Índice de Competitividad Global 2019: Una brújula económica para tiempos inciertos

La globalización y la Cuarta Revolución Industrial han creado nuevas oportunidades, pero también trastornos y polarización dentro de las economías y sociedades, y entre ellas. Así lo explica el 'Índice de Competitividad Global 2019'.

En este contexto, el Foro Económico Mundial acaba de presentar el estudio The Global Competitiveness Report 2019, una nueva edición del Índice de Competitividad Mundial 4.0 basado en 40 años de experiencia en la evaluación comparativa de los factores que impulsan la competitividad a largo plazo.

Este índice es una vara de medir anual para que los encargados de la formulación de políticas miren más allá de las medidas a corto plazo y reaccionarias y evalúen, en cambio, sus progresos en relación con el conjunto de factores que determinan la productividad.

Estos factores se organizan en 12 pilares: Instituciones, Infraestructura, Adopción de las TIC, Estabilidad macroeconómica, Salud, Habilidades, Mercado de productos, Mercado laboral, Sistema financiero, Tamaño del mercado, Dinamismo empresarial y Capacidad de innovación.

Los resultados del informe Índice de Competitividad Global 2019 revelan que, en promedio, la mayoría de las economías siguen estando muy lejos de la ‘frontera’ de la competitividad, es decir, del ideal agregado de todos los factores de competitividad.

El rendimiento también es desigual en los 12 pilares del índice. El informe demuestra que 10 años después de la crisis financiera y aunque los bancos centrales han inyectado casi 10 billones de dólares en la economía mundial, las inversiones para aumentar la productividad, como nuevas infraestructuras, I+D y desarrollo de aptitudes en la fuerza de trabajo actual y futura han sido subóptimas.

También se destaca que, a medida que las políticas monetarias empiezan a agotarse, es fundamental que las economías dependan de la política fiscal, las reformas estructurales y los incentivos públicos para asignar más recursos a toda la gama de factores de la productividad a fin de aprovechar plenamente las nuevas oportunidades que ofrece la Cuarta Revolución Industrial.

El índice por regiones

Con una puntuación de 84,8 sobre 100 en 2019, Singapur se destaca como el país más cercano a la frontera de la competitividad, ocupando el primer lugar en cuanto a Infraestructura, funcionamiento del Mercado laboral y desarrollo del Sistema financiero.

Encabezada por ese país, la región de Asia oriental y el Pacífico es la más competitiva del mundo, seguida de Europa y América del Norte.

Entre los países del G20, los Estados Unidos (segundo, con un puesto menos), Japón (sexto, con un puesto menos), Alemania (séptimo, con cuatro puestos menos) y el Reino Unido (noveno, con un puesto menos) figuran entre los diez primeros, pero todos ellos han experimentado una erosión en su rendimiento.

Corea (13º, arriba dos puestos), Francia (15º, arriba dos puestos) e Italia (30º, arriba un puesto) son las únicas economías avanzadas que han mejorado este año. Argentina (83º, dos puestos menos) es la que está peor clasificada.

Encabezada por Singapur, la región de Asia oriental y el Pacífico es la más competitiva del mundo, seguida de Europa y América del Norte.

Entre los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), China es con diferencia el país con mejor desempeño, por delante de la Federación Rusa, 32 lugares por delante de Sudáfrica (60) y unos 40 lugares por delante de la India (68) y Brasil (71).

En América Latina y el Caribe, Chile (33º) es la economía más competitiva gracias a un contexto macroeconómico estable (primera, con otras 32 economías) y a los mercados abiertos (68, 10º). Le siguen México (48º), Uruguay (54º) y Colombia (57º). Brasil, a pesar de ser la economía que más ha mejorado en la región, ocupa el 71º lugar; mientras que Venezuela (133º, con 6 puestos menos) y Haití (138º) cierran la región.

En el Oriente Medio y el África septentrional, Israel (20º) y los Emiratos Árabes Unidos (25º) van a la cabeza, seguidos de Qatar (29º) y Arabia Saudita (36º).

Encabezada por Mauricio (52º), el África subsahariana es en general la región menos competitiva, ya que 25 de las 34 economías evaluadas este año obtuvieron una puntuación inferior a 50.

La región se ha puesto a la altura de la adopción de la tecnología de la información y las comunicaciones y muchos países cuentan con una infraestructura bien desarrollada, pero se necesitan mayores inversiones en capital humano para transformar esos países en unas economías más diversificadas, innovadoras y creativas.

España, líder mundial en Salud

España se encuentra en el puesto 23º en el índice mundial, con un aumento de 1,1 puntos respecto al año pasado, lo cual le permite escalar tres puestos. Al no encontrarse entre los diez primeros países, no existe un apartado específico para España en el que se desarrolle el porqué de sus puntuaciones, más allá de unas páginas con resúmenes de datos y estadísticas.

Como se puede observar en el siguiente gráfico, es de destacar muy positivamente que España ocupa el puesto número uno mundial en el pilar de Salud compartido con otros tres países, mientras que en el resto de pilares los resultados son variados.

<p>Cuadro resumen del rendimiento de España. Fuente: 'Global Competitiveness Index 4.0.'.</p>

Cuadro resumen del rendimiento de España. Fuente: 'Global Competitiveness Index 4.0.'.

Entre los puntos más fuertes de España se encuentran ser el séptimo país en Infraestructuras, el 15º en Tamaño del mercado, el 19º en Adopción de tecnologías de la información y la comunicación, o el 25º en Capacidad de innovación.

Por el contrario, los puntos más débiles comparándose con el resto de países son el 61º en Mercado laboral, el 43º en Estabilidad macroeconómica, el 37º en Habilidades, o el 34º en Dinamismo empresarial.

Sostenibilidad y crecimiento no pueden ser excluyentes

Más allá del puro análisis de la situación actual, el Índice de Competitividad Global 2019 también mira hacia el futuro, concretamente a las dos cuestiones que definen el próximo decenio -la creación de una prosperidad compartida y la gestión de la transición a una economía sostenible- y plantea la cuestión de su compatibilidad con la competitividad y el crecimiento.

Los programas ambientales, sociales y económicos ya no pueden hacerse por separado y en paralelo: deben fusionarse en un único programa de crecimiento sostenible e inclusivo.

Existe ya un claro argumento moral para centrarse en el medio ambiente y en la desigualdad y el Índice de Competitividad Global 2019 demuestra que no hay compensaciones inherentes entre el crecimiento económico y los factores sociales y ambientales si se adopta un enfoque holístico y a más largo plazo.

Los muy diferentes grados y velocidades a los que los países están adoptando ese enfoque holístico del crecimiento se reflejan en el hecho de que los países con niveles similares de competitividad logran resultados ambientales y sociales muy diferentes.

Por ejemplo, Suecia, Dinamarca y Finlandia no solo se han convertido en una de las economías más avanzadas tecnológicamente, innovadoras y dinámicas del mundo, sino que también están proporcionando mejores condiciones de vida y una mejor protección social, son más cohesivos y más sostenibles que sus pares.

Si bien son pocas las economías que aplican actualmente ese enfoque, se ha hecho imperativo que todas las economías desarrollen nuevas vías inclusivas y sostenibles de crecimiento económico si se quieren cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Es necesario, por tanto, un liderazgo audaz y una formulación de políticas proactiva, a menudo en esferas en que los economistas y los profesionales de las políticas públicas no pueden aportar pruebas del pasado.

En el informe se presentan las vías, políticas e incentivos emergentes más prometedores mediante la identificación de espacios «beneficiosos para todos», pero también se señalan las opciones y decisiones que deben adoptar los dirigentes para secuenciar el camino hacia los tres objetivos de crecimiento, inclusión y sostenibilidad.

También se destaca la necesidad de realizar la transición a una economía con bajas emisiones  de CO2, pero en la que la eliminación gradual de los subsidios a los combustibles fósiles y la aplicación de planes más audaces de fijación de precios del carbono deben ir acompañadas de medidas que reduzcan al mínimo los posibles costos sociales de esas reformas.

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