A pesar de todo, sonríen
Norte de Tanzania, campamento de refugiados de la guerra entre tustis y hutus. Visité este campamento hace ya unos años, invitado por la Cruz Roja Española. Quería entender cómo puede ser la vida de unas personas tras más de veinte años viviendo en tierra extraña, alejados de su hogar, imposibilitados por los convenios internacionales a ejercer una profesión, ser contratados para cualquier trabajo o simplemente cultivar la tierra.
Hablé con algunos que chapurreaban algo de francés o inglés. “Tenemos mejor sanidad que los tanzanos, nos dan una buena comida, ¿para qué aprender o trabajar?”, respondieron. Los niños sonreían. Hacía años que la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) quería desmantelar el campamento y enviarlos de regreso a Ruanda; les regalaban vacas, aperos de labranza y los montaban en camiones. Muchos de ellos aceptaron. Estos niños fotografiados forman parte de los últimos residentes; habían nacido en el campamento, era todo su pasado y su presente; pertenecían a familias que no querían perder lo único que les había dado seguridad a lo largo de su vida: el campamento de refugiados.
¿Qué sabemos ahora de Ruanda? ¿Qué habrá sido de los refugiados? Sus tierras las habían ocupado otros. No he vuelto a saber nada de ellos. A pesar de todo sonreían; sonreirán siempre.