Los premios a la innovación

HAZ24 octubre 2011

Pocos saben que una de las gestas más importantes de la historia de la aviación, el primer vuelo transoceánico realizado por Charles Lindberg en 1927, tuvo como principal impulsor un premio. El 1919, el hotelero neoyorquino Raymond Orteig anunció un premio con una dotación de 25.000 dólares –más de 300.000 dólares actuales– para la primera persona que volara sin escalas entre Nueva York y París.

También debemos a la convocatoria de un premio el descubrimiento del cronómetro marítimo. En el siglo XVIII la incapacidad de medir la localización exacta de un barco convertía los viajes transoceánicos en aventuras peligrosas, tanto para los marineros como para los armadores. Para intentar solucionar este problema el gobierno británico ofreció en 1714 un premio de 20.000 libras a cualquier persona que desarrollase un sistema para medir la posición de los barcos. John Harriron, un relojero, se hizo con el premio al inventar el cronómetro marítimo.

Este y otros casos similares han hecho resucitar con fuerza en los últimos años a los premios como herramientas eficaces para estimular la innovación social. En un artículo publicado en McKinsey Quaterly (Using prizes to spur innovation, julio 2009) se presentan los resultados de un estudio en el que se analizaron los premios con una dotación superior a los 100.000 dólares. Los resultados muestran que en desde 1991 el valor agregado de estos premios se ha triplicado alcanzando la cifra de 375 millones de dólares. En la última década se han creado, según los autores, más de 60 premios por un valor monetario de 250 millones de dólares.

Los premios a la innovación, argumentan sus defensores, tienen varias virtudes. En primer lugar, una fuerte orientación a los resultados. La mayoría de los premios, el Nobel quizá sea el ejemplo paradigmático, tienen como finalidad distinguir la excelencia o la trayectoria profesional de una organización o un personaje. Aunque los premios a la innovación social también pueden premiar simples ideas, lo propio de este tipo de galardones es distinguir un logro o la consecución de un objetivo.

Otra de las grandes ventajas es que el premio está abierto a todo tipo de personas o grupos que quieran participar. Se reconoce así que la innovación puede proceder de cualquier sitio, a veces del lugar más inesperado. Lindberg no era un aviador destacado en su época sino un piloto de aviones de correo.

Nicolas Apert, que inventó un sistema para conservar los alimentos respondiendo a una convocatoria del gobierno francés interesado en desarrollar una forma de conservar los alimentos para aprovisionar al ejército francés en época de Napoleón, era el propietario de una tienda de caramelos. Cuando el gobierno británico convocó el premio para desarrollar un sistema de medición de la posición de los barcos, todo el mundo pensaba que la solución terminaría viniendo de un astrónomo o un matemático, nadie esperaba que un vulgar relojero se adelantase a dar la solución y confirmase con tres siglos de anticipación las bases de las recientes teorías sobre el crowd sourcing.

Este último aspecto, la posibilidad que ofrecen los premios de abrir su convocatoria a fuentes más amplias, resulta especialmente atractiva con el auge de Internet y, sobre todo, con el fenómeno de las redes sociales y las Wiki que facilitan la colaboración y la innovación abierta.

Para que los premios sean eficaces han de reunir, según los expertos ,tres características:

1. Un objetivo claro (por ejemplo, que sea medible y alcanzable en un periodo de tiempo determinado).

2. Que esté abierto a una población de candidatos suficientemente amplia.

3. Que exista por parte de los participantes la voluntad de compartir los costes y los riesgos.

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