¿Cómo medir la felicidad?

La felicidad empieza a ser considerada como algo más que un objetivo personal de cada ser humano. Ya se comienza a hablar de Felicidad Interior Bruta, pero medirla se ha convertido en una tarea complicada pese a los avances de la ciencia estadística. Se han logrado muchos progresos, se han refinado las herramientas analíticas y se ha acotado el campo de aplicación de las mismas, pero todavía se está lejos de compartir las conclusiones.

El diálogo entre Sissi Juppe y Luisa recogido en la novela Tiempos difíciles de Dickens, se ha utilizado con frecuencia para poner de manifiesto las limitaciones de los modelos utilizados para medir el desarrollo de los pueblos y las contradicciones de la filosofía utilitarista. Recuerden el diálogo central:

–Y nos dijo, el profesor M’ Choakumchild: «Mirad: suponed que esta escuela es la nación y que en esta nación hay cincuenta millones en dinero. ¿Es o no una nación próspera? Niña número veinte, ¿es una nación prospera esta, y estáis o no estáis vos nadando en la prosperidad?»

–¿Y qué contestase? –le preguntó Luisa.

–Señorita Luisa, le contesté que no lo sabía. Me pareció que no estaba en condiciones de afirmar si la nación era o no era próspera y si yo estaba nadando en la prosperidad, mientras no supiera en qué manos estaba el dinero y si me correspondía a mí una parte. Pero esto era salirse de la cuestión. Al parecer no podía representarse con números –contestó Sissi, enjugándose las lágrimas.

–Cometiste un gran error –afirmó Luisa.

Pese a los avances de la ciencia estadística desde los tiempos de Dickens, medir la prosperidad sigue siendo una tarea compleja. En efecto, mucho se ha progresado en refinar las herramientas analíticas y en acotar el campo de aplicación de las mismas, pero todavía se está lejos de compartir las conclusiones.

Del producto interior bruto al Índice de Desarrollo Humano

No es un hecho conocido por todo el mundo que el origen de la medición del Producto Interior Bruto (PIB) surge intelectualmente durante la crisis del 29. La administración Roosevelt intentaba sacar al país de la Gran Depresión y lo primero que intentó fue comprender la situación real del país, pues los responsables de la política económica aparte de confirmar que la nación no iba bien, desconocían la dimensión real del problema. Es en este contexto cuando Simon Kuznets crea el sistema unificado norteamericano de contabilidad nacional e inventa el PIB, un indicador para medir el valor monetario de la producción de bienes y servicios finales de un país durante un periodo determinado.

El PIB fue usado desde entonces como termómetro para medir el bienestar material de una sociedad y como una prueba, si este es positivo, de que las políticas económicas aplicadas son las adecuadas. Sin embargo, el propio Kuznets advirtió desde el principio sobre las limitaciones del PIB y el riesgo de simplificar la realidad utilizándolo como sinónimo de bienestar social: «es muy difícil deducir el bienestar de una nación a partir de su renta nacional».

Kuznets no ha sido el único en criticar el uso indiscriminado del PIB. Muchos otros economistas, posteriormente, han señalado la insuficiencia del PIB cómo medida del progreso y desarrollo de los países; el economista Amartya Sen, probablemente, el más conocido e influyente de este grupo. De acuerdo con Sen, que al igual que Kuznets obtuvo el Premio Nobel de Economía, el progreso y el desarrollo de las naciones es un proceso que consiste fundamentalmente en la expansión de las libertades individuales más que en el aumento de la renta o el bienestar material.

Esa concepción tiene dos importantes consecuencias en la discusión sobre los sistemas y metodologías de la medición: 1) La razón de la evaluación: el resultado final del desarrollo, bienestar o calidad de vida debe medirse en función del aumento de las libertades de los individuos y 2) La razón de la eficacia: el desarrollo depende totalmente de la libertad de iniciativa de los individuos.

Las aportaciones de Amartya Sen junto con las de otros economistas, especialmente el pakistaní Mahbub ul Haq, tuvieron una gran influencia en la elaboración en los años noventa de los Informes sobre Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

De acuerdo con este nuevo enfoque, el desarrollo humano se concibe como un proceso por el que una sociedad mejora las condiciones de vida de sus ciudadanos a través de un incremento de los bienes con los que puede cubrir sus necesidades básicas y complementarias, y de la creación de un entorno en el que se respeten los derechos humanos de todos ellos.

Los informes del PNUD, de acuerdo con esta nueva visión, crearon un nuevo indicador para medir el desarrollo: el Índice de Desarrollo Humano (IDH). El IDH es un indicador social estadístico compuesto por tres parámetros principales: vida larga y saludable (esperanza de vida), educación (tasa de alfabetización de adultos y tasa de matriculación en educación primaria, secundaria y superior, así como los años de educación obligatoria) y nivel de vida digno (PIB per cápita PPA).

Los Informes de Desarrollo Humano del PNUD contribuyeron en la década de los noventa a ampliar sustancialmente el estrecho espectro de medición del indicador del PIB, incluyendo variables tan importantes como la cobertura de las necesidades básicas o el respeto de los derechos humanos. Solo era cuestión de tiempo que otras preocupaciones e inquietudes, relacionadas con el progreso social y el bienestar, se integrasen paulatinamente en la paleta de medición.

La primera variable que se añadió a los nuevos termómetros del bienestar, como era previsible, fue la relativa a las cuestiones relacionadas con la sostenibilidad. Los IDH ofrecen una información estática del bienestar o la calidad de vida de los países, pero no proporcionan información sobre el futuro o, más concretamente, sobre los recursos y capacidades de que dispondrán las generaciones futuras. La mayoría de los nuevos modelos de evaluación incorporan la variable de sostenibilidad o huella ecológica (Vid. La nueva industria de la felicidad).

El dinero no da la felicidad

La segunda novedad no surgió en el campo de los economistas sino en el de los especialistas en psicología cognitiva, que trataron de explicar los resultados de la llamada Paradoja Easterlin, formulada por el economista Richard Easterlin en un artículo de 1974 con el título Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence. 

En este texto el autor muestra que, tal y como predice la teoría económica mayoritariamente aceptada, dentro de un país dado, la gente con mayores ingresos tiene una mayor tendencia a afirmar que es más feliz.

Sin embargo, cuando se comparan los resultados de varios países, el nivel medio de felicidad que los sujetos dicen poseer no varía apenas, al menos en los países en los que las necesidades básicas están cubiertas en la mayor parte de la población.

De manera similar, aunque los ingresos por persona han aumentado de manera significativa en los Estados Unidos entre 1946 y 1970, el nivel de felicidad declarado por los ciudadanos no ha mostrado una tendencia de cambio homogénea, manteniéndose hasta los años sesenta y decreciendo entre 1960 y 1970.

Estas evidencias sugieren que, desde el punto de vista del diseño e implementación de las políticas públicas, una vez cubiertas las necesidades básicas la acción gubernamental debería centrarse en aumentar la satisfacción de los ciudadanos.

La Paradoja Easterlin vino a da dar la razón a Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután, que en 1972, como respuesta a las constantes críticas sobre la pobreza económica de Bután y consecuente con un país cuya cultura estaba basada principalmente en el budismo, adoptó dos años antes un nuevo indicador que trataba de medir la calidad de vida en términos más integrales y psicológicos: la Felicidad Interna Bruta (FIB).

Mientras que los modelos económicos convencionales observan el crecimiento económico como objetivo principal, el concepto de FIB se basa en la premisa que el verdadero desarrollo de la sociedad humana se encuentra en la complementación y refuerzo mutuo del desarrollo material y espiritual. Los cuatro pilares de la FIB son: la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.

Lo que en un principio fue recibido como la ocurrente propuesta del monarca de un diminuto país asiático, fue ganando cada vez más adeptos entre académicos y políticos. La reciente crisis económica y financiera ha contribuido en gran parte a reforzar la idea de que es necesario revisar el modelo de crecimiento actual y las prioridades de la política pública. Si la medición del PIB surgió como respuesta a la necesidad de encontrar una salida al túnel de la crisis del 29, las nuevas propuestas de medición de la felicidad son una contestación a la crisis económica y de valores que atraviesa la sociedad actual.

En el año 2008 el presidente francés Nicolas Sarkozy anunció la creación de la Comisión para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social (Comisión Stiglitz) liderada por los premios Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Amartya Sen.

La constitución de la comisión fue recibida con enorme interés por las oficinas de estadística de los países europeos y en especial su recomendación de ir avanzando hacia sistemas subjetivos de medición del bienestar de los ciudadanos. Uno de los primeros países en poner por obra la recomendación de la Comisión Stitglitz fue Gran Bretaña.

En octubre de 2010 el primer ministro David Cameron anunció que la Oficina Nacional Estadística comenzaría a medir el bienestar subjetivo (subjetive well-being) de los ciudadanos como una alternativa para evaluar el progreso social que mostrará «no solo cómo nuestra economía está creciendo, sino cómo están mejorando nuestras vidas, no exclusivamente de acuerdo con nuestros estándares, sino con arreglo a nuestra calidad de vida».

En el 2011 la Asamblea de Naciones Unidas se unió al grupo de los «promotores de la felicidad» emitiendo una declaración en la que instaba a los países miembros «a impulsar la elaboración de sistemas de medición alternativos que ayuden a captar mejor la importancia de la búsqueda de la felicidad y el bienestar en el desarrollo de los países con la vista puesta en la aplicación de las políticas públicas».

Italia respondió a la sugerencia a través de la iniciativa BES, una acrónimo que designa los términos benessere, equo e sostenibile (bienestar, equidad y sostenibilidad), impulsada por el Consiglio Nazionale dell’ Economia e del Laboro y el Istituto Nazionale di Statistica, y Alemania creo una comisión bajó el paraguas del Bundestag integrada por parlamentarios procedentes de todo el espectro político para estudiar las relaciones entre «crecimiento, prosperidad y calidad de vida».

Los problemas de la medición

Que el dinero no proporciona la felicidad pertenece al acervo de la sabiduría común. Y la afirmación de que el fin de la política es la felicidad de los ciudadanos puede parecer una sentencia descabellada, pero ya la formuló Aristóteles hace más de 2.300 años en la Política, y la recogió el Preámbulo de la Declaración de Independencia de los EEUU el 4 de julio de 1776: «Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad (…)».

Ahora bien, aun reconociendo la sabiduría de los clásicos, existen importantes interrogantes y objeciones en contra de los «promotores de la felicidad». La primera y más evidente está relacionada con la objetividad y fiabilidad de las metodologías utilizadas para medir la felicidad o el bienestar subjetivo. Tras varias décadas intentando analizar el bienestar de los países y concluir que no existía una correlación clara entre el progreso económico y la felicidad de los ciudadanos, los expertos, por influencia de los psicólogos conductistas, cayeron en la cuenta de que la manera más sencilla de comprobar si alguien es feliz o se siente bien es preguntarle al propio interesado.

Como, acertadamente, señalan los profesores Pablo Beytia y Esteban Calvo del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Diego Portales de Chile, «si definimos la felicidad como el grado con que una persona aprecia la totalidad de su vida presente de forma positiva y experimenta afectos de tipo placentero, es decir, si reconocemos que se trata de un fenómeno interior a cada persona, entonces parece más adecuado medirla con auto-reportes que con evaluaciones de expertos o pares».

Aunque las metodologías para medir la felicidad o bienestar subjetivo son numerosas, básicamente son dos los principales enfoques. El primero consiste en preguntar a la gente (por ejemplo, en una escala de 1 a 10) cómo se siente de satisfecha con su vida tomada globalmente. Este procedimiento es el seguido por algunas conocidas encuestas, e informes como el European Social Survey realizado por Centre for Comparative Social Surveys at City University London, el Well-Being Index de Gallup o el Global @dviror, de la consultora Ipsos.

La segunda alternativa mira más al estado emocional actual de las personas. La principal metodología que se utiliza para evaluarla es el llamado Day Reconstruction Method (DRM), desarrollado, entre otros, por Norbert Schwarz, psicólogo de la Universidad de Michigan, Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía y profesor de Princeton, y Alan Kruger, antiguo economista jefe del Departamento del Tesoro.

El DRM consiste en la recolección en un diario de los diferentes sucesos que han acaecido a lo largo del día y su valoración de acuerdo a los sentimientos que han producido; paz, ansiedad, estrés, cansancio, etc.

Las consecuencias de las dos metodologías, desde el punto de vista del diseño y evaluación de las políticas públicas, son muy diferentes. En el primer caso, los resultados no proporcionan mucha orientación a los decisores políticos. El DRM, sin embargo, sí puede ofrecer una información más útil, pues permite identificar las actividades que producen un mayor grado de satisfacción o bienestar en sus ciudadanos. La Oficina Estadística del Reino Unido ha sido una de las primeras instituciones en incluir por vez primera en el Anual Population Survey de abril de 2011 cuatro preguntas sobre el bienestar subjetivo (well-being):

1) ¿En líneas generales cómo de satisfecho está con su vida?; 2) ¿En general cómo de feliz se sintió usted ayer?; 3) ¿En general cómo de ansioso se sintió usted ayer?, y 4) ¿En general hasta qué punto piensa que las cosas que hace en la vida valen la pena?

Los resultados de esta primera encuesta ofrecieron, entre otras, las siguientes conclusiones: a) A iguales condiciones económicas, las minorías étnicas (negros, indios, pakistaníes, etc.) manifiestan menos satisfacción o bienestar; b) El factor que más disminuye el bienestar es la discapacidad; c) Los funcionarios públicos manifiestan más bienestar que los trabajadores del sector privado; d) Los trabajadores a tiempo parcial manifiestan más bienestar que los trabajadores a tiempo completo; e) Los que trabajan más de 55 horas a la semana manifiestan mayor malestar y ansiedad, aunque consideran que están haciendo algo útil; f) Los jubilados se declaran más satisfechos; y g) Los que viven en zonas rurales manifiestan un mayor bienestar que los que viven en zonas urbanas.

Para los «promotores de la felicidad» este tipo de información permitirá orientar mejor las políticas públicas con el fin de mejorar el bienestar subjetivo de los ciudadanos y, también, priorizar más eficientemente siempre la asignación de recursos. Pero la solución no es tan sencilla.

Como ya advirtió en su día Amartya Sen, los indicadores, en ocasiones, pueden ocultar más de lo que revelan. Además, una cosa es captar información y otra compararla y analizarla con el fin de fijar prioridades. Es mucho más sencillo comparar oportunidades que satisfacciones (felicidad) o utilidades. Las oportunidades se prestan más fácilmente a una comparación interpersonal, el grado de satisfacción o la utilidad presenta muchos más problemas (Vid. Begoña, Marta y María, ¿A quién ayudar?).

Por último, hay una objeción que procede del liberalismo radical, pero no por eso debe obviarse: una cosa es que el gobierno deba garantizar el derecho de los ciudadanos a la búsqueda de la felicidad y otra, muy distinta, que su papel sea promover la felicidad. Una vez definida la felicidad muchos temen que los políticos no tardarían mucho en crear un Ministerio de la Felicidad con tintes orwellianos.

La experiencia ha enseñado que las administraciones públicas tienden a aumentarsu radio de acción y a reducir el de los ciudadanos, y de esa manera disminuyen la necesaria libertad de iniciativa para buscar la propia felicidad. Si hay que sugerir a los gobiernos una manera de ayudar a aumentar la felicidad de sus ciudadanos –sostienen los liberales– la mejor recomendación es que reduzcan su tamaño y sus competencias. Esa medida ayudaría significativamente a limitar su intervención en la vida de los ciudadanos. Solo si los individuos no son libres o capaces de perseguir su propia definición de lo que es la felicidad el gobierno debería intervenir.

Como señala un asesor del gobierno británico: «No nos gustaría encontrarnos con un gobierno que termine distribuyendo gratuitamente a sus ciudadanos chocolatinas y ositos de peluche».

Lo que parece claro es que la solución del debate actual no se resolverá con la elaboración de un nuevo índice estadístico o la crítica de las metodologías existentes.

Todas esas discusiones son necesarias y, sin duda, contribuirán a avanzar en la tarea de medir algo tan complejo como el bienestar subjetivo o la calidad de vida. Pero por mucho que se avance en la precisión de las herramientas y la fiabilidad de los datos, las perplejidades de Sissi Juppe, la alumna número veinte, nunca desaparecerán. Sissi recuerda que por mucho que crezca la prosperidad, esta nunca podrá justificar la situación de pobreza e indigencia de una sola persona.

Sissi imparte una lección que nunca se puede olvidar: el carácter irreductible e insustituible de la persona humana y la imposibilidad de expresar la riqueza de ese concepto en una cifra. Por eso las lágrimas de Sissi resultarán siempre más convincentes que la frialdad de Luisa.

Por Javier Martín Cavanna
@jmcavanna

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