Gustavo Martín Garzo: Una rosa de palabras

HAZ30 diciembre 2011

El mundo está lleno de niños que sufren. Sufren porque han sido abandonados o no tienen para comer. Sufren porque son vendidos como esclavos, porque están enfermos o se ven obligados a trabajar cuando apenas tienen fuerza para sostener las herramientas. Sufren, sobre todo, porque carecen de amor o porque quienes les aman son tan pobres que no pueden darles lo que necesitan. Cada tres segundos uno de esos niños muere en el mundo, la mayoría de las veces por enfermedades e infortunios que se habrían podido evitar.

Pero todos ellos son tan irreales para los medios de comunicación de los países desarrollados como esas criaturas hechizadas de los cuentos que viven en lugares malditos que no es posible abandonar.

Hans Christian Andersen tiene un cuento titulado La niña de los fósforos. Trata de una niña que sale a vender cajas de fósforos la noche de Navidad.

No se atreve a volver su casa, por temor a un padre que la maltrata, y muerta de frío enciende los fósforos que le van quedando para calentarse. Al hacerlo tiene visiones maravillosas. Ve una casa, ve una mesa llena de platos exquisitos y un árbol de Navidad, y ve, sobre todo, a su abuela muerta, que corre a su encuentro para abrazarla. Cuando consume su último fósforo, muere.

El cineasta Víctor Gaviria hizo hace unos años una película hermosa y terrible basada en este cuento. Se titulaba La vendedora de rosas, y en ella se contaba la historia de una niña como la de Andersen. Tenía trece años y trataba de sobrevivir vendiendo rosas con sus amigas en un mundo presidido por la droga, el alcohol y la prostitución.

El niño que aparece en estas fotografías se llama Edison Gustavo. Tiene once años y se ha visto obligado a trabajar poniendo cañas y polines, que son los troncos por donde se desplazan las lanchas hasta el agua, desde que apenas sabía hablar. Recibe como paga pescados, que él o su madre se encargan de limpiar y vender. Tiene cinco hermanos y la madre esta embarazada de nuevo. Viven con un abuelo y un tío, y el padre es pescador.

Tienen una casa hecha de cañas y va a la escuela desde hace dos años, donde ha aprendido a leer. Desde entonces algo ha cambiado para él. Sigue viviendo en las condiciones más duras, pero lleva consigo una de esas cajitas de fósforos de los cuentos, y ve cuadernos, libros de cuentos, una mochila cuando los enciende. Ve una escuela limpia y ordenada donde le enseñan a escribir y leer, pues la rosa que ahora lleva en sus manos es una rosa de palabras.

Octavio Paz dijo que la poesía vuelve habitable el mundo. Y eso es la escuela para Edison Gustavo, un lugar donde vivir. Mientras trabaja, sueña ahora con ese lugar donde están sus compañeros. Sus maestras les enseñan a ser ordenados y generosos. Les hablan de países y mares remotos, de animales y plantas desconocidas, de la historia de otros pueblos, mientras llenan la pizarra de números y figuras de tiza leves como pensamientos.

Y les cuentan historias que hablan de lo que se esconde en sus corazones y del deseo de ser y de saber. Historias de ángeles y demonios, de animales que ayudan a los niños, historias que dicen que los perversos serán castigados, y que los justos, aunque sufran mucho, antes o después serán amados y tendrán su recompensa.

En una escuela rabínica los maestros ponían un poco de miel en las letras, que los niños recogían con sus pizarrines al tiempo que memorizaban sus trazos. El conocimiento es dulce, tal era la creencia de los rabinos, y así lograban que los niños se asomaran a ese mundo de signos como a una corriente llena de alegres promesas. La protagonista del cuento de Andersen soñaba con un árbol de Navidad y una abuelita sonriente; Edison Gustavo sueña con ese rastro de miel.

Un lugar donde el esfuerzo no está reñido con la felicidad, eso es la escuela para nuestro amigo. Una casa encantada en cuya puerta está escrito que no es posible que hayamos nacido para ser desdichados. No es mucho lo que se precisa para hacer real este humilde sueño. Solo un poco de miel, una caja de fósforos y una rosa de palabras.

Texto: Gustavo Martín Garzo. Imagen: Walter Astrada.

Relato y fotografía extraídos de La hora del recreo. Erradicar el trabajo infantil en Latinoamérica. Fundación Telefónica, 2010

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