De la transparencia a la claridad en el periodismo

La transparencia sobre la propiedad de los medios de comunicación y sobre sus actividades corporativas siempre ha sido una asignatura pendiente del periodismo.

El celoso escrutinio con que las redacciones analizan los intereses económicos, individuales y corporativos que entran en juego y condicionan el funcionamiento de las empresas y de todo tipo de organizaciones (políticas, económicas, culturales, etc.) se convierte en un silencio casi absoluto cuando se trata de sacar a la luz esos temas en torno a otros medios de comunicación, y no digamos ya en torno al propio.

En los grupos periodísticos españoles, como se refleja año tras año en el Informe sobre credibilidad e independencia de los grupos de comunicación. Primera plana, la debida transparencia se limita casi exclusivamente a la que por motivos legales se ven obligados los grupos que cotizan en bolsa. En el resto, la disponibilidad de información sobre propiedad y gobierno corporativo es exigua o inexistente.

En unos y otros, en cualquier caso, el ejercicio de la transparencia es un ejercicio pasivo, que simplemente se limita a dar más o menos información, en lugares de la web más o menos visibles, sobre ese “Quiénes somos” que ya casi es obligado para cualquier persona o institución que tiene alguna identidad online. Por supuesto, España no es muy distinta en esto a otros países de su entorno.

Transparencia y periodismo

No cabe duda que ese ‘recato corporativo’ de los medios, y la actitud pasiva frente a su propia transparencia –por contraste con la que mantiene ante los demás–, es resultado de una inercia histórica, de la dificultad incluso técnica (limitaciones de espacio y tiempo) que en el pasado existía para gestionar adecuadamente las referencias a la propia identidad en el día a día de la actividad periodística.

También era propio de otros tiempos no tener quizá estructuras empresariales y redes de intereses tan complejos como los que hoy existen en el mundo de la información, en unos mercados, los del siglo XX, en los que la ‘autoridad’ de unas pocas empresas periodísticas era indiscutible, y su identidad corporativa seguramente más conocida.

Pero en la sociedad actual, en la sociedad de la información y la transparencia, ninguno de esos motivos, u otros muchos que pudieron existir en tiempos pretéritos se sostienen. Más bien, al contrario: hoy en día, probablemente uno de los modos más eficientes para recuperar la credibilidad y la confianza en los periodistas y en los medios sea el ejercicio de una  transparencia activa sobre su identidad corporativa, sobre quiénes son y por qué en sus medios se toman las decisiones que se toman.

La transparencia de la propiedad de los medios y de sus estructuras de gobierno corporativo adquiere especial sentido y urgencia no solo porque los medios están en crisis (de negocio, de credibilidad, de autoridad…) sino porque lo está también el propio periodismo y su rol en las sociedades democráticas.

La transparencia de la propiedad y de sus estructuras de gobierno corporativo adquiere especial sentido y urgencia no solo porque los medios están en crisis sino porque lo está también el propio periodismo y su rol en las sociedades democráticas.

Aquejados por sus problemas económicos, desconcertados por los retos de las nuevas tecnologías y remisos a perder su influencia en la sociedad, muchos medios han dejado de creer en lo que habían creído en los dos últimos siglos. Así, sus mensajes, sus verdaderas aportaciones al debate público –crecientemente menguantes– y sus contenidos desechables –cada vez más numerosos– se disuelven sin orden ni concierto en el ruido generalizado que rodea a los temas de actualidad.

Los datos se mezclan con las opiniones, las verdades con las mentiras, las noticias con los rumores y bulos (fake news), y todo ello se esparce con una capilaridad casi infinita, hasta que finalmente es filtrado por el amigo o el colega en Facebook o Twitter, para ser consumido en alguna de las múltiples terminales a las que estamos conectados.

Con unos medios de comunicación famélicos y un periodismo desdibujado campa a sus anchas la mentalidad postfactual, y la lógica de la intoxicación, el prejuicio y la propaganda. La política postfactual corre paralela a un (supuesto) periodismo postfactual que es el modo más común de informarse en una sociedad postmediática.

Los medios han dejado de ser, para gran parte de la sociedad, la autoridad informativa, y muchas veces moral, que ayudaba a los ciudadanos a tomar mejores decisiones, a entender mejor el mundo que les rodea, y a participar de manera más plena en la discusión pública. Y por eso, como señalaba hace algún tiempo Jürgen Habermas en una entrevista en el Frankfurter Rundschau: “En el mare magnum del ruido digital, las habilidades del buen periodismo –tan necesarias hoy como en el pasado– no deberían perderse”.

El periodismo profesional, históricamente, ha sido un periodismo realizado en organizaciones, entre otras cosas porque el buen periodismo, el que se erige en pilar básico y estable de un sistema democrático, solo puede ser resultado de una obra colectiva.

Los grandes medios periodísticos, los que han jugado y en cierta medida siguen jugando un papel fundamental en la configuración de la opinión pública, son resultado de la actividad de empresas, fundaciones, entes públicos u otras modalidades de organización, a menudo complejas e intensivas en recursos económicos y humanos.

La organización con misión periodística, en este sentido, no tiene sustituto útil en otras modalidades de generación y difusión de información altamente personalistas (blogs, webs, microportales de contenidos, etc.) o altamente mecanizadas (plataformas de búsqueda, redes sociales, etc.).

Es en este contexto tan confuso y oscuro en el que la transparencia sobre la propiedad y el gobierno corporativo de los medios adquiere especial significado como una de las claves fundamentales de la recuperación de su sentido, su función y su autoridad periodística.

No es extraño que la Unión Europea, en su reciente Final report of the High Level Expert Group on Fake News and Online Disinformation, citara la transparencia como primera medida para abordar la problemática de las fake news, y concretamente la de la propiedad, como la primera de las transparencias deseables.

Algunas de las nuevas iniciativas periodísticas más esperanzadoras de los últimos años han enarbolado la bandera de la transparencia sobre su propiedad y sobre sus fuentes de financiación como uno de los elementos centrales de sus propuestas de revitalización del periodismo.

Tampoco sorprende que algunas de las nuevas iniciativas periodísticas más esperanzadoras de los últimos años, en distintos países, hayan enarbolado la bandera de la transparencia sobre su propiedad y sobre sus fuentes de financiación como uno de los elementos centrales de sus propuestas de revitalización del periodismo.

Casos como el eldiario.es en España, De Correspondent en Holanda o Krautreporter en Alemania, por citar solo un puñado de ellos, han puesto especial énfasis en explicar a sus lectores la composición del accionariado de sus empresas, su evolución en el tiempo, etc. Ello les ayuda a generar un tipo de confianza y de cercanía con sus lectores que se echa en falta en muchos otros medios.

Transparencia pasiva y transparencia activa

Los grupos de comunicación que gestionan medios periodísticos, sobre todo los más tradicionales, deben esforzarse mucho más para hacer visibles sus datos de propiedad, la formación de sus consejos de administración y el resto de sus intereses corporativos en general.

El logro de esa transparencia formal, pasiva, en todo el mercado de los medios –no solo entre las empresas que legalmente deben hacer públicos sus datos– sería un gran avance en el sector. Pero seguramente eso no va a ser suficiente para superar los graves problemas que aquejan a los medios.

El ejercicio de una transparencia verdadera debe ir mucho más allá de la mera formalidad, entre otras cosas, porque en la era de la información, como nos recuerda Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia, “la transparencia no es la verdad”.

Es más, una transparencia mal entendida, practicada estratégica y cosméticamente, puede generar más confusión que claridad. De hecho, en la actualidad no es extraño que la remisión a la transparencia sea un modo cada vez más habitual –y políticamente correcto– de evitar decir la verdad y explicar las cosas.

“Todo está en la web, en nuestro portal de transparencia: vaya usted allí y se podrá informar de lo que desea saber (y que yo no le cuento)”. Por supuesto, casi nadie va a la web, y quien se acerca a ella con espíritu investigador se da cuenta que no está todo, ni mucho menos; de que la última vez que se actualizó fue hace tres años; de que hay que ser un experto en el tema de que se trate –por ejemplo, en el de la propiedad de una empresa reflejada en un documento dirigido a inversores– para separar el grano de la paja; de que a veces hay tal exceso de información que habría que dedicar horas a descubrir lo que uno desea saber, etc., etc.

Lo que quizá se necesita hoy en nuestras sociedades hiperinformadas es más claridad y menos transparencia. O dicho de otro modo, lo que se necesita es la transparencia suficiente para que todo gane en claridad: la transparencia activa frente a una transparencia pasiva. En el mundo de los medios, es necesaria la claridad que surge de la iluminación de las cosas –de explicar su sentido–; una claridad que tiene más que ver con la verdad que con la transparencia, y está más relacionada con el esfuerzo de discernimiento y la voluntad humana que con la capacidad tecnológica de registro, procesamiento y distribución de información.

Lo que quizá se necesita hoy en nuestras sociedades hiperinformadas es más claridad y menos transparencia. O dicho de otro modo, lo que se necesita es la transparencia suficiente para que todo gane en claridad: la transparencia activa frente a una transparencia pasiva.

Como comentaba hace ya algún tiempo un alto directivo de IBM, Charles Prow, “Transparency is about ensuring that your inputs, processes and outcomes are visible to key stakeholders.(…) Clarity is about utilizing this information to reduce complexity and uncertainty, so that leaders and managers can make the best decisions.(…) What our leaders need to lead is clarity. It involves taking information and analysis and applying it to your goals to define a clear path forward. (…) While transparency is an important way to communicate with citizens and stakeholders, it does not, in and of itself, provide clarity. Transparency should help make the right data available, but the availability of data is only the first step to more effective decisions and actions”.

La claridad sobre los intereses corporativos de los medios, sobre los conflictos que pueden generar desde el punto de vista periodístico, etc. puede trabajar sobre la transparencia pasiva de muchas formas. No estaría mal, por ejemplo, que las empresas de medios acudieran a sus periodistas y no a los encargados de relación con los inversores cuando se planteen cómo dar visibilidad en sus webs –pensando en sus lectores y en la sociedad–, a las cuestiones relacionadas con su propiedad y su gobierno corporativo.

Qué duda cabe que todavía sería mejor que la transparencia activa se manifestase de una forma consistente en la práctica continuada del disclosure, de la revelación de relaciones y posibles conflictos de interés, profesionales y corporativos, en las noticias de actualidad que así lo requirieran.

Es muy sano, por ejemplo, que un diario como el Wall Street Journal tenga que recordar a sus lectores cada vez que informa sobre una empresa como 21st Century Fox que “members of the Murdoch family are major shareholders in 21st Century Fox and in News Corp, the company that owns The Wall Street Journal”. Genera claridad y confianza –aunque la decisión pueda ser discutible– que los usuarios regulares de Bloomberg sepan que el servicio de noticias no genera información sobre la propia compañía, Bloomberg LP, y que no cubre asuntos relacionados con la vida personal y la riqueza de su fundador, Michael Bloomberg. “Clear is the new clever”: ese sería un buen lema para la transparencia de los medios.

Los grupos de comunicación y las marcas periodísticas que deseen participar seriamente en la revitalización del periodismo, y en la reconquista de su rol como instituciones valiosas en las sociedades democráticas, tienen ante sí el reto de practicar una transparencia activa respecto a sus estructuras de propiedad, respecto a las limitaciones o conflictos de intereses que les pueden generar en las coberturas de ciertos temas, respecto a las tensiones que pueden originar en el mantenimiento de sus líneas editoriales, etc.

Solo esa claridad sobre sí mismos les conferirá autoridad para presentarse ante los ciudadanos como generadores de claridad sobre el mundo que les rodea. Al fin y al cabo, esa la función del periodismo, del buen periodismo, sobre todo en momentos tan confusos como los actuales.

Ángel Arrese, Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra

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