Las claves de la agroecología que hay que copiar de América Latina
En la actualidad, la sociedad enfrenta un importante dilema: se deben producir alimentos para una población en aumento y al mismo tiempo se deben resguardar los bienes comunes de la naturaleza. La agricultura moderna, industrial, basada en monocultivos y en el uso de agroquímicos, posee un impacto ambiental negativo, que incluye el problema del cambio climático.
“La agricultura es una de las pocas actividades esenciales para los seres humanos porque es la mayor forma de producir alimentos. El modelo que predomina en la actualidad tiene como objetivo obtener el mayor rendimiento y aumentar la productividad en base a unos pocos cultivos exitosos, que requieren de insumos químicos. Este modelo, que fue lanzado en su máxima expresión en la Revolución Verde de los años sesenta, hoy muestra muchos puntos vulnerables. Es un modelo insostenible, injusto y socialmente expulsivo”, señala Santiago Sarandón, profesor titular de la Cátedra de Agroecología de la Universidad Nacional de La Plata y presidente de la Sociedad Argentina de Agroecología (SAAE).
La alternativa que se propone al modelo preponderante es la agroecología. Este paradigma en América Latina y el Caribe está profundamente ligado al desarrollo rural sostenible y al mejoramiento y fortalecimiento de la agricultura familiar y de los pueblos indígenas y comunidades rurales.
Es una práctica arraigada en la región. Existen numerosas iniciativas y acciones para promover y fortalecer este modelo, tanto por parte de los gobiernos, como en las acciones de la sociedad civil.
“Un ejemplo de liderazgo en la región es Cuba, donde gran parte de la producción se basa en la agroecología. Otros ejemplos se dan al analizar el marco legal para el desarrollo rural de Ecuador y Bolivia, y las exitosas experiencias de productores y asociaciones de productores agroecológicos en Argentina, Uruguay y Chile. Brasil impulsó hace casi una década la Política Nacional de Agroecología y Producción Orgánica (Pnapo), que dio origen a un Plan Nacional (Planapo), de carácter interministerial y con la participación de la sociedad civil”, explica Ana Posas, oficial de Agricultura de la FAO, Oficina de América Latina y el Caribe.
Para Posas, el desarrollo y escalamiento de la agroecología requiere de condiciones habilitantes, incentivos y políticas públicas. “El Estado tiene un rol clave en la definición de un marco legal y normativo, y en la promoción de dinámicas y procesos agroecológicos y de transición dentro y entre distintos sectores productivos, actores y los territorios”, afirma.
Y añade: “Por otro lado, es relevante el desarrollo de agendas intersectoriales diferenciadas para la agroecología. Actualmente, en general, los instrumentos abordan temáticas más amplias, como el cambio climático o el apoyo a comunidades locales o a la producción familiar y orgánica, en las que se insertan elementos agroecológicos”.
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Sarandón describe a la agroecología como una revolución del pensamiento en las Ciencias Agrarias. “Es un cambio de paradigma profundo, que rediscute la educación, la investigación y la relación del ser humano con la naturaleza, entre otras cosas”, explica.
El presidente de la SAAE reconoce que cambiar un paradigma lleva mucho tiempo. “Creo que lo que ha sucedido en América Latina en los últimos 25 años ha sido extraordinario. Estamos en una fase exponencial donde, en poco tiempo, mucho de lo sembrado está floreciendo”, expresa.
Los beneficios de la agroecología
La agroecología favorece la restauración, diversificación y conservación de los servicios ecosistémicos. También, contribuye a la presencia de polinizadores, que benefician al 35% de las tierras agrícolas mundiales y respaldan la producción de 87 de los principales cultivos alimentarios del mundo. Los suelos sanos pueden producir hasta un 58% más de alimentos.
Este tipo de beneficios como resultado de la implementación de prácticas agroecológicas y otros enfoques innovadores ha favorecido el trabajo y el interés de los países por la agroecología.
“Por ejemplo, se cuenta con lineamientos para la elaboración de una ley modelo del Parlamento Latinoamericano y Caribeño (Parlatino) sobre agroecología y marcos legales en Ecuador, Bolivia, Brasil, Paraguay, que sirven de ejemplo para escalar estos instrumentos en otros países interesados. También, se cuenta con exitosas experiencias a nivel de productores y asociaciones de productores agroecológicos en Argentina, Uruguay y Chile”, dice Posas.
Brasil y Colombia están trabajando en conjunto en la construcción de directrices de investigación en agroecología a través del proyecto ‘Sembrando Capacidades’, para promover el diálogo e intercambio de experiencias entre diversos actores.
La agroecología favorece la conservación de los servicios ecosistémicos. También, contribuye a la presencia de polinizadores, que benefician al 35% de las tierras agrícolas mundiales y respaldan la producción de 87 de los principales cultivos alimentarios del mundo.
Asimismo, el proyecto de FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la agricultura) +Algodón ha conmemorado ocho años de trabajo conjunto que ha fortalecido las capacidades de más de 9.700 agricultores y más de 2.400 técnicos y profesionales en cinco países socios para el rescate de semillas, el incremento de la producción de algodón y alimentos con prácticas agroecológicas y la comercialización del algodón producido de forma sostenible.
“Los gobiernos deberían entender la importancia que tiene la preservación de los bienes comunes y deberían ser menos tolerantes con la degradación”, expresa, por su parte, Sarandón.
Casos que inspiran
La agroecología nació de abajo para arriba. Se transmite de agricultor a agricultor a través de visitas a los campos.
La ingeniera agrónoma e investigadora del Centro de Investigación en Economía y Prospectiva del INTA, María Victoria Reyes, señala en un artículo que hay cinco zonas geográficas de América Latina donde la revolución agroecológica se encuentra más arraigada. Estas son: Brasil, Cuba, Centroamérica, el área andina (Perú, Bolivia y Ecuador) y México.
“El país de la región que muestra el crecimiento más significativo en agroecología es Brasil. Lo más relevante es que ha creado instrumentos para beneficiar a las familias campesinas al facilitarles el acceso a los conocimientos técnicos, de crédito y mercados”, explica.
Según afirma, “la creación de la Asociación Brasileña de Agroecología (ABA) ha sido también clave para reunir a los campesinos, investigadores y técnicos de las ONG. Quizá lo más trascendente es el encuentro ideológico entre la agroecología y las principales organizaciones rurales y políticas de Brasil, tales como la Confederación Nacional dos Trabalhadores na Agricultura (CONTAG), la Federação dos Trabalhadores na Agricultura Familiar (FETRAF), y el Movimento dos Trabalhadores Sem Terra Ruraes (MST). Estas organizaciones siempre han luchado para poner fin a la enorme injusticia agraria, donde el 1,6% de los propietarios posee el 47% de la tierra y solo 3% de la población rural posee el 66% de las tierras cultivables”, desarrolla.
El segundo país que ha experimentado una genuina revolución agroecológica a lo largo de las últimas dos décadas es Cuba. Esta isla ha vivido un proceso de desarrollo social, tecnológico, energético y de transformación del sistema alimentario, como respuesta a la crisis provocada por el colapso de la Unión Soviética. La agricultura sostenible, la agricultura orgánica, los huertos urbanos, los sistemas agrícolas de baja escala, la tracción animal y el control biológico de plagas, se convirtieron en los pilares de la nueva agricultura cubana.
Según la investigadora, la tercera región cuya experiencia es de interés mencionar es Centroamérica, ya que allí se vivieron experiencias pioneras relevantes del denominado Movimiento Campesino a Campesino.
El primer proceso de innovación tecnológica agroecológica de esta subregión tuvo lugar en el norte de Centroamérica, hacia finales de 1980. “La historia comienza en las tierras altas de Guatemala, cuando agricultores indígenas Kaqchikel visitaron a campesinos mexicanos de la ciudad de Vicente Guerrero, Tlaxcala, donde se había creado una escuela de la conservación del suelo y agua. Los campesinos guatemaltecos presentaron las mejoras agrícolas. En lugar de tratar de convencer a los campesinos mexicanos de sus innovaciones, insistieron en experimentar para ver qué prácticas funcionaban mejor. Además, la única condición de los Kaqchikel fue que los mexicanos compartieran sus nuevos conocimientos con los demás al regresar, lo cual hicieron”, explica Reyes.
La cuarta subregión que se destaca es la Andina (especialmente Perú, Ecuador y Bolivia), donde factores como la presencia de un campesinado con profundas raíces culturales, un legado agrícola prehispánico y una fuerte resistencia y actividad política en las áreas rurales, han constituido un escenario muy propicio para el desarrollo de la agroecología. Desde hace por lo menos dos décadas los países andinos viven una creciente efervescencia social. Este proceso político se ha ido afirmando en función de una capacidad sorprendente para la autoorganización.
México es el primer país productor de café orgánico certificado del mundo (representando la quinta parte del volumen total), cultivado en su mayoría por productores indígenas. Se estima que unas 300.000 hectáreas de cafetales se encuentran como ‘jardines de café’ bajo sombra y constituyen más del 80% de la producción orgánica del país.
Marcelo Schwerdt, doctor en Biología y referente de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología (Renama) cuenta el caso de Guaminí, ubicado en Buenos Aires, Argentina. La localidad es pionera en este tipo de producción en el país. Comenzó con cien hectáreas en 2014 y hoy son alrededor de 5.000 hectáreas de producción agroecológicas.
A la red se unieron unos 45 municipios y hay otros 60 que están pidiendo ser parte. “La estrategia que estamos desarrollando es crear nodos agroecológicos, que consisten en juntar a los profesionales de las universidades y de los institutos que están en un territorio con los productores, los municipios y los que se dedican a la gestión. Los distintos actores estaban muy distanciados. Dos nodos ya se concretaron y seis están en diseño”, cuenta Schwerdt.
El referente de Renama reflexiona: “Uno de los principales aprendizajes del proceso es identificar y visibilizar a los productores. Luego, es importante juntarlos para ver qué quieren hacer. La clave es no imponer nada”.
Soy compostador de biomasa.
Me interesa mucho del campo Vivo cultivando la tierra