La banalización de la corrupción

Este fin de semana por fin vi ‘El Reino’, película ganadora de siete premios Goya con una trama sobre la corrupción política y empresarial en España durante los últimos años.
Foto de Begoña Morales
Begoña Morales21 marzo 2019

La película comienza con una mariscada en la que los personajes, todos miembros de partidos políticos, devoran entre carcajadas y chistes unos estupendos carabineros. Hablan alegremente de sus tramas para cobrar comisiones y se ríen del recién nombrado cargo del partido que está saliendo en un telediario prometiendo luchar contra la corrupción.

A continuación, salen escenas de todos ellos en sus lujosas viviendas, en sus yates, disfrutando de viajes exóticos o en sus estupendos despachos. La alegría desborda sus vidas y las de sus familias que viven rodeadas de lujo sin preocupaciones.

En la última escena el protagonista corrupto se enfrenta verbalmente a una periodista que le entrevista y esta le hace una reflexión que parece básica, pero es reveladora. Le dice: La única esperanza para que otros como usted no vuelvan es a través del análisis y la reflexión”. Y a continuación le pregunta: “¿Usted en los quince años de su vida en los que ha estado robando para vivir a cuerpo de rey, se ha parado a reflexionar, a analizar lo que estaba haciendo? ¿Usted se ha parado a pensar si su hija ha crecido pensando que lo que usted hacía era normal, incluso algo bueno, reservado para unos pocos, para lo que se lo merecen?”.


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Este análisis del que habla la periodista están comenzando a hacerse en escuelas de negocios e internamente en las empresas. Tengo la suerte de poder trabajar con ambos y de vivir debates que ponen de manifiesto la necesidad de hacer estas reflexiones para comprender los límites y las consecuencias de superarlos.

Por ejemplo, hay un caso con el que me encanta trabajar, porque es real, lo conozco de primera mano y ayuda a entender lo fácil que es comenzar a banalizar si no hay un análisis de las decisiones que se pueden tomar.

Es la historia de un directivo de una gran compañía que es invitado por un proveedor a un evento exclusivo: ver la final del mundial de Sudáfrica, en el que España se jugaba su primera Copa del Mundo. El proveedor decide invitarle a él y no a otro cliente porque están en proceso de decisión de una gran licitación y piensa que cinco días juntos en Sudáfrica “a cuerpo de rey” puede ser un ingrediente decisivo para la resolución final.

Al preguntar quiénes aceptarían la invitación a Sudáfrica el grupo de alumnos suele dividirse en dos, y al pedir que compartan sus motivaciones, la pizarra se llena con argumentos a favor y en contra.

Los que están a favor piensan que se construye una relación personal que favorecerá la profesional; que se podrán crear nuevos vínculos en ese ambiente, o que si la empresa apoya estas invitaciones deben ir.

Para los que están en contra, el viaje les parece un soborno disfrazado de invitación; se construye una relación personal viciada; el proveedor esperará que responda a la invitación concediéndole la licitación, etc.

Hacer un análisis en la empresa sobre lo que significa “soborno” ayuda a reflexionar a sus empleados para que comprendan que un pequeño regalo pude estar intentado influenciar en decisiones.

Al finalizar el debate, reflexionamos sobre el código ético de una gran multinacional anglosajona en el que especifica su posición para prevenir la corrupción:

“No damos ni aceptamos sobornos –lo que incluye regalos, comidas, formas de entretenimiento o viajes inapropiados– y pedimos autorización antes de ofrecer cualquier regalo, comida, forma de entretenimiento o viaje a funcionarios públicos.

Nos enorgullecemos de nuestras relaciones con nuestros clientes y entendemos que cultivar dichas relaciones muchas veces se logra mejor en ambientes sociales tales como comidas, eventos deportivos u otras formas de entretenimiento. Aunque las actividades ordinarias para formar relaciones –incluidos regalos, comidas y formas de entretenimiento– pueden ser apropiadas, también debemos permanecer alertas para asegurarnos de que nada de lo hagamos pueda incluso generar la impresión de que es algo inapropiado”.

Esta empresa ha hecho un análisis sobre lo que significa “soborno” y ayuda a reflexionar a sus empleados para que comprendan que un pequeño regalo pude estar intentado influenciar en decisiones y eso para ellos es considerado soborno. Además, piensan que los directivos deben ser ejemplares antes sus clientes y ante los propios empleados.

Por tanto, si el empleado del caso de Sudáfrica hubiera pertenecido a esta empresa, hubiera tenido las herramientas y la formación necesaria para renunciar a la invitación. Cada empresa puede establecer lo que para ella significa soborno, la mayoría la están definiendo en una cantidad equivalente a 100 euros. Solo marcar esa cantidad es una referencia que reposiciona a muchas personas sobre lo que significa influenciar o ser influenciado.

Como dice el código citado, en eventos deportivos se pueden generar relaciones que serán positivas para todas las partes y por eso muchas empresas mantienen estas prácticas. Pero el riesgo de banalizar conductas hace que cada vez más se establezcan límites más estrictos.

Las carcajadas del inicio de la película muestran de manera gráfica la falta de conciencia sobre lo que implica tomar una mariscada con fondos públicos o de un partido político. ¿Cómo se llegan a extender y banalizar conductas que para otros serían impensables?

Ante el debate de dónde poner el límite, mi opinión es que, visto el punto de partida, mejor pasarse de estricto que de laxo. Que la generación Z que se incorpora ahora al mercado laboral comience su andadura con límites claros y directivos ejemplares ayudará a que El Reino se vea en el futuro con asombro de las prácticas del pasado.

 

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