Contaminación digital: la huella de carbono que no vemos

El impacto de la tecnología digital sobre el medio ambiente es muy poco conocido. Aunque no requiere de un soporte físico como tal, se estima que las gigantescas infraestructuras necesarias para hacer funcionar las tecnologías de la información generan cerca del 4% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según un estudio del grupo de expertos ‘The Shift Project’, un porcentaje que supera las emitidas por el transporte aéreo civil y que podrían aumentar en 2030, según este ‘think tank’ que trabaja en la transición hacia una economía poscarbono, entre tres y diez veces respecto a los niveles actuales.

Acciones tan cotidianas como enviar un email, ver una película o serie en una plataforma de streaming, comprar online o hacer una videollamada de trabajo -especialmente durante la pandemia-, implican un impacto ambiental.

La mayor huella recae en la transmisión de datos. Y es que, cada vez que mandamos un mensaje de Whatsapp o compartimos una foto en nuestras redes sociales estamos contaminando, principalmente por la necesidad de energía que se necesita para todos estos procesos, pero también por la necesidad de grandes espacios de almacenamiento de datos ‘en la nube’, y por la renovación constante de los aparatos electrónicos y electrónicos o los propios servidores.

En 2020 la contaminación digital representó cerca del 3,7% de las emisiones mundiales de carbono, más que todo el sector de la aviación civil -y casi tanto como Rusia-, y la huella de carbono anual por el uso de Internet es cuatro veces mayor que la de España como país, según datos de Cleanfox, la aplicación para limpiar el buzón de correo electrónico de boletines comerciales e información no deseada que está ocupando espacio y, por tanto, contaminando.

En 2021 esta compañía ha publicado un informe sobre el peso de este tipo de contaminación en varios países europeos (concretamente Francia, Reino Unido, Alemania y España), basándose para ello en una muestra formada por sus 3,5 millones de usuarios.

Según las cifras de este estudio, Reino Unido es el país más contaminante y el que, de media, acumula más correos no leídos. España se sitúa en la tercera posición ‘gracias’ a una sorprendente cifra: solo los boletines promocionales recibidos en España en 2020 -de los que, además, solo se abrió el 18%, lo que significa unos 2.994 boletines ‘olvidados’ durante el pasado año- causaron la emisión de 30 kilos de CO2 por persona, el equivalente a recorrer 250 kilómetros en coche.

El estudio también analiza la edad y el género en lo que respecta al uso del correo electrónico y arroja que lo que se conoce como Generación X (los nacidos entre los años 1966 y 1980) son el grupo cuyos buzones de correo más contaminan en los cuatro países analizados.

En general, el análisis indica que las mujeres son el grupo mayoritario de destinatarios de newsletter en los cuatro países estudiados, y en el caso de España, supone recibir unos 224 boletines de media más que los hombres.

Si todos los españoles borraran sus correos electrónicos innecesarios se evitaría la emisión de 1,8 millones de toneladas de CO2 al año.

Edouard Nattée, consejero delegado y cofundado de Cleanfox, explica que, durante el estudio, se dieron cuenta de que el 60% de los emails se quedan sin abrir, algo que supone una huella de carbono de 1,5 millones de toneladas de CO2.

“En nuestra era digital, necesitamos un cambio sostenible y prácticas para luchar contra la contaminación digital, incluida nuestra conducta”, señala, apostando por “empezar por entender el impacto del consumo digital y sin olvidar cuánta energía se utiliza para almacenar y acceder a nuestro contenido y datos”.

La buena noticia es que “estamos asistiendo a un aumento en los clientes ecoactivos que insisten en trabajar con compañías que tienen políticas sostenibles en este sentido”.

En marzo de 2020 Cleanfox formalizó una alianza con la organización WeForest con el objetivo de impulsar proyectos de reforestación en Zambia y Tanzania, simplemente descargando la aplicación.

Esta ONG trabaja con las comunidades locales para ir más allá de ‘plantar un árbol’, lo que incluye la Regeneración Natural Asistida (conocida como RNA), que implica proteger y nutrir semilleros de árboles silvestres y un método llamado ‘agroforestación’, una combinación de agricultura con árboles.

Hasta el año pasado, esta aplicación gratuita de limpieza de bandejas de entrada había eliminado más de 2.000 millones de correos electrónicos, lo que supone más de 20.000 toneladas de emisiones de CO2 evitadas a la atmósfera.

Lo que hacemos en Internet, contamina

Internet consume mucha electricidad, ya que acceder a una web implica no solo el consumo energético como tal del dispositivo desde el que nos estamos conectando, sino también el del operador que nos suministra la conexión y los servidores con los que interactuamos para enviar o recibir información. Y todo ello necesita dispositivos que tienen que estar encendidos las 24 horas del día.

Dividiendo el consumo total estimado de estos dispositivos entre la cantidad de visitas o usos de cada uno, se puede estimar cuál es el consumo y por tanto la emisión de CO2 por cada usuario al realizar actividades en la red: por ejemplo, una hora de videoconferencia equivale a emitir entre 150 y 1.000 gramos de CO2 dependiendo de la calidad y los participantes, una cifra que equivale a la cantidad que emite un coche con motor de explosión al circular entre 1 y 6 km. Y eso, sin olvidar que el consumo online no ha parado de subir desde el comienzo de la pandemia.

Una hora de videoconferencia equivale a emitir entre 150 y 1.000 gramos de CO2 dependiendo de la calidad y los participantes, el equivalente a la cantidad que emite un coche con motor de explosión al circular entre 1 y 6 km.

Cada día creamos e intercambiamos infinidad de datos: en correos electrónicos, vídeos, entradas de Facebook o Instagram, o usando Netflix o WhatsApp. Cada interacción que realizamos en la web contiene datos tiene que deben ser almacenados en algún lugar: se trata de los centros de datos, que consumen enormes cantidades de energía y agua, porque los servidores se sobrecalientan y el proceso de enfriamiento requiere de grandes cantidades de ambas cosas.

Según datos de Greenpeace, la industria de la tecnología de la información en su conjunto supone el 7% de toda la electricidad que se consume en el mundo y concretamente hasta el 21% de esta es consumida por los centros de datos. Lo que más consume, según esta organización ecologista, es la información en streaming, pero todo suma. También un ‘simple’ correo electrónico.

Según datos publicados en 2019 por la compañía analítica Cumulus Media, cada minuto se envían en el mundo unos 38 millones de mensajes de WhatsApp, se visualizan 266.000 horas de Netflix, 4,3 millones de vídeos en YouTube y se realizan hasta 3,7 millones de búsquedas en Google.

Si Internet fuera un país, “sería el sexto más contaminante del mundo”, tal como ya alertaba Greenpeace hace algunos años en su Informe de 2017 Clicking Clean sobre quién está ganando la carrera para construir un Internet más verde.

Centros de datos verdes: hacia la sostenibilidad digital

A pesar de que el llamado Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés), es decir, los dispositivos interconectados, evitan la utilización de recursos y materias primas -y es por tanto muy positivo en muchos aspectos-, sigue siendo sorprendente que, a menudo, ‘borremos’ de nuestra conciencia el impacto de la ingente cantidad de tecnología que nos rodea y el hecho de que esos datos que vamos subiendo a la ‘nube’, necesitan de gran cantidad de energía para mantenerse ahí.

Sí, el beneficio de estos avances es más que evidente, pero, tras esta aparente inocuidad, se revela una huella ambiental que sigue siendo difícil de rastrear y calcular y de la que los ciudadanos seguimos sin ser conscientes.

Los centros de datos, cada vez más grandes, almacenan toda la información que fluye por Internet, lo que implica un gran coste energético para su funcionamiento y refrigeración.

“La huella ecológica de este frenético tráfico digital equivale a un consumo desmesurado de electricidad a nivel mundial”, insiste Greenpeace, y esta es una tendencia que se ha acelerado con la pandemia, cuando nuestras vidas se han vuelto más digitales que nunca.

Según datos del informe Data Never Sleep 8.0, elaborado por la compañía Domo, actualmente, cada minuto, más de 4.600 millones de usuarios de Internet en el mundo gastan un millón de dólares online y envían 41,7 millones de mensajes en WhatsApp, realizan 1,4 millones de llamadas y suben 500 horas de vídeo.

Además, y con el crecimiento de la tecnología 5G, este volumen de datos aumentará, provocando un claro incremento de la demanda de los centros de datos, cuyo mercado, solo en Europa, se prevé que crezca en 71.000 millones en el período 2020-2024, lo que supone una tasa de crecimiento anual del 15%.

Un dato a tener en cuenta, ya que ahora sabemos que procesar y almacenar esta enorme cantidad de datos es un proceso altamente intensivo en energía, hasta el punto de que, según algunos investigadores, de cara a 2025 los centros de datos podrían representar el 20% del consumo de energía del mundo y hasta un 5,5% de la huella de carbono. 

Por eso, señalan los expertos, se necesita un enfoque amplio en materia de uso de energías renovables en estos centros de datos y la rápida adopción de esta energía limpia por parte de los gigantes de la tecnología como Facebook, Google o Microsoft, que deberán apostar, más pronto que tarde, por la construcción de centros de datos energéticamente eficientes y de consumo de agua nulo.

Un ejemplo de ello es Kolos, el innovador centro de datos verde que ocupará 600.000 metros cuadrados en la localidad noruega de Ballangen, y será el primero del mundo en abastecer su demanda con un 100% de energías renovables.

<p>Kolos será el primer centro de datos verde. Foto: HDR.</p>

Kolos será el primer centro de datos verde. Foto: HDR.

“Kolos será el centro de datos ecológico más grande del mundo impulsado por energía hidroeléctrica y eólica cien por cien renovable. Y como líder mundial en este tipo de energía verde, Noruega ha sido la elección perfecta para su ubicación”, señalan los responsables de este novedoso concepto de edificio, la empresa de ingeniería y diseño HDR, que recuerdan que, “a medida que los centros de datos enfrentan un escrutinio cada vez mayor debido su gran consumo de energía y enorme huella de carbono, Kolos liderará el cambio del sector hacia la energía limpia, ayudando a las empresas y marcas a impulsar sus esfuerzos hacia la transición a las energías renovables”.

Este centro de datos “se integrará de forma totalmente armoniosa en el paisaje natural y la comunidad local, aportando nuevos empleos y una industria tecnológica puntera e innovadora a todo al área circundante de Ballangen”, recalcan desde Kolos, que se basará en los fiordos fríos para refrigerar sus servidores sin apenas costes energéticos, o con los mínimos, gracias a las temperaturas exteriores frías y a la disponibilidad de energía hidroeléctrica abundante.

En esta línea la Comisión Europea recuerda que más de un tercio del gasto de luz de los centros de datos se produce solo en los procesos establecidos para lograr la refrigeración del equipamiento y mantener a temperatura óptima a los servidores de datos.

Por eso, y para lograr una disminución de este gasto energético, la UE ha desarrollado el Proyecto RenewIT, una herramienta pública con una interfaz web fácil de usar que ayuda a los actores, tanto de los sectores de energía como de TI, a reducir la huella de carbono de los centros de datos planificado en el horizonte de 2030.

“Un Internet plenamente alimentado por energías renovables no aparecerá de la noche a la mañana, pero este tipo de compromisos, cada vez más crecientes, son pasos importantes”, valora Greenpeace, que recalca que, “si los centros de datos y las demás infraestructuras digitales se alimentan al 100% con energías renovables, nuestra creciente dependencia de Internet puede servir incluso para acelerar la transición hacia una economía renovada”.

Si los centros de datos y las demás infraestructuras digitales se alimentan al 100% con energías renovables, nuestra creciente dependencia de Internet puede servir incluso para acelerar la transición hacia una economía renovada”.

Más digitales, pero también más verdes

“La huella ambiental que genera Internet es enorme, no la vemos, pero existe”, señala al servicio de información y noticias científicas SINC Joana Moll, artista, investigadora y creadora de CO2GLE, un proyecto en tiempo real basado en la red que muestra la cantidad de CO2 emitida cada segundo gracias a las visitas globales a Google.com.

“Este consumo parece invisible e intangible, y eso es un problema”, insiste esta experta, que recuerda que Internet “es en realidad la infraestructura más grande que hemos construido en la historia de la humanidad, pero solo lo relacionamos con nuestros dispositivos, no vemos nada más”. Por eso, apuesta por “un cambio de paradigma con el objetivo de que esta industria se vuelva más sostenible”.

En las manos del usuario de ‘a pie’ también se encuentra parte de la solución, con la puesta en práctica de gestos sencillos que pueden suponer un cambio importante hacia la sostenibilidad y contra la polución digital. Entre ellos se encuentra:

  • Optimizar la bandeja de correo electrónico, archivando y borrando los correos electrónicos tan pronto como los recibamos, sobre todo si es información que no nos interesa.
  • Cancelar las suscripciones de todos esos boletines que no deseamos seguir recibiendo, pues al final, no les prestamos atención y están ocupando grandes cantidades de espacio. Como opción para el spam, se puede instalar un software que los detecte y los elimine automáticamente.
  • Si tienes que responder a un correo electrónico, asegúrate de a quién tienes que enviarlo. Si no necesitas hacerlo colectivamente, evita la función de ‘responder a todos’. Así no crearás una cadena de correos electrónicos innecesarios y dirigidos a otras personas.
  • Si necesitas enviar o guardar un archivo puedes usar una memoria USB u optar por servicios como Wetransfer, que solo almacena los datos durante unos días antes de borrarlos.
  • Apagar el buzón de Internet cuando te vayas de vacaciones, salgas o duermas.
  • Utilizar plataformas de mensajería directa, que consumen menos energía y contaminan menos que el correo electrónico.
  • Escoge un motor de búsqueda como Ecosia o Lilo, que permiten compensar las búsquedas en Internet.
  • Haz un streaming razonable y baja la calidad de los vídeos. También es importante apagar las cámaras durante las reuniones.
  • Descárgate la música (vídeos) en el teléfono en vez de escuchar música conectado a Youtube. La música descargada consume menos energía que la que escuchamos online.
  • Prolonga al máximo la vida de tus aparatos y si se necesita un recambio, opta por un producto reacondicionado.
  • Elimina la reproducción automática en redes sociales y plataformas como YouTube. Se estima que si esta plataforma de vídeos acabara con este mecanismo se evitaría la emisión de más de 323.000 toneladas de CO2.

Las pequeñas acciones cuentan y con el simple hecho de eliminar los correos electrónicos antiguos se puede ahorrar energía.

Por ejemplo, al borrar 30 mensajes de correo electrónico se pueden ahorrar 222 W, casi el equivalente a una bombilla de bajo consumo que se deja encendida durante un día (216 W).

Otras medidas pasan por cerrar las ventanas del navegador de Internet si no las estamos utilizando, apagar el router por las noches, no dejar los aparatos en stand by, apagar el ordenador en lugar de suspender la sesión, o reciclar los viejos aparatos electrónicos.

Hagamos de la tecnología nuestra aliada, y también la del medio ambiente. Y no al contrario.

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