Desperdicio alimentario: un problema en la mesa de todos
Cada kilo de carne de ternera que comemos necesita para su elaboración más de 15.400 litros de agua, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El 70% de la huella hídrica –el consumo de agua dulce para producir bienes y servicios- a nivel mundial está relacionado con lo que se come.
A ello se suma, además, la energía y la emisión de CO2 emitida a la atmósfera desde la cría de animales, la manufactura, hasta el transporte al punto de venta.
Un impacto medioambiental todavía más preocupante si, además, esa comida termina en la basura. Y, en ese sentido, las cifras no son para nada halagüeñas: un 17% de los alimentos que se generan en el planeta acaba desperdiciado. En concreto, 931 millones de toneladas de productos alimenticios acabaron en la basura en todo el mundo durante el año 2019.
Así se refleja en el Índice de desperdicio de alimentos 2021, publicado recientemente por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP). Si se suman las pérdidas que se producen durante la producción y el transporte, según la FAO, la cifra alcanza el 30% de los alimentos de todo el mundo.
Aunque la meta 12.3 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tiene como objetivo reducir a la mitad el desperdicio de alimentos mundial per cápita y recortar las pérdidas de alimentos a lo largo de la cadena de producción y suministro, los resultados por ahora son escasos.
Sin obviar que, mientras se pierden esas enormes cantidades de comida, 690 millones de personas –casi el 9% de la población- pasan hambre en el mundo y unos 3.000 millones tiene dificultades para acceder a una dieta equilibrada.
Los hogares son la principal vía de pérdida de alimentos
Casi 570 millones de toneladas del desperdicio alimentario mundial –un 61% del total- se generan en los hogares. Por su parte, los restaurantes y otros servicios de alimentación acumulan el 26% de los 931 millones de toneladas desperdiciadas; mientras el comercio minorista supone el 13% de la comida que termina en la basura.
Según los cálculos de UNEP, por tanto, de ese 17% del total de alimentos que se desperdiciaron a nivel mundial en 2019, el 11% pertenece a los hogares, el 5% a los servicios de alimentación y el 2% al retail.
Las estimaciones de los analistas de UNEP y la ONG británica WRAP, encargados del índice, sitúa así la media de desperdicio por habitante del planeta en los 121 kilos de comida útil durante 2019. Solo en los hogares, la cifra por persona se eleva hasta los 74 kilos. Los hogares españoles, por su parte, superan la media y alcanzan los 77 kilos de comida tirada a la basura por cada persona a lo largo del año.
El informe también desmiente la idea de que en los países con ingresos más altos se produce un mayor desperdicio alimentario y refleja que la generación de residuos alimentarios per cápita en hogares es muy similar entre todos los grupos de ingresos de los diferentes países.
De hecho, el país que más alimentos tiró a la basura en 2019 fue Nigeria (189 kilos per cápita), mientras que, en Estados Unidos, lejos de lo que podría imaginarse, la estimación baja a los 59 kilos por habitante al año.
El país que más alimentos tiró a la basura en 2019 fue Nigeria (189 kilos per cápita), mientras que, en Estados Unidos, lejos de lo que podría imaginarse, la estimación baja a los 59 kilos por habitante al año.
Consecuencias del desperdicio alimentario
Solo el desperdicio de alimentos es responsable de entre el 8% y el 10% de todas las emisiones de efecto invernadero que genera el ser humano. Así lo estableció el panel de expertos en cambio climático de la ONU (IPCC) en su estudio Climate Change and Land, en el que también se advierte de que el 23% del total de emisiones de CO2 causadas por el hombre se producen en los sectores de la agricultura, la silvicultura y otros usos de la tierra.
A ello se suma una importante huella en el consumo de agua, la contaminación por pesticidas, la explotación del suelo y la pérdida de biodiversidad. Unos porcentajes que irán a más a medida que aumente la población humana y, por tanto, la necesidad de una mayor producción agrícola y cárnica.
El desperdicio alimentario, por tanto, contribuye al cambio climático, que ya está empezando a mostrar algunas de sus severas consecuencias, como el deterioro de la seguridad alimentaria, la desertización, el aumento de fenómenos meteorológicos extraños, incendios forestales, migraciones asociadas a factores medioambientales y un largo etcétera.
Medir el desperdicio, primer paso para reducirlo
Para corregir este problema, la UNEP insiste en la necesidad de tomarse en serio el desperdicio alimentario, y señala la medición y el análisis como primeros pasos para contribuir a su reducción.
Según el organismo de Naciones Unidas, hasta ahora no se había entendido bien la verdadera magnitud del desperdicio de alimentos y sus efectos, ni se han explorado ni explotado lo suficiente las oportunidades que puede brindar la reducción de los residuos alimentarios. Es más, solo 11 de los casi 200 países firmantes del Acuerdo de París contra el cambio climático han referencia en sus planes nacionales al desperdicio de comida.
En este sentido, España sí está haciendo los deberes. Nuestro país cuenta desde 2013 con la estrategia Más alimento, menos desperdicio, impulsada por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, como herramienta para generar conocimiento, fomentar buenas prácticas, impulsar la colaboración entre agentes y lograr acuerdos sectoriales.
Engloba, por un lado, el Panel de cuantificación del desperdicio alimentario en los hogares españoles que, desde 2015, recoge el volumen de alimentos que tiramos a la basura, tanto antes de cocinarlos como ya elaborados.
Según sus últimos datos, en 2019 se produjo en España un crecimiento de apenas un 1% en el desperdicio alimentario de los hogares, en contraste con el 8,9% registrado en 2018 con respecto al año previo. En concreto, el año previo a la covid-19 se arrojaron a la basura 1.352 millones de kilos o litros de alimentos y bebidas, un 4,7% del total de alimentos que compramos, de los cuales la inmensa mayoría corresponde a productos sin elaborar.
Los hogares familiares con parejas de hasta 49 años e hijos pequeños o jóvenes son los que más reconoce desperdiciar comida. La renta también influye: las familias de clase baja y media-baja fueron las que menos alimentos tiraron.
Las empresas alimentarias, cada vez más concienciadas
Para conocer el desperdicio en las empresas de alimentación, la estrategia Más alimento, menos desperdicio española ha realizado un análisis de 75 empresas de la industria y la transformación de alimentos, y 15 compañías líderes de la distribución que representan en torno al 80% de cuota de mercado del país.
Según se desprende de este estudio, las empresas españolas están cada vez más concienciadas con el impacto económico, social y medioambiental del desperdicio de alimentos, y la necesidad de frenarlo.
Cerca de un 71% ya dispone de una estrategia interna definida para luchar contra este problema; un 61% promueve buenas prácticas destinadas a la prevención o reducción en origen del desperdicio, y un 51% impulsa acciones conjuntas con sus proveedores para reducirlo.
Entre los principales motivos de su generación de desperdicio alimentario destacan los problemas relacionados con la calidad del producto, las mermas de producción y las averías de maquinaria, para lo cual la formación y concienciación de los empleados son las prácticas más habituales para corregirlo.
En cuanto a su actuación durante la pandemia, un 80,4% de las empresas encuestadas asegura tener un acuerdo de colaboración estable para la donación de sus excedentes alimentarios, y un 73,2% asegura que su donación habitual ha aumentado durante la crisis sanitaria. Más de la mitad afirma que mantendrá el nivel de donaciones cuando se supere la pandemia.
Apps, campañas y alianzas para reducir el desperdicio
Una de las iniciativas que aglutina a más empresas frente a este problema es La alimentación no tiene desperdicio, coordinada por la Asociación de Fabricantes y Distribuidores (Aecoc), a la que se han adherido más de 650 empresas del sector de gran consumo, operadores logísticos y de transporte, asociaciones empresariales, organizaciones de consumidores e instituciones.
El proyecto gira en torno a tres ejes: establecer prácticas de prevención y reducción de desperdicios, maximizar el aprovechamiento del excedente producido y sensibilizar y concienciar a la sociedad.
Entre las muchas marcas que forman parte del proyecto destacan Danone, Grupo DIA, Central Lechera Asturiana, Casa Tarradellas, Valor, Damm, Coviran, Font Vella, Ferrovial, DHL, Alcampo, Argal, Eroski, El Pozo, Pastas Gallo, Pascual, LIDL, Makro o Campofrío.
Un objetivo similar es el de la iniciativa Marcas Waste Warriors, impulsada por Too Good To Go, la app que actúa como intermediaria entre comercios y restaurantes con excedentes y usuarios que pueden comprarlos a precios inferiores a lo habitual.
Estas marcas ‘guerreras’ contra el desperdicio, entre las que figuran gigantes como Danone, Unliver, Carrefour, Alcampo, Sodexo y la ONG Oxfam Intermón, se han comprometido a trabajar de la mano de Too Good To Go en la puesta en marcha de acciones que van desde la utilización de los canales de la marca para sensibilizar a sus consumidores, la formación a empleados y stakeholders, hasta acciones propias para reducir el desperdicio de forma directa.
Por su parte, otra de las grandes empresas de alimentación del mundo, Compass Group, celebra desde antes de que la ONU designara el 29 de septiembre como Día Internacional para la Conciencia de la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos su propio Stop Food Waste Day. Una campaña que tiene a finales de abril su día central y en la cual durante meses se realizan acciones de sensibilización, seguimiento y aplicación de medidas para reducir el desperdicio de comida en miles de centros –empresas, colegios, hospitales, residencias, etc.- de la compañía en todo el mundo, incluida España.
Sin olvidar las aplicaciones y soluciones online para ayudar a comercios y hogares a aprovechar mejor los alimentos. Además de la ya mencionada Too Good To Go, presente en una decena de países, en España disponemos de Encantado de Comerte la versión española de la anterior y que permite filtrar por tipo de local, plato y alimentos y, además, colabora con instituciones sociales como Cáritas o CEAR.
Phenix es otra app gratuita que permite a los usuarios localizar supermercados, restaurantes, fruterías y otros negocios de alimentación cercanos y que ofrezcan en cada momento comida habitual con un descuento de más del 50% de descuento. Una fórmula para ayudar a los establecimientos a dar salida a su producción al final del día. La plataforma se ha propuesto salvar 45 millones de comidas con la aplicación y más de 150 millones con todas las empresas colaboradoras para 2023.
Diferente es la dinámica de Yo No Desperdicio, una herramienta con la que los usuarios pueden compartir los alimentos que no necesitan con otros usuarios, además de ver ofertas de los establecimientos con productos con fecha cercana a su caducidad.