Hombres en tiempos de oscuridad
Hanna Arendt reunió en un libro una colección de ensayos sobre diferentes personas, «de cómo vivían sus vidas, cómo se movían por el mundo y cómo les afectó el tiempo histórico». Como ella misma menciona en la introducción de su obra, esas personas tenían muy pocas cosas en común, eran muy diferentes entre sí. El único elemento que les unió es el hecho de haber vivido «en tiempos de oscuridad», durante la primera mitad del siglo XX, cuando la humanidad presenció algunos de los crímenes más horrendos. A todos les tocó vivir esa época y, sin embargo, fueron capaces de arrojar algo de luz sobre los demás. De ahí el título del libro: Hombres en tiempos de oscuridad, si bien el libro trata de hombres y mujeres.
Ahora parece que nos enfrentamos a «tiempos de crisis», a tiempos de incertidumbre. Estos periodos –nadie sabe cuánto pueden durar– suelen traer consigo un enorme desasosiego, que suele tener como primer resultado una parálisis general; nadie sabe qué hacer, cómo orientarse y hacia dónde caminar. Quizá por eso la lectura de Arendt, salvando las enormes distancias entre la situación que ella describe y la actual, resulta enormemente pedagógica. «La convicción que constituye el trasfondo inarticulado sobre el que estos retratos se dibujaron es que incluso en los tiempos más oscuros tenemos el derecho de esperar cierta iluminación, y que esta iluminación puede llegarnos menos de teorías y conceptos que de la luz incierta, titilante y a menudo débil que irradian algunos hombres y mujeres con sus obras».
En el artículo De la donación a la filantropía inversionista se formulan modelos, se elaboran teorías y se plantean numerosas reflexiones sobre la naturaleza y eficacia de las actividades filantrópicas. Por esa razón, quizá sea oportuno recordar que la «virtud de la beneficencia», tal y como la conocían los clásicos, tiene mucho más que ver con el hecho de poseer una mirada liberal que con el de poseer hacienda: «a los necesitados se les puede ayudar con obras o con dinero; esta segunda forma resulta más fácil, sobre todo a los ricos; pero la otra es más delicada, más noble y más digna de un hombre animoso e ilustre; la una se provee del arca y la otra del valor». (Sobre los deberes; Cicerón, Libro, II, 15).
Para ayudar con inteligencia, ciertamente, habrá que administrar y distribuir con eficacia los recursos que tenemos en nuestras manos, pero sobre todo habrá que descubrir y movilizar los recursos de nuestros beneficiarios o receptores. Sólo una mirada atenta y profunda será capaz de captar el potencial latente en la naturaleza humana, de mostrar lo que está oculto, o simplemente envuelto en capas de prejuicios, de fanatismo ideológico o de simple indiferencia.
Considerar a los demás como personas responsables, con capacidad para salir adelante cuando se les ofrecen los medios, tiene mucho que ver con reconocer su dignidad. Cuando se nos trata como indigentes con la sana intención de favorecernos, en realidad, lo que se hace es rebajarnos. Otorgar beneficios a determinados colectivos en función de la raza, el sexo o la nacionalidad, no es lo mismo que concederles oportunidades. Una oportunidad exige siempre por nuestra parte una respuesta libre, de ahí procede la palabra responsabilidad; un «beneficio», sin embargo, es una graciosa concesión no basada en nuestros méritos, sino en la benevolencia del que la otorga. Sólo los mecanismos, procesos, organizaciones que premian el esfuerzo, que son capaces de generar una respuesta personal, única e irreemplazable, pueden impulsar el cambio verdadero.
Los verdaderos filántropos han sido siempre personas capaces de captar esos talentos escondidos, de canalizar energías latentes, hombres y mujeres que han conseguido proyectar luz en medio de la oscuridad.