¿Cómo podemos ser sostenibles y no morir en el intento?

Parafraseando a la novela ‘Cómo ser mujer y no morir en el intento’ (Carmen Rico-Godoy, 1990) y su película homónima (Ana Belén, 1991), empresas, administraciones públicas, entidades no lucrativas, universidades y escuelas de negocios, colegios e institutos ¡todos se encuentran embarcados en una vertiginosa carrera por ser sostenible sin morir en el intento… ¡y parecerlo!

La comunicación juega un papel fundamental de tal manera que solo la información con calidad, material, acotada, transparente, homogénea, equilibrada y trazable podrá ser tenida en cuenta. Lo demás, un brindis al sol para aparentar ser más respetuosos con el medio ambiente o la sociedad de lo que en realidad es uno.

La ecoimpostura dificulta diferenciar entre las buenas y las malas prácticas y enrarece el ambiente. Por cierto, lavado de imagen verde o -más coloquial- ecopostureo (e incluso ecoparipé) también son alternativas válidas a la voz inglesa greenwashing.

Este ruido sordo sirve de excusa a muchos otros para no plantearse objetivos en materia de sostenibilidad y, de esta manera, comprobar si su impacto en el entorno es el deseado o deberían cambiar su modo de actuar.

Los ciudadanos o las familias en general, o los autónomos en particular, no suelen informar (o reportar en el sentido de dar informes a alguien, como un subordinado hace con su jefe) de sus actividades sociales o medioambientales.

La pereza o el desconocimiento son algunas de las trabas con las que se encuentran. Sin embargo, no es descabellado plantearse unos indicadores mínimos, sencillos y lógicos con los que ser consciente de nuestro impacto particular en el día a día.

Pequeñas acciones con impacto

Si de economía circular hablamos, el aceite vegetal usado (de cocina), las cápsulas de café, el cristal, el papel, el tóner, las pilas, el plástico, los tapones de las botellas, la ropa que ya no se usa o los electrodomésticos estropeados pueden ser objeto de una estrategia de reciclaje.

Aplicaciones como Recicla de Pensumo permiten contabilizarlas e incluso las premia con céntimos contantes y sonantes. Más allá del dinero recaudado (anecdótico) la clave es que mueve a la acción y generan una sanísima adicción a la costumbre de reciclar.

Ayuntamientos y tiendas o entidades como Nespresso (en sus boutiques), Cáritas (Atodotrapo), Tiebel y Grupo La Veloz (Aropa2) y muchos colegios dentro de sus actividades extraescolares (como el Juan de Lanuza de Zaragoza) ofrecen multitud de puntos de recogida de residuos para valorizar.

La donación de sangre es otro gesto anónimo, solidario, altruista, sencillo, seguro e indoloro. Cada donación es vital para facilitar transfusiones de sangre o derivados para superar el drama del cáncer, de un accidente de tráfico, un trasplante de órgano u otras intervenciones quirúrgicas.

En España hay 35 donantes por cada 1.000 habitante, según la Federación Española de Donantes de Sangre. Normalmente ante catástrofes o emergencias, muchos se vuelcan, pero la desidia hace que la práctica no se convierta en recurrente, algo imprescindible para mantener las reservas en niveles estables.

La donación de sangre es otro gesto anónimo, solidario, altruista, sencillo, seguro e indoloro.

Los donativos económicos son otra posibilidad. Cada español donó de media 144 euros en 2020 (más que los 138 euros del año anterior, pero lejos de los 184 euros de 2006). ¿Por qué no llevar un registro de los donativos realizados y de esta manera poder plantearnos objetivos?

Si soy autónomo puedo, por ejemplo, incrementar mi solidaridad si aumenta mi facturación o mis beneficios financieros (neto de ingresos y gastos). Además, podría plantearme otro tipo de donativos, como de productos que vaya a renovar (ordenadores, teléfonos, mobiliario de oficina) o mi propio tiempo.

El voluntariado no tiene por qué ser solo corporativo y puedo planificar el número de horas semanales o mensuales que voy a dedicar al proyecto social que más se adecúe a mi ética o aquel en el que mis conocimientos profesionales pueden generar más valor.

¿Y cómo puedo apoyar a la cultura? Nunca ser mecenas había sido tan fácil. Muchos creadores lanzan sus proyectos a través de plataformas de microfinanciación (colectiva), más pomposamente conocidas como crowdfunding.

Las pequeñas aportaciones económicas de una gran cantidad de personas eliminan intermediarios y optimizan costes de distribución además de ofrecer a los autores la posibilidad de un mayor control sobre sus obras.

Jordi Bayarri, Sergio Bleda o Juan Álvarez son casos de éxito en el mundo del cómic. Los particulares podemos invertir en cultura y medir nuestro impacto total contabilizando nuestra aportación individual y ponerla en contexto con el total recaudado.

Por último, los autónomos tenemos una serie de gastos recurrentes: los viajes. Plataformas como Ecodes permiten medir los kilómetros recorridos y, tan solo conociendo el medio de transporte utilizado (coche particular, compartido, tren, avión), cuantificar el volumen de emisiones de CO2.

Así podremos decidir si es posible reducirlas e incluso compensarlas y aportar nuestro granito de arena para lograr la neutralidad climática antes de 2050 o reducirla al 60% para 2030 respecto a los niveles de 1990.

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