Jugar en el banquillo

HAZ1 febrero 2010

El sector fundacional en nuestro país lleva jugando de suplente desde hace décadas. Se nos quiere convencer de su pujanza y vitalidad esgrimiendo las cifras de creación de fundaciones en los últimos años, pero el aumento del número de fundaciones no guarda necesariamente una relación directa con la influencia e impacto de este sector. Lo único que demuestra es que constituir una fundación en nuestro país es algo muy sencillo, no existen barreras importantes para dar carta de naturaleza a este tipo de instituciones. ¿Cómo se puede, entonces, medir la vitalidad de un sector? Sólo hay un procedimiento: evaluar sus resultados. El único indicador fiable para diagnosticar la fortaleza de estas organizaciones es medir sus logros, evaluar el impacto que han generado en la sociedad.

PERO PARA CONSEGUIR RESULTADOS hay que saltar al campo. El problema es que las fundaciones hace mucho tiempo que decidieron que su puesto natural era el banquillo. Hemos interpretado al revés el principio de subsidiariedad. Al parecer, las fundaciones sólo tienen derecho a jugar cuando el Estado se lesiona. Viendo jugar a los directivos de nuestras grandes fundaciones da la impresión que su lugar no es el terreno de juego, sino los vestuarios y el gimnasio. No debería ser así. Las fundaciones, que representan a la sociedad civil, constituyen el único equipo autorizado para jugar los noventa minutos del partido. El árbitro (el Estado) no cabecea, ni remata a puerta: vigila que se cumplan las reglas del juego. Si las reglas no funcionan, se cambian, se mejoran, pero no se fichan árbitros para sustituir a los jugadores.

LAS FUNDACIONES TIENEN QUE CREERSE de verdad que son los principales motores para impulsar el bien común. Su función no es defender los intereses particulares de un filántropo iluminado. La filantropía puede ser también muy egoísta. Esto hay que recordarlo más a menudo, y no se hace. Resulta incoherente con el espíritu fundacional que el discurso de nuestras principales organizaciones se centre en la permanente demanda de ventajas fiscales y legislativas. No estoy sugiriendo que renuncien a esas peticiones legítimas, sino que no las conviertan en el eje central de su diálogo con la sociedad. Los directivos de las fundaciones tienen que cambiar su habitual retórica. Pasar de un discurso de los derechos y reclamaciones a otro basado en los deberes y los resultados.

Ahora mismo, no podemos saber si las fundaciones están impulsando cambios positivos en la sociedad porque la práctica de medir los impactos es una costumbre ignorada por la casi totalidad de las organizaciones, que siguen confundiendo las actividades que realizan con los cambios que impulsan.

ADEMÁS, PARA GARANTIZAR EL FAIR PLAY no son suficientes el árbitro y los jugadores. Se necesitan espectadores que vean el partido, valoren a los jugadores y den su opinión. Se requiere transparencia. Sin transparencia no es posible asegurar un juego limpio. Hay que jugar con el campo iluminado y, a ser posible, lleno hasta la bandera. La transparencia no consiste en un simple adorno para presentarse en sociedad, algo parecido a unos pendientes que nos colgamos corriendo a última hora para mejorar nuestra apariencia externa. No, la transparencia es, precisamente, lo que da consistencia verdadera a la apariencia. Las acciones que persiguen el bien común sólo adquieren carta de naturaleza cuando aparecen ante la luz pública. Defender, como defienden algunas fundaciones, que cumplen con la obligación de transparencia a la sociedad al informar al protectorado correspondiente, además de una simpleza, supone hacerle el juego al Estado y querer seguir jugando de suplentes.

Y EN ESTA METÁFORA NO PODÍAN FALTAR LOS ENTRENADORES. ¿Qué hacen los patronos de las fundaciones? ¿Cómo es posible que no se juegue? ¿Que no se metan goles? ¿Que el campo no esté lleno? Lamentablemente los patronatos de nuestras fundaciones siguen siendo un conjunto de figuras decorativas ocupadas en tareas rutinarias. Nadie les exige, ni las ha exigido nunca responsabilidades. Nunca han querido jugar de verdad.

¿ES POSIBLE DARLE LA VUELTA AL PARTIDO? Por supuesto que es posible. Es urgente impulsar prácticas de buen gobierno y dar la batalla de la transparencia y de los resultados en el sector fundacional. Todo eso es necesario y muy conveniente, pero lo que realmente resulta inaplazable es preguntarnos, con valentía, si queremos seguir calentando en el banquillo o, por el contrario, estamos contando los segundos que nos quedan para saltar al terreno de juego.

Por Javier Martín Cavanna