Radiografía del desperdicio alimentario y caminos hacia el cambio
El desperdicio alimentario es un problema global de enormes proporciones, con implicaciones económicas, ambientales y sociales. El informe del UNEP, Food Waste Index Report 2024, estima que, a nivel mundial, se desperdiciaron más de 1.050 millones de toneladas de alimentos en 2022.
Este volumen equivale a 132 kilogramos de desperdicio por persona al año, de los cuales 79 kilogramos se generan en los hogares, 36 kilogramos en los servicios de alimentación y 17 kilogramos en el sector minorista.
Este desperdicio tiene un impacto económico directo y significativo, ya que se calcula que el valor de los alimentos desperdiciados supera el billón de dólares al año. Desde una perspectiva ambiental, el desperdicio alimentario es responsable de entre el 8 y 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
Además, la producción de alimentos que se desperdicia ocupa cerca del 30% de las tierras agrícolas del mundo, contribuyendo a la conversión de ecosistemas naturales en tierras agrícolas y a la consecuente pérdida de biodiversidad.
En cuanto al impacto social, la cifra también es alarmante. Alrededor de 783 millones de personas sufren hambre en el mundo, mientras que 150 millones de niños menores de cinco años padecen retraso en el crecimiento debido a la falta crónica de nutrientes esenciales en sus dietas. Esto pone de manifiesto la paradoja de que, mientras grandes cantidades de alimentos se desperdician, millones de personas padecen hambre y desnutrición.
Para abordar este problema se estableció el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 12.3, que tiene como meta para el 2030 reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos per cápita a nivel de retail y de consumidores, así como reducir las pérdidas de alimentos a lo largo de las cadenas de producción y suministro.
El desperdicio no varía según el nivel de riqueza
Una tendencia destacada en el informe es que el nivel de desperdicio alimentario en los hogares es sorprendentemente similar dentro de los países de altos ingresos, así como en los de medianos-altos y medianos-bajos, variando apenas unos pocos kilogramos per cápita. Esto sugiere que el desperdicio en los hogares no está determinado únicamente por el nivel de desarrollo económico de un país, sino que puede estar más vinculado a factores culturales, hábitos de consumo y patrones de comportamiento comunes en distintos contextos.
Sin embargo, en lo que respecta a regiones y países, el desperdicio alimentario sí varía considerablemente. En cuanto a los hogares, la región con el promedio más alto de derroche es el Norte de África, con 140 kg per cápita al año. Otras regiones con altos niveles incluyen Asia Occidental (116 kg per cápita) y América Latina y el Caribe (95 kg per cápita). Por otro lado, las regiones con los promedios más bajos son Europa del Este (53 kg per cápita) y Micronesia (38 kg per cápita).
se desperdician al año en el mundo, según Naciones Unidas.
En cuanto a nuestro país, España se encuentra aproximadamente en la mitad de la tabla clasificatoria de desperdicio alimentario de los países europeos, con 61 kilogramos per cápita en los hogares.
Según el UNEP, se aprecia que las áreas urbanas tienden, en general, a generar más desperdicio que las zonas rurales. Las áreas rurales, especialmente en países de ingresos bajos y medianos, presentan mayor circularidad en sus sistemas alimentarios, lo que incluye prácticas como la alimentación de animales con restos de comida y el compostaje.
Por tanto, la urbanización creciente y la concentración de la población en ciudades plantean un desafío adicional para reducir el desperdicio alimentario en el futuro.
Otro hallazgo importante es que, aunque la mayor parte del desperdicio se genera en los hogares, el informe destaca que los datos en el sector minorista y los servicios de alimentación siguen siendo insuficientes. Esto implica una brecha de conocimiento que podría estar subestimando la cantidad total de alimentos desperdiciados.
La falta de datos también provoca que, en algunos casos, los disponibles provengan de ciudades específicas y no siempre reflejen la realidad a nivel nacional. Esto puede generar sesgos en las estimaciones, especialmente en países con gran diversidad de zonas urbanas y rurales.
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Cómo abordar el desperdicio alimentario
El UNEP resalta en su informe la importancia de que las empresas y gobiernos trabajen de manera conjunta para abordar el problema del desperdicio alimentario, y también sugiere que los países comiencen por medir el desperdicio en uno o dos sectores clave y luego amplíen el alcance a otros sectores a medida que desarrollen la capacidad y los recursos.
Una de las principales medidas recomendadas es la implementación de alianzas público-privadas (PPP), ya que el desperdicio de alimentos involucra a toda la cadena de suministro, desde la producción hasta el consumidor final. Estas alianzas ofrecen un enfoque colaborativo que permite compartir conocimientos, impulsar la innovación y lograr cambios a largo plazo.
Las PPP se implementan bajo un enfoque de “objetivo-medida-actúa”. Así, en primer lugar, se establecen objetivos claros, alineados con la meta de reducir el desperdicio a la mitad para 2030, según el ODS 12.3, y se acuerda un plan de acción conjunto. Luego, las empresas y organizaciones colaboran a través de grupos de trabajo y proyectos, compartiendo buenas prácticas y desarrollando herramientas de medición. Las alianzas exigen la medición y el reporte regular del desperdicio, lo que permite evaluar el progreso y ajustar estrategias. Finalmente, los resultados se analizan y se comunican para reforzar el compromiso, motivando a más empresas a unirse y generando un cambio sistémico en la industria.
El informe resalta que algunas alianzas ya han tenido éxito en la reducción del desperdicio alimentario. Por ejemplo, en el Reino Unido, la alianza conocida como el Courtauld Commitment ha sido fundamental para reducir el desperdicio en toda la cadena alimentaria del país.
En el Reino Unido, un acuerdo entre el sector público y privado ha permitido reducir un 23% el despilfarro de alimentos en poco más de diez años.
Entre 2007 y 2018, esta alianza logró una reducción del 27% en el desperdicio de alimentos a nivel doméstico y del 23% en el desperdicio total de alimentos. Estos resultados han sido posibles gracias a la colaboración entre los sectores público y privado, y a un enfoque centrado en objetivos claros, medición y reporte.
En cuanto al sector privado, el informe sugiere que las empresas pueden adoptar varias acciones concretas para reducir el desperdicio de alimentos en sus operaciones. Esto incluye la implementación de sistemas de medición y seguimiento de los alimentos desechados, la formación del personal para reducir el desperdicio en procesos de producción y almacenamiento, y la revisión de prácticas de gestión de inventario para evitar el deterioro de productos.
Además, se recomienda que las empresas exploren soluciones para dar una segunda vida a los alimentos que, de otro modo, serían desperdiciados. Esto puede implicar la donación de excedentes a bancos de alimentos o la creación de productos derivados a partir de alimentos que ya no son aptos para la venta.
El UNEP enfatiza que la reducción del desperdicio alimentario no solo tiene un impacto positivo en el medio ambiente y la sociedad, sino que también ofrece beneficios económicos para las empresas. Al reducir el desperdicio, las compañías pueden disminuir sus costos operativos, mejorar la eficiencia en el uso de recursos y fortalecer su reputación ante los consumidores conscientes de la sostenibilidad.