Hablar no cuesta nada

HAZ1 septiembre 2009

Periódicamente somos testigos de grandes reuniones de jefes de Estado en las que se comprometen miles de millones de euros para eliminar la pobreza, intentar frenar los efectos del cambio climático o disminuir la desigualdad sin que se obtenga el resultado deseado. Como afirma el dicho “hablar no cuesta nada”, y cuando se reúnen los políticos no sólo no cuesta sino que se convierte en moneda de cambio. Se podrá o no coincidir con todas las tesis de Lomborg, conocido autor de El economista escéptico, y principal promotor de las reuniones sobre el “Consenso de Copenhague”, pero es difícil negar el mérito y la oportunidad de una iniciativa como el Copenhagen Consensus Center que intenta ayudar a los gobiernos y filántropos sobre las mejores maneras de gastar la ayuda al desarrollo.

QUE HAY MUCHAS NECESIDADES NADIE LO DISCUTE, el problema es que los recursos para atenderlas son escasos y por esa razón deben asignarse de la manera más eficiente. Conseguir esto supone abordar dos tipos de cuestiones, que suelen obviarse por ser en extremo espinosas. La primera se refiere a la calidad de los actuales mecanismos de asignación de la ayuda. Acostumbrados a un discurso oficial que pone el acento en la cantidad de la ayuda, nos olvidamos con frecuencia que el dinero desembolsado en las seis últimas décadas ha sido muy cuantioso y sus resultados, sin embargo, más que discutibles.

La última en recordárnoslo ha sido Dambisa Moyo, en su libro Dead Aid: Why Aid is Not Working and How There is a Better Way For Africa, donde denuncia el escaso resultado de la ayuda al desarrollo en los últimos sesenta años. Sorprendentemente, hasta el momento ha conseguido librarse bastante bien de las críticas del tándem populista Stiglitz-Sachs, no así del mediático cantante Bono. Muy probablemente le haya ayudado bastante su origen y el color de su piel: Moyo ha nacido y se ha criado en Lusaka (Zambia) y, además, cuenta con una excelente preparación, es doctora en Economía por la Universidad de Oxford, máster en la Kennedy School de Harvard y MBA por la American University de Washington. En su libro argumenta que los mecanismos actuales de la ayuda al desarrollo han desincentivado a las poblaciones, generado dependencia y fomentado la corrupción y el mal gobierno en los países receptores. Se trata, sin duda, de un libro polémico que merece la pena leer con detenimiento.

PERO ADEMÁS DE REVISAR LOS MECANISMOS E INCENTIVOS en la asignación de la ayuda es preciso priorizar los objetivos de la misma. Los problemas son muchos y los recursos escasos. No podemos abordarlos todos a la vez y con la misma eficacia, de ahí la conveniencia en que exista un cierto consenso sobre cuáles son las necesidades más perentorias con el fin de no dejarnos llevar por modas o por la presión de los diferentes lobbies. El debate sobre las prioridades y la eficacia de la ayuda resulta enormemente fecundo porque fuerza a los “contendientes” a argumentar centrándose en los resultados y el impacto, y les ayuda a alejarse de posiciones románticas con más carga retórica que eficacia práctica.

El debate sobre las prioridades y la eficacia de la ayuda resulta enormemente fecundo porque fuerza a los “contendientes” a argumentar centrándose en los resultados y el impacto, y les ayuda a alejarse de posiciones románticas con más carga retórica que efi cacia práctica.

LA DISYUNTIVA QUE Revista Haz PLANTEA en este número entre desarrollistas y ecologistas quizá no sea tal, pero tiene la virtud de poner encima de la mesa un problema real: ¿cómo podemos ayudar de manera más eficaz? La respuesta en muchos casos será “depende”. Y, efectivamente, depende de muchas variables, entre otras de las propias capacidades y recursos internos. Algunas empresas y organizaciones podrán hacer una contribución importante en la lucha por mitigar los efectos del cambio climático, otras alcanzarán más impacto si se centran en impulsar la cobertura de las necesidades básicas: saneamiento, salud, nutrición, etc. A cada organización le corresponde hacer un análisis interno para identificar cuáles son sus principales activos y cómo los puede emplear de la mejor manera.

POR ESA RAZÓN, sin menospreciar la importancia de la lucha contra cambio climático, es preciso reconocer que, en la actualidad, este objetivo se ha convertido en un artículo de fe y, aunque sólo sea por eso, nos interesa abrir el debate a otras corrientes de pensamiento y prioridades. Si esto para algunos resulta una herejía, bienvenida sea.

Por Javier Martín Cavanna
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