¿Cómo frenar el discurso de odio en los adolescentes?
Campaña 'Somos más'.
Hacer entender el significado del discurso de odio parece difícil en estos tiempos de máxima polarización. Aún más entre los adolescentes, que se encuentran en un momento complicado de su desarrollo hacia la madurez y que se ven muy influidos por los mensajes que reciben de su entorno, principalmente a través de las redes sociales.
La teoría marcada por la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) del Consejo de Europa lo define como el fomento, promoción o instigación, en cualquiera de sus formas, del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupo de personas.
También como el acoso, descrédito, difusión de estereotipos negativos, estigmatización o amenaza con respecto a esas personas. Y la justificación de esas manifestaciones por razones de raza, color, ascendencia, origen nacional o étnico, edad, discapacidad, lengua, religión o creencias, sexo, género, identidad de género, orientación sexual y otras características.
Sin embargo, para que el significado cale entre los usuarios de las redes sociales más jóvenes hace falta algo más que una mera definición. Y es algo que urge, ya que, según datos del Ministerio del Interior, casi la mitad de los delitos de odio registrados en 2019 en España fueron perpetrados por jóvenes de menos de 26 años.
De hecho, los datos recabados por esta institución marcan una tendencia ascendente: en cifras totales, se ha pasado de 1.419 faltas de este tipo en 2017 a casi 1.600 en 2018 y más de 1.700 en 2019.
En este último año registrado, la mayor parte de incidentes tienen un origen ideológico (34,9%); racista y xenófobo (30,2%), y de orientación sexual e identidad de género (16,3%). En cuanto a su tipología, un 20,5% se han realizado en forma de amenazas.
También son alarmantes los resultados del estudio Romper cadenas de odio, tejer redes de apoyo: Los y las jóvenes ante los discursos de odio en la red, elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (Fad).
Este recoge datos de una encuesta realizada a 1.400 jóvenes de entre 14 y 24 años. De ellos, un 34% afirma haber sufrido algún tipo de maltrato por Internet o redes sociales en forma de insulto, amenaza, bromas personales de mal gusto o actos de exclusión. Por otra parte, un 9,2% reconoce haber sido el origen del maltrato y un 38,1% señala haber visto en el último año páginas con mensajes que atacan a ciertos individuos o colectivos.
Ante esta situación, cada vez son más las organizaciones, movimientos y centros educativos que están trabajando para dar a esos jóvenes herramientas útiles para identificar ese discurso de odio, frenar su expansión y saber enfrentarse a él si la situación lo requiere.
No more haters
Desde hace varios meses está en funcionamiento el proyecto No More Haters, impulsado por la Fad y Maldita.es con la colaboración de Google.org. Este tiene como fin analizar, sensibilizar y formar a adolescentes y jóvenes de entre 14 y 29 años en la identificación y manejo del discurso del odio, tanto como víctima como observador o, incluso, como ejecutor y transmisor.
En ese marco se ha creado una aplicación gamificada con el mismo nombre que ayuda a identificar este tipo de discursos, a superar prejuicios y estereotipos, detectar bulos, fomentar el diálogo intercultural y a dar herramientas de juicio crítico para las interacciones online.
La app permite dos modos de juego: uno de carácter individual, que puede utilizarse desde dispositivos móviles o desde ordenadores, y otro en modo clase, coordinado por el educador desde un único dispositivo.
En este último caso, será el docente el que guíe a sus alumnos, divididos por equipos, y les incite a debatir y a trabajar en equipo para sumar el mayor número de puntos. Desde Maldita.es explican, que aunque está pensada para ser utilizada a partir de los 14 años y con contenidos adaptados a cada edad, también puede trabajarse con ella desde los 11 años. Eso sí, habrá que engañar con el año de nacimiento de los usuarios, porque si no la aplicación no funcionará.
La app va acompañada de una guía docente que sirve para trabajar desde el aula con actividades también offline. Por ejemplo, se propone a los estudiantes que vean un telediario de cualquier cadena de televisión, prestando atención a dos aspectos: qué temas están relacionados con discurso de odio (violencia, acusaciones entre políticos) y cómo es el tratamiento de los temas de migración, género, sociedad o religión para detectar si el lenguaje es el adecuado.
Pero también se anima a analizar las palabras de los influencers, o los mensajes de odio que llegan a través de redes sociales, y a debatir sobre ello en clase.
Somos más y No hate speech
Desde el entorno público está funcionando la plataforma Somos más, heredera del movimiento No Hate Speech, promovido por el Consejo de Europa en 2013. En ella están implicados los Ministerios de Justicia, Interior, Educación, Empleo y Sanidad, además de la Red Aware (Alliance of Women Against Radicalization and Extremism), el Aula Intercultural de FeSP-UGT, la ONG Jóvenes y Desarrollo y la iniciativa global YouTube Creators for Change.
Tiene dos ejes de trabajo. Uno de formación, con talleres dirigidos a más de 28.000 alumnos de centros educativos de todo el país y material didáctico y juegos de rol para facilitar la comprensión tanto de los jóvenes participantes como de padres y profesores.
Y otro de sensibilización, con una campaña de comunicación que incluye un concurso de creación de vídeos, para retransmitir a través de YouTube, de jóvenes creadores de institutos, universidades y asociaciones con mensajes positivos.
En su última edición anual participaron más de 30.500 alumnos, 800 educadores y 600 profesionales de diversos ámbitos, como policías y servicios sociales, que se han formado en seguridad digital y prevención del odio. En cuanto al concurso, se enviaron más de 400 vídeos de 300 centros de todo el país.
La estrategia de la desinformación
Según Clara Jiménez, CEO de Maldita.es, la mayoría de las corrientes de odio se generan a través de bulos o fake news que corren por redes como Twitter, Facebook y WhatsApp, a pesar de que muchas de estas plataformas cuentan ya con herramientas que detectan y no permiten o limitan su diseminación. Y no se trata un problema solo de adolescentes y jóvenes, sino que implica a toda la sociedad en general.
“Vemos mucho odio hacia colectivos vulnerables y eso es algo que nos afecta a todos. No sabemos identificarlo porque va cambiando nuestra percepción de la realidad”, asegura Jiménez.
“Los jóvenes están especialmente expuestos a este peligro, sobre todo porque han sido usuarios de Internet y de herramientas digitales desde edades muy tempranas. Son muchos los que han visto este tipo de desinformaciones a lo largo de su vida”, añade Stribor Kuric, investigador del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de Fad.
Por eso, la mayoría de las herramientas que se ofrecen para frenarlas están basadas en el análisis profundo de los mensajes. “El discurso de odio está muy normalizado en toda la sociedad, tanto por parte de los agentes discriminatorios que lanzan los mensajes como por la de las propias víctimas que lo sufren. Se convierten en titulares que pasan inadvertidos, no llaman la atención, no alertan y, sin embargo, tienen un contenido de desprecio que es importante analizar”, explica Selene de la Fuente, abogada y técnica de Igualdad en Secretariado Gitano.
Por su parte, afirma Charo Alises, jurista en la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (Felgtb), incide en la necesidad de denunciar cualquier conato que surja de las redes. “Internet sigue siendo un espacio en el que la gente lanza discursos escondiéndose tras un perfil anónimo, que no dice cuando da la cara. En el colectivo LGTBI muchos están acostumbrados desde su infancia a sufrir ese odio, provocando humillación, vergüenza, represión y, sobre todo, miedo a que se revelen sus tendencias sexuales”, afirma Alises.
Desde asociaciones como estas también se ofrece asesoramiento no solo para evitar y enfrentar el discurso de odio, sino para saber qué alternativas se ofrecen desde la vía judicial para denunciarlo.
“Los datos que llegan desde el Ministerio del Interior no parecen alarmantes ni numerosos, pero sabemos que son la punta del iceberg del problema, porque son muchos más los casos que no se llegan a denunciar y, por tanto, no hay constancia de ellos”, comenta Alises.
Como indica Selene de la Fuente, es habitual escuchar cómo el discurso de odio se ampara en la libertad de expresión, “y esto no debe ser así. La libertad de expresión tiene la facultad de crear opinión pública libre, uno de nuestros valores democráticos, pero también tiene que cumplir ciertos requisitos: que no haya un daño gratuito a una persona, que esas manifestaciones tengan interés público y relevancia y que persigan un fin constitucional creando conciencia”.
Unas pautas que, en su opinión, deben asimilarse desde edades tempranas para fomentar el debate y el pensamiento crítico, y evitar ese crecimiento exponencial de incidentes basados en el odio a determinados colectivos. Un odio sin fundamentos reales, solo impulsado por bulos y mensajes contradictorios que debemos aprender a contrastar desde el minuto cero para que no afecten a la libertad de expresión de todos y cada uno de los miembros de la sociedad.