El riesgo de la deforestación de los bosques de América Latina

En la región de América Latina, los bosques ocupan un 46,4% de la superficie total. Entre 1990 y 2015, se deforestaron 96,9 millones de hectáreas, un riesgo importante para su supervivencia. Las principales causas tienen que ver con la ganadería y la agricultura.

La búsqueda de grandes extensiones para ganadería o agricultura llevaron a países como Brasil, Bolivia, Argentina y Paraguay a reducir sus bosques.

Latinoamérica es una de las tres regiones del mundo donde más avanza la deforestación.

En esta región, los bosques ocupan un 46,4% de la superficie. Es decir, allí hay 935,5 millones de hectáreas de bosques y selvas.

Entre 1990 y 2015, la superficie forestal de la región perdió 96,9 millones de hectáreas. Estas cifras se desprenden del informe El estado de los bosques.

El año pasado los ojos del mundo se posicionaron en la amazonia por los grandes incendios que ocurrieron en la zona, pero no solo allí se quemaban los bosques.

Al mismo tiempo se incendiaron grandes porciones del Gran Chaco Americano en Bolivia y Paraguay. Pero esta situación no es una excepción: se repite año a año.



El caso argentino

El Gran Chaco Americano se distribuye entre Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil. Es la segunda superficie boscosa más grande del continente después de la Amazonía.

Se trata de un territorio que abarca 1.140.000 km2.

Por ejemplo, en Argentina, el 80% de la deforestación se concentra en cuatro provincias del norte, que forman parte del Gran Chaco: Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco.

En este país ya se perdió más del 30% de los bosques chaqueños.

“La deforestación en la Argentina está impulsada por el avance no planificado de la frontera agropecuaria y el crecimiento urbano, lo que causa degradación de los ambientes naturales, desplazamiento y empobrecimiento de las comunidades indígenas y pérdida del patrimonio natural y cultural. En la última década se han perdido, en promedio, alrededor de 300.000 hectáreas anuales”, explica Manuel Jaramillo, director general de Fundación Vida Silvestre.

Por su histórico perfil de país agroexportador, y la creciente demanda internacional de alimentos, Argentina transformó buena parte de sus pastizales y bosques nativos en tierras de cultivo.

“El avance de la frontera agropecuaria es atribuible en gran medida a la expansión del cultivo de la soja, por sus elevados precios internacionales y nuevos países que se sumaron a la demanda”, comenta Ana Di Pangracio, directora ejecutiva adjunta de FARN.

La deforestación del Amazonas

La deforestación en el Amazonas alcanzó los 9.762 km² entre agosto de 2018 y julio de 2019.

La cifra representa un aumento del 30% respecto al período anterior, según datos del Instituto para el Proyecto de Monitoreo de Deforestación por Satélite (Prodes) del Instituto de Space Research (Inpe) lanzado en São José dos Campos, por el Ministerio del Medio Ambiente (MMA) y el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovaciones y Comunicaciones (MCTIC).

El área de bosque destruido es equivalente a 1,4 millones de campos de fútbol o seis veces la ciudad de San Pablo. En Brasil, como en los demás países, la expansión de la agricultura intensiva es una de las principales causas de deforestación.

El área de bosque destruido en el Amazonas es equivalente a 1,4 millones de campos de fútbol o seis veces la ciudad de San Pablo.

Paraguay y Bolivia

En los últimos 25 años, en Paraguay el promedio de deforestación fue de 336.000 hectáreas por año, el equivalente a 600.000 canchas de fútbol.

Este país es el cuarto mayor exportador mundial de soja y el octavo de carne vacuna. Ambos sectores contribuyen a más del 30% del Producto Interno Bruto (PIB).

Entre 2011 y 2018 la deforestación anual de Bolivia, también ha sido aproximadamente de 300.000 hectáreas por año.

“Esto tiene un enorme impacto en la pérdida de hábitat. Por ejemplo, los recientes fuegos forestales en Bolivia posiblemente causaron la pérdida de cientos o miles de jaguares”, explica Jordi Surkin, director de Conservación de WWF Bolivia.

Chile y su lastre del pasado

Si bien en términos generales y en comparación con otros países de la región, la deforestación en Chile actualmente no es tan crítica en cuanto a superficie perdida, como lo fue hace algunas décadas, se debe tener en cuenta que en el país este problema tiene características particulares.

“Chile está pagando aún las consecuencias de acciones pasadas, donde se estima una deforestación de 49% en relación a la cobertura boscosa original del territorio. Esta grave intervención deja a Chile con un profundo déficit que se evidencia, por ejemplo, en la mayor vulnerabilidad de determinados ecosistemas frente a los impactos del cambio climático”, dice Walter Trevor, coordinador de Paisajes Terrestres de WWF Chile.

Además, Trevor menciona que persisten prácticas de deforestación a pequeña escala, principalmente asociadas a la tala de bosque para leña en zonas rurales, importante fuente de calefacción en el sur de Chile pero cuya extracción y comercialización constituye una zona gris en términos de regulación, monitoreo y control.

Ecosistemas y sociedad

En relación a los habitantes que viven de los bosques de la región, el desplazamiento impacta negativamente sobre su modo de vida y sus ingresos, ya que están sometidos a perder sus fuentes de trabajo y afrontar los costos de las reubicaciones.

“Cuando estas comunidades se quedan sin el bosque se ven imposibilitadas de producir bienes como artesanías, miel, frutos del bosque, tinturas naturales, leña y carbón sustentables o fibras naturales, entre otros”, explica Jaramillo.

“Debido a los impactos de la deforestación, la identidad cultural y formas de reproducción social de las comunidades se debilita dada la fragmentación de sus miembros y de la ruralidad. De esta manera, los ingresos que brinda la producción sobre los desmontes redundan en una distribución desigual de dicha riqueza”, añade.

Los bosques cumplen un rol fundamental en la regulación climática, el mantenimiento de las fuentes y caudales de agua y la conservación de los suelos.

Los bosques cumplen un rol fundamental en la regulación climática, el mantenimiento de las fuentes y caudales de agua y la conservación de los suelos. “Gestionados sosteniblemente, los bosques incrementan la resiliencia de los ecosistemas y de las sociedades, particularmente ante los problemas derivados del cambio climático global”, señala Di Pangracio.

Darío Rodríguez, coordinador de la organización Banco de Bosques, explica que muchos de los bosques nativos que son deforestados, son reemplazados por monocultivos de plantas exóticas.

“Por ejemplo, es común realizar grandes plantaciones de pinos que, al ser una especie exótica invasora, se reproduce sin control en áreas protegidas cercanas, matando a las plantas nativas del lugar”, dice Rodríguez.

Políticas públicas

En relación a las políticas públicas, Argentina cuenta con un poderoso instrumento que es la Ley 26.331 de Bosques Nativos, pero su implementación efectiva requiere de ajustes.

La Ley fue sancionada el 28 de noviembre de 2007, días después que representantes de más de 30 organizaciones ambientales y sociales entregarán en el Senado (donde el tratamiento del proyecto se trabó por el lobby de senadores del norte del país que se oponían a la norma) un millón y medio de firmas de personas reclamando por el urgente tratamiento de la legislación.

“La Ley de bosques generó una desaceleración de la deforestación en Argentina. El escenario sin la Ley sería totalmente distinto, en detrimento de nuestro monte. Pero aún resta mucho trabajo en materia de combatir la deforestación ilegal y ofrecer opciones de uso sostenible y responsable de los bosques nativos”, expresa Di Pangracio.

Además, Jaramillo explica que la legislación, en su artículo 31, estipula que el Fondo Nacional para el Enriquecimiento y la Conservación de los Bosques Nativos estará integrado por las partidas presupuestarias que no podrán ser inferiores al 0,3% del presupuesto nacional. Ese porcentaje para 2020 debiera ser de 18.743 millones de pesos, una cifra muy superior a los 609 millones dispuestos para el año en curso.

En este mismo sentido Rodríguez suma su mirada y dice: “Las consecuencias por violar la Ley de bosques no llegan a ser significativas frente a las ganancias que las empresas obtienen por violar esta ley”.

“Las consecuencias por violar la Ley de bosques no llegan a ser significativas frente a las ganancias que las empresas obtienen por violar esta ley”. Darío Rodríguez

Desde el punto de vista de la legislación, en Chile se destaca la Ley 20.283 de recuperación del bosque nativo y fomento forestal, que establece incentivos para el manejo y recuperación de bosques.

“Si bien ha presentado algunas falencias en términos de la burocracia para los procesos de postulación, actualmente se están realizando ajustes para agilizar su tramitación, así como también modificaciones en los montos establecidos para el manejo y conservación de los bosques”, dice el coordinador de Paisajes Terrestres de WWF Chile.

Brasil había logrado resultados significativos en la lucha contra la deforestación en el pasado.

De acuerdo con Greenpeace, en 2004, la deforestación amazónica había alcanzado uno de los niveles más altos de la historia, llegando a los 27.700 km². Pero la acción del gobierno, junto con las acciones de las organizaciones no gubernamentales y el sector privado, ayudaron a revertir este escenario y, en un poco menos de una década, se había alcanzado la tasa más baja desde el comienzo de la serie.

Pero la destrucción volvió a aumentar y en 2019 Brasil fue testigo de un desmantelamiento sin precedentes de las políticas ambientales construidas a lo largo de los años.

Reparto de responsabilidades

Sobre la responsabilidad que tienen los distintos actores respecto a la problemática, el referente de Banco de Bosques opina: “Lo más fácil es echar culpas a las empresas que eligen el beneficio económico inmediato que trae la deforestación, frente a un modelo de producción a largo plazo”.

“Pero también existe un estado permisivo, con políticas públicas que simulan ser cada vez más ‘verdes’, pero que en la letra chica siempre terminan beneficiando las prácticas clásicas de producción con grandes impactos ambientales”, continúa.

“Además, una sociedad realmente consciente exigiría gobiernos con políticas ambientales reales y fuertes. A su vez, un consumidor consciente valoraría mucho más un producto de bajo impacto ambiental por sobre el precio de otro producido en tierras deforestadas”, concluye.

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