Riesgos y responsabilidad social en tiempos de guerra

Cuando parecía que ya habíamos pasado lo peor de la pandemia y se percibía una cierta tranquilidad no solo en la sociedad sino a nivel empresarial, la guerra en Ucrania nos ha dado otra nueva ración de realidad y nuevos motivos de preocupación para todos.

Recuerdo haber escrito hace dos años sobre si la pandemia era un cisne negro y el porqué de serlo. Ahora nos encontramos con otro acontecimiento, una guerra que no se puede calificar como de cisne negro (ya que desgraciadamente conflictos militares ha habido y sigue habiendo muchos en muchos lugares del mundo de manera continua), pero que muy poca gente esperaba y que, si las negociaciones no llegan a buen puerto, podría convertirse en una tercera guerra mundial.

Dejando de lado el plano humano, terrible como no puede ser de otra manera en una guerra, a nivel económico estamos notando en Europa y en otras partes del mundo las consecuencias de la dependencia de Rusia sobre todo en el ámbito energético. Además, un conflicto tan desestabilizador provoca tensiones de todo tipo en la actividad empresarial y por ende en todas las bolsas y foros económicos.

De nuevo, como pasaba con la pandemia de covid-19, si nos remitimos al último informe anual sobre riesgos globales del Foro Económico Mundial publicado en enero, el riesgo de un conflicto armado no aparece entre los siete primeros riesgos de la clasificación, ni en términos de probabilidad de ocurrencia ni en severidad de impacto. Hasta el riesgo derivado de armas de destrucción masiva ha pasado en el ranking de severidad de impacto de estar en el segundo lugar en la clasificación de 2020 al tercer lugar en la de este año.

O sea, que aparentemente nadie o casi nadie se esperaba un conflicto de este tipo en los tiempos que corren. Desde luego, si me remito a los análisis de riesgos de empresas con presencia en España que he visto en los últimos años, en ninguno he visto contemplado el riesgo de una guerra ni a nivel local europeo o mundial, ni mucho menos a nivel más local.

Pero creo que no es de extrañar. Hay que hilar muy fino para, sin unos hechos anteriores claros que te pongan en guardia, poder analizar la probabilidad de ocurrencia de una pandemia o una guerra. Otra cosa distinta es analizar la severidad del impacto una vez ya pones sobre la mesa un riesgo de este tipo, quizá más sencillo a priori que analizar su ocurrencia.

¿Cómo han actuado las empresas ante este conflicto?

Con los datos anteriores en la mano, parece claro que los riesgos derivados de eventos de difícil previsión se acaban añadiendo a informes del Foro Económico Mundial y los análisis de riesgos empresariales cuando estos riesgos ya se han materializado. Este año tenemos a las enfermedades contagiosas subidas al número uno de la clasificación de impacto y la cuarta en probabilidad, y seguramente el año que viene estarán desbancadas por conflictos armados.

Resultado de la poca previsión al respecto, las empresas han tenido que ponerse a trabajar en tiempo récord en acciones para mitigar el impacto de la guerra en Ucrania.

Las cadenas logísticas se han visto afectadas por la reducción del suministro de materias primas procedentes de los países afectados por la guerra, con las consecuentes subidas de precio de los productos fabricados y, en algunos casos, una menor producción. Esas consecuencias se han ido trasladando en pocos días a los consumidores. A su vez, las empresas han tenido que buscar proveedores alternativos en mercados que hasta el momento eran residuales y de poca relevancia para estas.

Pero la guerra no ha supuesto solo un impacto en precios y suministros. Empresas de todo el mundo han tenido que tomar decisiones en cuanto a seguir operando, o no, en los territorios ucraniano, ruso y bielorruso, no sólo por razones de seguridad sino también por solidaridad, reputación corporativa, inestabilidad de la moneda rusa, inflación galopante, efecto de las sanciones internacionales en el mercado y en la sociedad, o dificultades de aprovisionamiento.

Muchísimas empresas probablemente tengan problemas legales tras abandonar los países en conflicto (principalmente Rusia), pero sorprende positivamente que hayan tomado estas decisiones y hayan actuado de manera socialmente responsable.

Las decisiones tomadas van desde seguir trabajando con normalidad como si nada hubiera pasado hasta la salida completa de los países en conflicto (principalmente de Rusia), pasando por la reducción o la suspensión de inversiones, operaciones, servicios, exportaciones y envío de productos, todo ello dependiendo del sector de cada empresa.

Muchísimas empresas probablemente van a tener problemas de índole legal tras abandonar estos países en cuanto a contratos que no se van a llevar a cabo, clientes que se quedan colgados, etc., pero sorprende positivamente (porque no están obligadas a hacerlo y porque al fin y al cabo sus fines son obtener beneficios para los accionistas) que las empresas hayan tomado esas decisiones y hayan actuado de manera socialmente responsable ante esta situación, más allá de las razones económicas comentadas y dando muestras también de activismo social.

La responsabilidad social debe salir a relucir

Pero para actuar de manera socialmente responsable no sirve solo dejar de tener relaciones con la ‘malvada Rusia’, sino que se debería hacer de forma consecuente con uno de sus principales grupos de interés sin el cual las empresas no son nada, y ese no es otro que sus trabajadores.

No sirve cerrar la persiana en tus instalaciones en Rusia, Bielorrusia o Ucrania, no vale abandonar la producción o la venta de tus productos y servicios y clausurar las tiendas. Los trabajadores no deben quedarse con una mano delante y otra detrás, independientemente de si la empresa pretende volver al país una vez acabe la contienda o no, y de si pueden gozar o no de medidas de ayuda al desempleo proporcionadas por los países.

Algunos ejemplos de esa responsabilidad social los hemos ido viendo en diversas empresas como, por ejemplo, IKEA, Glovo, McDonald’s o Inditex.

La decisión de IKEA de parar sus actividades en Rusia y Bielorrusia ha tenido un impacto directo en 15.000 de sus trabajadores. Ante esa situación, la empresa sueca ha asegurado la estabilidad del empleo y de los ingresos de sus empleados para el futuro inmediato y está proporcionando apoyo a ellos y a sus familias. Además, ha puesto en marcha varias iniciativas junto con organizaciones humanitarias para apoyar a las personas afectadas con ayuda de emergencia en las regiones más necesitadas.

Los trabajadores no deben quedarse con una mano delante y otra detrás, independientemente de si la empresa pretende volver al país una vez acabe la contienda o no, y de si pueden gozar o no de medidas de ayuda al desempleo proporcionadas por los países.

Glovo, generalmente criticada por el modelo de negocio de la compañía y los problemas legales con sus repartidores, dio ayudas de desplazamiento y alojamiento a sus trabajadores para salir de Ucrania, ofreció formación en materia de seguridad y adelantó sueldos.

Por su parte, McDonald’s ha decidido seguir pagando, no se sabe hasta cuándo, a los trabajadores afectados por el cierre de sus restaurantes en Rusia. Mientras, Inditex está desarrollando, en el momento de escribir estas líneas, un plan especial de apoyo. Hasta que el plan no se materialice la plantilla sigue formando parte de la compañía y cobrando su sueldo.

Son acciones merecedoras de ser replicadas por otras empresas. Nos encontramos ante unos hechos y unas amenazas que, al menos los nacidos en un periodo sin guerras mundiales, no pensábamos que íbamos nunca a ver.

Hechos extraordinarios merecen y requieren acciones a ese mismo nivel. Además de en su día a día, es ahora cuando las empresas deben ‘echar el resto’, posicionándose y demostrando que su responsabilidad social es real y no un mero postureo o greenwashing.

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