno de los principales problemas de los ancianos en España.

Las necesidades emocionales y sociales constituyen uno de los principales impulsores de las experiencias culturales.

Experiencias culturales accesibles e intergeneracionales

Los datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte revelan que las principales barreras que los mayores tienen para acceder a la cultura son, en orden de incidencia: la falta de interés, las dificultades para salir de su casa y el precio de la oferta cultural.

El interés es una barrera muy difícil de combatir a corto plazo que podría tener que ver, por una parte, con la introspección propia de verse más cercano al ocaso de la vida, además de con una posible falta de conocimiento y contacto previo sobre los contenidos y temas de la oferta cultural. Sin embargo, tanto las facilidades para salir de casa, como las cuestiones ligadas al precio de la oferta cultural, son cuestiones que bien pueden ser abordadas desde las instituciones con acciones efectivas a muy corto plazo.

Una destacable labor en esta línea la protagoniza desde hace años la Confederación Española de Aulas para la Tercera Edad (Ceate). Además de su consolidado Programa de Voluntarios Culturales Mayores en museos de toda España, la Ceate impulsa desde el 2015 el programa Acercamos los museos a las residencias y centros de día en colaboración con la Comunidad de Madrid. El objetivo de esta iniciativa es que los mayores con plazas en los centros residenciales públicos de esta comunidad autónoma puedan acceder, física o virtualmente a los museos, de forma gratuita. Este acceso se hace de la mano de, precisamente, los Voluntarios Culturales Mayores de la Ceate y en los museos físicamente, también con la colaboración de sus profesionales.

Pese a que este programa aborda dos de las barreras fundamentales de los mayores para acceder a la cultura -las dificultades para salir de casa y el precio- sin embargo, como política pública sería mucho más eficaz si ampliara su ámbito de beneficiarios a los mayores en general y no solo no solo a los residentes de determinadas instalaciones asistenciales.

Aunque en España existen unos cuantos programas similares a este, el verdadero reto para la cultura es impulsar este tipo de iniciativas desde las organizaciones y ofrecer servicios aún más personalizados y accesibles que -¿por qué no?- faciliten la salida a los mayores que tengan dificultades para salir de sus casas o que les acerquen de una manera adaptada sus contenidos. Pero lejos de llenar autobuses de personas de la tercera edad y llevarlos a los teatros, como ya se está haciendo, las soluciones deberían incorporar una visión innovadora y orientada a la sostenibilidad a largo plazo basada en el contexto integral de la cultura.

Las experiencias culturales intergeneracionales constituyen una fórmula muy adecuada y eficaz para atajar de manera radical y sostenible la amenaza inminente de un futuro sin interesados por la cultura.

Así pues, el reto ha de ser promover actuaciones que, solucionando un problema, puedan también ser beneficiosas a largo plazo en el contexto general. Una buena oportunidad en esta línea sería la implantación de experiencias culturales intergeneracionales, puesto que ofrecen una enorme diversidad de beneficios.

Las experiencias culturales intergeneracionales constituyen una fórmula muy adecuada y eficaz para atajar de manera radical y sostenible la amenaza inminente de un futuro sin interesados por la cultura. Hay que tener en cuenta que, al mismo tiempo que los jóvenes españoles son quienes participan más en la cultura, también muestran una creciente falta de interés y contacto con ella. Así pues, el futuro de la cultura se presenta aún más difícil. Por eso, tal vez la solución no sea regalarles un bono (de algo que no les interesa), sino hacer que se interesen a través de un mayor contacto con ella desde las etapas tempranas de su educación y a través de la experiencia de sus mayores.

En el caso de los jóvenes vascos, se ha demostrado que uno de los valores añadidos de determinadas actividades culturales es, sin duda, poder disfrutarlas en compañía de otras personas. Esto también constituye un valor especialmente importante para las personas mayores, muchas de la cuales se ven gravemente afectadas por la soledad. Entonces ¿por qué no promover experiencias intergeneracionales, adaptadas a las necesidades y gustos de ambos, en las que se ayudarían mutuamente a superar sus barreras, intercambiando compañía, movilidad, conocimiento y experiencias?

De esta manera habría muchas más señoras mayores que irían al cine – porque muchas lo harían acompañadas de sus nietos- mientras que estos aprenderían con ellas lo bien que se ve el cine en pantalla grande y lo transformadora que puede llegar a ser la experiencia cultural cuando es compartida en buena compañía.

Nadie mejor que los viejos de cada lugar para hacer comprender y apreciar la cultura, puesto que han sido ellos quienes precisamente la han conformado. Nadie como los viejos para transmitir el amor por la cultura porque –como escribía Eduardo Galeano- “recordar” viene del latín “recordis”, que significa: volver a pasar por el corazón.

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